Cuento Zen sobre la iluminación espiritual
El Maestro Thomas Merton trae un sabio cuento Zen sobre la iluminación espiritual de tradición milenaria de la escuela más grande de Japón «El Soto Zen».
THOMAS MERTON
EL ZEN Y LA ILUMINACIÓN ESPIRITUAL
El zen y la esencia de la iluminación espiritual.
Un maestro zen fue abordado por un discípulo, que le hizo una pregunta sobre la esencia de la iluminación espiritual, esperando oír, probablemente, una alentadora exposición de sutil filosofía budista, o tal vez algo maravilloso o misterioso. No consiguió nada de eso. El maestro zen sencillamente le dijo lo siguiente: Cuando tengo hambre como, cuando estoy cansado duermo.
El discípulo, decepcionado, preguntó entonces: ¿No es eso lo que hacemos todos o en qué difiere el maestro de las personas comunes? A lo cual respondió el Maestro Zen: La mayor parte de las personas comunes, en cuanto se sientan a comer, tienen millares de pensamientos, cuando duermen tienen millares de sueños.
Esto significa que la mayoría de las personas no está muy atenta a lo que hace, pues permite a la mente vagar a su albedrío sin preocuparse mucho de sujetarla; por el contrario, quien llegó al fin de su tarea y alcanzó la iluminación espiritual, habiendo desechado de su corazón toda contaminación, no permitiendo que su mente vagabundeé, ni alberge ilusiones, ni fantasías, sino que mantiene la mente clara y consciente continuamente en el AHORA.
EL CUENTO ZEN
El problema Zen de los champiñones.
El problema Zen original del Maestro Dogen, contado por: T. Deshimaru.
El Maestro Dogen había ido a China para encontrar la verdadera sabiduría, para comprender el Zen. Pero no había conseguido comprenderlo, a pesar de haber estudiado muchas cosas. La civilización buddhista Zen estaba por esa época muy extendida en China y él había recorrido templo tras templo. Sin embargo, no estaba satisfecho de la enseñanza que le habían dado y quería volver a Japón.
Un día llegó a un templo pequeño. Era verano, hacía mucho calor. Encontró a un monje muy anciano que estaba trabajando bajo el sol. Su trabajo consistía en secar champiñones. El anciano, a pesar de su edad, bajo un sol abrasador, extendía los champiñones por el suelo. Al ver esto, el Maestro Dogen le hizo la siguiente pregunta: Usted es un monje anciano y superior, ¡por qué trabaja? Hoy hace mucho calor, hágalo otro día.
Dogen era entonces muy joven. Pero la siguiente contestación del anciano monje, muy interesante, se convirtió en una respuesta histórica de la escuela mas grande de Japón El Soto Zen.
Y así fue como el Maestro Dogen obtuvo La Iluminación Espiritual:
Joven, usted ha venido del Japón. Es inteligente y comprende el buddhismo, pero no comprende la esencia del Zen. Si no hago esto, si no trabajo aquí y ahora, ¿quién podría hacerlo? Yo no soy usted, yo no soy los demás. Los demás no son yo. Por eso los demás no pueden experimentarlo.
Si no trabajo, si no experimento aquí y ahora no podré compréndelo. Si un joven me ayudara a trabajar, si yo me limitara a mirarle, no podría tener esa experiencia de secar champiñones. Si yo dijera: haz esto o aquello, ponlo aquí o allá, no podría experimentarlo yo mismo. No podría comprender el acto de que esté aquí y ahora. Yo no soy los demás y los demás no son yo.
Dogen se quedó muy sorprendido y comprendió. En este momento se dijo: Tengo que quedarme en China. Había estudiado en los libros había buscado con su cerebro y pensaba continuamente; pero en ese momento comprendió: Si no experimento, no podré comprender el verdadero Zen. Aún así preguntó: ¿Por qué seca usted hoy los champiñones? Hágalo otro día. El monje contestó: Aquí y ahora es muy importante. No puedo estar en lo que otra persona hace. Este es el primer punto. El otro, la iluminación espiritual silenciosa, solamente sentarse, concentrarse en la práctica del Zazen. No hace falta pensar, solamente hacer Zazen.
Descartes dijo: Pienso, luego existo. Yo digo: No pienso, luego existo. Si se hacen categorías, si se piensa demasiado, nuestra propia conciencia queda encerrada en los límites de nuestro pensamiento. Nuestra conciencia es profunda como el cosmos, está en relación con él. Si no se piensa, la conciencia se vuelve eterna y cósmica.
Pero, se piense o no se piense, dice Deshimaru, se existe. Esta actitud del Zen de sentarse y, en silencio, concentrarse a meditar, de algún modo, yo creo que guarda similitud con la siguiente recomendación del Abad Macario, el egipcio, que se encuentra en vida y dichos de los padres del desierto: Resulta que después de celebrar la asamblea, Macario decía a los monjes: ¡Huid, hermanos! Uno de los ancianos le preguntó: ¿A dónde podemos huir más lejos de este desierto? El Abad se puso un dedo sobre la boca diciendo: ¡De esto tenéis que huir!