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El amor se comporta como lo hace Dios

POR: CARL GUSTAV JUNG

Imagen; El amor se comporta como lo hace Dios; Carl Gustav Jung

EL AMOR NO ACABA

Aquí se trata de lo más grande y de lo más pequeño.

El amor se comporta como lo hace Dios: ambos se entregan solo a su servidor más valiente. Pero las imprevisibles paradojas del amor y al conocimiento de que únicamente en lo opuesto se enciende la vida.

Mi experiencia como médico, al igual que mi propia vida, me han puesto incesantemente ante la pregunta sobre el amor, y nunca fui capaz de dar una respuesta válida. Aquí se trata de lo más grande y de lo más pequeño, de lo más lejano y de lo más cercano, de lo más alto y de lo más hondo, y nunca puede decirse una cosa sin la otra. Ninguna lengua se encuentra a la altura de esta paradoja. Sea lo que sea que pueda decirse, ninguna palabra expresa la totalidad. Hablar de aspectos parciales es siempre excesivo o demasiado poco, cuando lo que tiene sentido es solamente la totalidad.

El amor todo lo soporta y todo lo espera.

Este texto lo dice todo. No podría agregársele nada. Nosotros, en el sentido más profundo, somos las víctimas o los medios e instrumentos del amor cosmogónico. Pongo esa palabra en negrillas para dejar claro que con ello no me refiero meramente al anhelo, a la preferencia, al favor, al deseo y cosas similares, sino a un todo único e indivisible, que supera al individuo.

El ser humano, como parte, no comprende el todo.

El ser humano se encuentra sometido a el todo. Puede decir sí o puede enojarse; pero siempre está atrapado y encerrado en el todo. Siempre depende de él y está fundado en él. El amor es su luz y su tiniebla, cuyo final no alcanza a ver. El amor no acaba nunca, incluso si hablase las lenguas de los ángeles o si persiguiese con rigor científico la vida de la célula hasta su fondo más recóndito.

Puede documentar el amor con todos los nombres que están a su disposición, pero solamente se perderá en infinitos autoengaños. Si posee un grano de sabiduría, rendirá las armas y llamará a lo desconocido por lo más desconocido, es decir, con los nombres divinos. Esto constituirá una confesión de su inferioridad, imperfección y dependencia, pero a la vez un testimonio de su libertad de elección entre la verdad y el error.

UNIDOS POR EL AMOR

En las comunidades cristianas se pone de relieve como algo especialmente importante la conservación de la comunidad mediante el amor recíproco; las instrucciones paulinas no dejan lugar a dudas:

La unión recíproca en la comunidad cristiana parece ser una condición de la redención o como quiera llamarse al estado anhelado. La I Carta de Juan se expresa en este sentido de manera similar:

El que ama a su hermano, permanece en la luz… Pero el que odia a su hermano se encuentra en las tinieblas. Juan

Nadie jamás ha visto a Dios; si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros. Juan

Hemos señalado el hecho de que los malos actos se conocen de manera recíproca y que las dificultades anímicas se transfieren a la figura divina. De esta forma surge una íntima unión entre este hombre y aquel otro. Pero no solamente se debe estar unido mediante el amor a Dios, sino también al prójimo. Sí, esta relación parece incluso tan importante como la primera. Si Dios solamente permanece en nosotros cuando amamos al hermano, entonces casi se podría suponer que el amor es más importante que Dios. Esta pregunta no resulta tan disparatada cuando miramos más de cerca las palabras de Hugo de San Víctor:

¡Pues tú, amor, posees inmensa fuerza; solamente tú fuiste capaz de hacer bajar a Dios del cielo a la tierra, qué fuerte es tu lazo, con el cual hasta el mismo Dios pudo ser atado… tú lo provocaste, lo ataste en tus lazos, lo heriste con tus flechas… tú heriste al que no puede sufrir, ataste al invencible, atrajiste al inamovible, hiciste mortal al eterno…! ¡Amor, cuán grande es tu triunfo! Hugo de San Víctor

Por consiguiente, el amor no parece ser una potencia menor. El amor es Dios mismo. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él.

El amor es, por otro lado, un antropomorfismo por excelencia y, junto al hambre, la clásica fuerza psíquica instintiva del hombre. Considerado desde un punto de vista psicológico es, por un lado, una función de relación; por otro, un estado psíquico con acentos emotivos que como es evidente coincide, por decirlo de alguna forma, con la imagen de Dios. El amor posee indudablemente un determinante instintivo; es atributo y acción del hombre, y cuando el discurso religioso define a Dios como amor subsiste el peligro de confundir el amor que obra en el hombre con el obrar de Dios.

EL AMOR CRECE

El problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse.

Si buscamos juicios concretos sobre esa fuerza del destino que abarca lo mas inmenso hasta lo mas pequeño, el resultado es sorprendentemente escaso. Quizá esto tenga que ver con el hecho de que es prioritario el individuo y su relación con el mundo interior. De todos modos, el verdadero amor va más allá del tema del amor y comprende las relaciones en el sentido más amplio de la palabra. Esto parece justificado, ya que el verdadero amor, en en si ese símbolo central del amor, como aquel que une y separa, como relación anímica, el interés por las cosas.

Cuando se habla del amor es como una trama, las transiciones son fluidas. Especialmente los dos conceptos de amor: el real y el sensual, que hacen que se eche de menos la claridad, ya que en determinados contextos, son cómo sinónimos. El amor real aparece en primer plano en la relación anímica en el sentido más amplio, mientras que en los textos sobre el amor pasional se une la relación anímica con la sensual.

El ser humano está atrapado y encerrado en el todo. Siempre depende de él y está fundado en él donde el amor es luz y tiniebla, cuyo final no alcanza a ver. Solamente si sigue la vida espiritual y las etapas hacia el amor, porque donde existe el amor no hay deseo de poder y donde predomina el poder el amor es escaso.


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