¡Que gran placebo! Creer que el universo te apoya

El universo me apoya y actúa a mi favor. ¡Qué gran placebo! ¿Cómo pensarías, vivirías y andarías por la calle si creyeras que el universo te apoya?

JOE DISPENZA

OPTIMISTAS Y PESIMISTAS

¿Puedes ser tu propio placebo?

Dos estudios recientes de la Universidad de Toledo de Ohio quizá han sido los que más luz han arrojado sobre cómo la mente determina lo que percibimos y experimentamos. Para cada uno de los estudios, los investigadores dividieron a un grupo de voluntarios con buena salud en dos categorías —optimistas y pesimistas—, según como respondieron a las preguntas de un cuestionario de diagnóstico. En el primer estudio les dieron un placebo, pero les dijeron que era un fármaco que les haría sentirse mal. Los pesimistas tuvieron una reacción negativa más fuerte a la pastilla que los optimistas. En el segundo estudio, los investigadores también les dieron a los participantes un placebo diciéndoles esta vez que les ayudaría a dormir mejor. Los optimistas afirmaron haber dormido mucho mejor que los pesimistas.

Los optimistas tendieron a responder de manera positiva a la sugestión de que algo les haría sentirse mejor porque los habían cebado para esperar el mejor resultado. Y los pesimistas fueron más proclives a responder negativamente a la sugestión de que algo les haría sentirse peor porque de forma consciente o inconsciente esperaban el peor resultado posible. Es como si los optimistas produjeran inconscientemente las sustancias químicas específicas que les ayudasen a dormir, y los pesimistas crearan una farmacia de sustancias químicas que les hicieran sentirse mal.

Es decir, en exactamente el mismo entorno las personas de mentalidad positiva tienden a crear situaciones positivas y las de mentalidad negativa tienden a crear situaciones negativas. Este es el milagro de nuestra ingeniería biológica individual dotada de libre albedrío.

Si bien no se conoce exactamente cuántas curaciones médicas proceden del efecto placebo (en su artículo de 1955, Beecher afirmaba que eran un 35 por ciento de ellas, pero las investigaciones actuales demuestran que puede oscilar del 10 al 100 por ciento), la cantidad total es sin duda muy importante. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿cuál es el porcentaje de enfermedades y trastornos debidos a los efectos de los pensamientos negativos en los nocebos? Teniendo en cuenta que las investigaciones científicas más recientes en el campo de la psicología estiman que cerca del 70 por ciento de nuestros pensamientos son negativos y redundantes, la cantidad de enfermedades que podemos crear inconscientemente debido al efecto nocebo es tremenda, sin duda mucho más elevada de lo que creemos. Esta idea tiene sentido, dado que muchos trastornos mentales, físicos y emocionales parecen surgir de la nada.

Aunque pueda parecerte increíble que tu mente sea tan poderosa, las investigaciones de las últimas décadas señalan claramente algunas grandes verdades: lo que piensas es lo que experimentas, y con relación a tu salud, lo materializas a través de la asombrosa farmacopea que tienes en el cuerpo y que se alinea de manera automática y exquisita con tus pensamientos. Esta milagrosa farmacia activa de manera natural las moléculas curativas que ya existen en tu cuerpo, liberando distintos componentes químicos diseñados para producir distintos efectos en distintas circunstancias. Naturalmente, esto hace que te preguntes: ¿cómo lo hacemos?

EL EFECTO NOCEBO

Por supuesto, siempre existe la otra cara de la moneda.

Mientras la sugestionabilidad acaparaba cada vez más atención por su capacidad curativa, también se hizo aparente que el mismo fenómeno se podía usar para hacer daño a los demás. Prácticas como los maleficios y los hechizos vudú ilustraban el aspecto negativo de la sugestionabilidad.

En la década de 1940, el psicólogo de la Universidad de Harvard Walter Bradford Cannon (que en 1932 había acuñado el término reacción de lucha o huida), estudió la respuesta nocebo, un fenómeno al que llamó muerte por vudú. Cannon examinó una serie de informes anecdóticos de personas que creían firmemente, debido a su cultura, en el poder de brujos o sacerdotes vudú, y que de pronto enfermaban y morían —pese a no tener lesiones, no haber tomado ningún veneno ni sufrir infección alguna— después de haber sido objeto de un maleficio o una maldición. Sus investigaciones constituirían el trabajo preliminar de lo que en la actualidad se conoce como los sistemas de respuesta fisiológica que permiten a las emociones (en concreto al miedo) causar enfermedades. La creencia de la víctima en el poder letal de un maleficio solo era un elemento psicológico más que le provocaba la muerte, afirmaba Cannon. Otro elemento era los efectos de ser aislado y rechazado socialmente, incluso por los propios familiares de la víctima. Esta clase de sujetos se convertían rápidamente en muertos vivientes.

