El zapatero remendón - Cuento
Mi corazón suspira: Qué desgraciado soy, no hago mi oración de la mañana. Dijo el rabino: Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración.
ANTHONY DE MELLO
EL SUSPIRO
Lo autentico vale mas que lo aprendido.
Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la mañana?.
Preguntó el rabino: ¿Qué has venido haciendo hasta ahora?.
Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo; pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: ¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana!
Le respondió el rabino: Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración.
MI ORACIÓN
Solo por hoy elige pensamientos y emociones positivas.
Cuando era joven, me dolía el corazón por la violencia e injusticia de este mundo. Quería con toda mi alma darle un sentido profundo a mi existencia. Quería que, al morir, mi vida hubiera servido para marcar una diferencia en este mundo, aunque tuviera que pagar un precio muy alto para hacerlo.
Por eso mi oración era...
Señor, dame la fuerza y la sabiduría para que mi vida contribuya a mejorar la adversa situación de este mundo.
Después, siendo un hombre ya maduro, me di cuenta que no había podido cambiar nada, que el mundo continuaba igual o peor. Estaba frustrado porque me sentía impotente, entonces modifiqué mi oración de la siguiente manera:
Señor, ya que no pude cambiar el mundo, dame la fuerza y la sabiduría para ayudar a cambiar a mi familia y a mis cercanos.
Ahora que soy un anciano, me doy cuenta de lo ingenuo y arrogante que fui al tratar de cambiar a los demás. En mi infancia me enseñaron que todos mis problemas eran culpa de otros, que mi felicidad y mi progreso no dependían de mí. Cuan equivocados estaban.
Como derroché mi vida fijándome en los errores de los que me rodean, culpando a los otros de mis problemas, en vez de enfocarme en reconocer y corregir mis propios errores, mi oración ahora es:
Señor, dame la fuerza y la sabiduría para aprender a ver y a reconocer mis errores, para utilizar mi fuerza y mi poder personal, para ser cada día alguien que sabe crecer y elegir la acción constructiva en vez de la queja.
Amigos (as), ¿Cuán diferentes serían nuestras vidas, si la energía que hemos gastado en culpar a los demás de nuestros problemas, la hubiéramos empleado en resolverlos? Poco puedes hacer para cambiar al resto y mucho para cambiar tú mismo. ¿Qué puedes reconocer hoy?
P.D.: Sólo por hoy elige pensamientos y emociones positivas, ríe mas que ayer notarás la diferencia.