El génesis del Dios y la Diosa
Tenemos un concepto de Dios conforme a nuestra educación, al trasfondo de las idiosincrasias, a los agrados y desagrados, a las esperanzas y temores.
JIDDU KRISHNAMURTI
DIOS Y DIOSA
En el mundo de hoy existen muchos conceptos de Dios.
¿Cuál es su pensamiento concerniente a Dios?
Krishnamurti: En primer lugar, debemos averiguar qué entendemos por concepto. ¿Qué es, para nosotros, el proceso de pensar? Porque, después de todo, cuando formulamos un concepto, digamos de Dios, nuestra fórmula, nuestro concepto tiene que ser el resultado de nuestro condicionamiento, ¿no es así? Si creemos en Dios, seguramente nuestra creencia es el producto del medio en que vivimos. Están los que desde la infancia han sido educados para negar a Dios, y están los que son educados para creer en Dios, como ocurre con la mayoría de ustedes. Así, formulamos un concepto de Dios conforme a nuestra educación, a nuestro trasfondo, a nuestras idiosincrasias, a nuestros agrados y desagrados, a nuestras esperanzas y temores. Es obvio, entonces, que mientras no comprendamos el proceso de nuestro propio pensar, los meros conceptos de Dios no tienen en absoluto ningún valor, ¿verdad? Porque el pensamiento puede proyectar cualquier cosa que quiera. Puede crear y negar a Dios. Cada persona puede inventar o destruir a Dios de acuerdo con sus inclinaciones, placeres y dolores. Por lo tanto, mientras el pensamiento esté activo, formulando, inventando, jamás podrá ser descubierto aquello que está más allá del tiempo. Dios o la realidad pueden revelarse solo cuando el pensamiento toca a su fin.
Ahora bien, cuando usted pregunta: ¿Cuál es su pensamiento concerniente a Dios?, ya ha formulado su propio pensamiento, ¿no es así? El pensamiento puede crear a Dios y experimentar aquello que ha creado. Pero eso no es, por cierto, una genuina experiencia. El pensamiento solo experimenta su propia proyección; por lo tanto, eso no es real. Pero si ustedes y yo podemos ver la verdad de esto, entonces tal vez experimentemos algo mucho más grande que una mera proyección del pensamiento.
En la actualidad, cuando la inseguridad externa es cada vez mayor, hay obviamente un deseo vivo de seguridad interna. Dado que no podemos encontrar la seguridad afuera, la buscamos en una idea, en el pensamiento, y así creamos lo que llamamos Dios; y ese concepto se convierte en nuestra seguridad. Ahora bien, una mente que busca seguridad no puede, por cierto, encontrar lo real, lo verdadero. Para que podamos comprender aquello que está más allá del tiempo, tienen que llegar a su fin las creaciones del pensamiento. El pensamiento no puede existir sin palabras, símbolos e imágenes. Y solo cuando la mente está quieta, libre de sus propias creaciones, hay posibilidad de descubrir lo real. Por consiguiente, preguntar meramente si Dios existe o no, es una respuesta inmadura al problema, ¿no es así? Formular opiniones acerca de Dios es realmente infantil.
Para experimentar, realizar aquello que está más allá del tiempo, es obvio que debemos comprender el proceso del tiempo. La mente es el resultado del tiempo, se basa en los recuerdos del ayer. ¿Podemos estar libres de la multiplicación de ayeres que constituye el proceso del tiempo? Este es, por cierto, un problema muy serio; no es una cuestión de creencia o de descreimiento. Creer y descreer es un proceso de ignorancia, mientras que comprender la cualidad inevitablemente temporal del pensamiento, trae libertad; solo en esa libertad puede haber descubrimiento. Pero la mayoría de nosotros desea creer porque es mucho más conveniente; nos da una sensación de seguridad, de que pertenecemos al grupo. Obviamente, esta creencia misma nos separa: usted cree en una cosa y yo creo en otra. Así, la creencia actúa como una barrera, es un proceso de desintegración.
Lo importante, entonces, no es el cultivo de la creencia o el descreimiento, sino comprender el proceso de la mente. Es la mente, es el pensamiento el que crea al tiempo. El pensamiento es tiempo, y cualquier cosa que el pensamiento proyecta tiene que pertenecer al tiempo; por lo tanto, el pensamiento no puede ir más allá de sí mismo. Par que uno pueda descubrir qué hay más allá del tiempo, el pensamiento tiene que terminar, y eso es algo sumamente difícil porque la terminación del pensamiento no llega mediante la disciplina, el control, la negación o la represión. El pensamiento cesa solo cuando comprendemos todo el proceso del pensar, y para comprender el pensar, tiene que haber conocimiento propio. El pensamiento es el sí mismo, es la palabra que se identifica como el yo y, cualquiera que sea el nivel en que ese yo está situado, alto o bajo, sigue estando dentro del campo del pensamiento.
Para encontrar a Dios, aquello que está más allá del tiempo, tenemos que comprender el proceso del pensamiento, o sea, el proceso de uno mismo. El yo es muy complejo; no está en un solo nivel, sino que está compuesto de muchos pensamientos, muchas entidades, cada una en contradicción con las otras. Tiene que haber una constante percepción alerta de todas ellas, una percepción sin opciones, sin condena ni comparación; o sea, tiene que existir la capacidad de ver las cosas como son, sin distorsionarlas ni interpretarlas. Tan pronto juzgamos o traducimos lo que vemos, lo distorsionamos conforme a nuestro trasfondo. Para descubrir a Dios o la realidad, no puede haber creencia alguna, porque la aceptación o el rechazo son una barrera para el descubrimiento.
Todos queremos estar seguros tanto en lo externo como en lo interno, y la mente tiene que comprender que la búsqueda de seguridad es una ilusión. Es solo la mente insegura, por completo libre de cualquier forma de posesión, la que puede descubrir, y ésta es una tarea ardua. No implica retirarse al bosque o a un monasterio, o aislarse en alguna creencia peculiar; por el contrario, nada puede existir en el aislamiento. Ser es estar relacionado; solo en medio de la relación podemos descubrirnos espontáneamente tal como somos. Este descubrimiento de nosotros mismos tal como somos, sin ningún sentido de condena o justificación, es el que produce una transformación fundamental en lo que somos. Y ése es el principio de la sabiduría.