Los efectos dañinos procedentes de fuentes inocuas no se limitan al vudú.

Los científicos acuñaron en la década de 1960 el término nocebo (que significa dañar en latín, lo opuesto de dar placer, el significado de placebo), refiriéndose a una sustancia inerte que produce efectos perjudiciales simplemente porque alguien cree o espera que le haga daño. El efecto nocebo suele darse en estudios sobre fármacos cuando los participantes que están tomando placebos esperan que el fármaco experimental les cause efectos secundarios, o cuando les advierten de los posibles efectos secundarios, y entonces los experimentan al asociar al fármaco con estos, aunque en realidad no lo estén tomando.

Por evidentes razones éticas existen pocos estudios concebidos para estudiar este fenómeno, aunque hay algunos. Un famoso ejemplo es el estudio realizado en 1962 en Japón con un grupo de niños sumamente alérgicos a la hiedra venenosa. Los investigadores les frotaron el antebrazo con una hoja de esta planta, pero les dijeron que la hoja era inofensiva. Luego les frotaron el otro antebrazo con una hoja inofensiva diciéndoles que era hiedra venenosa. A todos los niños les salió un sarpullido en el brazo donde les aplicaron la hoja que ellos creían era hiedra venenosa, pese a ser inofensiva. A 11 de los 13 niños no les salió ninguna erupción en el brazo donde les habían frotado la hiedra venenosa.

Este hallazgo dejó atónitos a los investigadores. ¿Cómo era posible que a unos niños sumamente alérgicos a la hiedra venenosa no les saliera ninguna erupción al entrar en contacto con ella? ¿Y por qué una hoja inofensiva les había producido alergia? La hiedra venenosa no les había causado ningún daño porque el nuevo pensamiento de que la hoja era inofensiva había anulado sus recuerdos y su creencia en su alergia. Y la segunda parte del experimento produjo el efecto contrario. Una hoja inofensiva se convirtió en dañina al creer que lo era. En ambos casos, el cuerpo de los niños respondió al instante a su nuevo estado mental.

En este ejemplo se podría decir que a esos niños los liberaron de algún modo de sus expectativas sobre la reacción física que les causaría la hoja tóxica, basadas en sus experiencias pasadas de ser alérgicos a ella. De hecho, de algún modo trascendieron una previsible línea de tiempo. Esto también sugiere que por alguna razón se volvieron más fuertes que las condiciones de su entorno (la hoja de hiedra venenosa). Al final fueron capaces de alterar y controlar su fisiología al cambiar simplemente un pensamiento. Esta asombrosa prueba sobre que un pensamiento (en forma de expectativa) pudo producir un efecto más fuerte en el cuerpo que el del entorno físico real, ayudó a marcar el nacimiento de un nuevo campo científico, el de la psiconeuroinmunología: el efecto que los pensamientos y las emociones producen en el sistema inmunológico, una parte importante de la conexión mente-cuerpo.

Otro notable estudio sobre el nocebo de la década de 1960 analizó a sujetos con asma. Los investigadores dieron a 40 pacientes asmáticos inhaladores que no contenían más que vapor de agua, pero les dijeron que contenían alergénicos o irritantes: 19 de ellos (el 48 por ciento) experimentaron síntomas asmáticos, como la contracción de las vías respiratorias, y 12 (el 30 por ciento) del grupo sufrieron ataques asmáticos en toda regla. Los investigadores les dieron más tarde inhaladores diciéndoles que contenían una medicina que les aliviaría los síntomas y las vías respiratorias se les volvieron a abrir a todos, aunque los inhaladores contuvieran solo vapor de agua.

En ambas situaciones —la de provocarles síntomas asmáticos y la de eliminarlos de manera espectacular—, los pacientes respondieron a la sugestión al implantarles los investigadores el pensamiento en la mente, obteniendo exactamente el efecto esperado. Sufrieron un ataque de asma cuando creyeron estar inhalando algo perjudicial y se pusieron mejor cuando pensaron estar inhalando un medicamento, y estos pensamientos fueron más poderosos que el propio entorno y que la realidad. Se podría decir que sus pensamientos crearon una realidad totalmente nueva.

¿Qué es lo que esto nos muestra sobre las creencias que albergamos y los pensamientos que tenemos a diario? ¿Estamos más predispuestos a pillar la gripe porque a lo largo del invierno por todas partes no vemos más que artículos relacionados con la estación gripal y carteles sobre vacunas, recordándonos que si no nos vacunamos enfermaremos? ¿Es posible que al ver a alguien con los síntomas de la gripe, enfermemos al pensar de la misma forma que los niños del estudio sobre la hiedra venenosa a los que una hoja inofensiva les provocó un sarpullido o que los asmáticos que tuvieron una reacción bronquial importante después de inhalar solamente vapor de agua?

¿Somos más proclives a sufrir artritis, rigidez articular, falta de memoria, poca energía y baja libido a medida que envejecemos simplemente porque esta es la versión de la verdad con la que nos bombardean los anuncios, los programas televisivos y los medios de comunicación?

¿Qué otras profecías que acarrean su propio cumplimiento estamos creando en nuestra mente sin darnos cuenta? ¿Y qué verdades inevitables podemos cambiar simplemente al tener nuevos pensamientos y adoptar nuevas creencias?

CAMBIA TUS CREENCIAS

Que sucedería si te cuestionaras tus creencias inconscientes.

Pregúntate a ti mismo: ¿Qué creencias y percepciones sobre mí y mi vida he estado aceptando sin darme cuenta para poder cambiar y crear este nuevo estado del ser? Es una pregunta en la que necesitas reflexionar detenidamente porque, como ya he señalado, ni siquiera somos conscientes de muchas creencias que damos por ciertas.

A menudo aceptamos cierta información del entorno que nos bombea para aceptar determinadas creencias que pueden o no ser ciertas. De cualquier modo, en cuanto las aceptamos, afectan no solo a nuestro rendimiento, sino también a las decisiones que tomamos.

Unas jóvenes que antes de hacer una prueba de matemáticas leyeron unos informes científicos falsos acerca de que los hombres eran mejores en matemáticas que las mujeres, las que leyeron que la ventaja se debía a la genética, sacaron una puntuación más baja que las que leyeron que se debía a los estereotipos. Aunque ambos informes eran falsos —los hombres no son mejores en matemáticas que las mujeres—, las jóvenes del grupo que leyeron que tenían una desventaja genética, se lo creyeron y luego sacaron una menor puntuación en la prueba. Lo mismo les sucedió a los estudiantes blancos a los que les dijeron antes de hacer la prueba que los asiáticos sacaban notas

Algo mejores en matemáticas que los blancos. En ambos casos, cuando a los estudiantes los bombearon para que creyeran inconscientemente que no obtendrían una buena puntuación en matemáticas, les acabó sucediendo, aunque lo que les habían dicho fuera totalmente falso.

Teniendo esto en cuenta, échale un vistazo a la siguiente lista de algunas creencias limitadoras comunes y advierte cuáles puedes albergar sin que te hayas percatado de ello:

Soy una nulidad en matemáticas. Soy tímido. Tengo mal genio. No soy listo ni creativo. Me parezco mucho a mis padres. Los hombres no lloran ni son vulnerables. Nunca tendré pareja. Las mujeres son inferiores a los hombres. Mi raza o cultura es superior a las otras. La vida es un tema muy serio. La vida es muy difícil y todo el mundo va a la suya. Nunca voy a triunfar. Para triunfar en la vida tengo que trabajar duro. Nunca me pasa nada bueno. No tengo buena suerte. Las cosas nunca me salen como yo quisiera. Siempre voy corto de tiempo. Mi felicidad depende de los demás. Cuando consiga lo que quiero seré feliz. Es difícil cambiar la realidad. La realidad es un proceso lineal. Los gérmenes me hacen enfermar. Engordo fácilmente. Necesito dormir ocho horas. Mi dolor se ha vuelto crónico y ya nunca desaparecerá. Se me está pasando el arroz. Existe un canon de belleza y punto. Divertirse es una frivolidad. Dios está en el exterior. Como soy una mala persona, Dios no me quiere…

Podría seguir y seguir citando frases, pero ahora ya sabes a lo que me refiero.

Como las creencias y percepciones se basan en experiencias del pasado, cualquiera de esas creencias que albergas sobre ti viene de tu pasado. Así que ¿son reales o te las has imaginado? Aunque en un momento dado de tu vida fueran reales, no tienen por qué seguir siéndolo ahora.

Pero no las vemos de este modo porque somos adictos a nuestras creencias, a las emociones del pasado. Las vemos como verdades y no como ideas que podemos cambiar. Si tenemos creencias sólidas sobre algo, aunque tuviéramos delante de las narices la prueba de que son falsas, no lo veríamos, porque lo que percibimos es totalmente distinto. En realidad nos hemos condicionado a creer en toda clase de cosas que no siempre son verdad, y muchas tienen un efecto negativo en nuestra salud y en nuestra felicidad.

Ciertas creencias culturales son un buen ejemplo de ello. En una historia del maleficio vudú el paciente estaba convencido de que se iba a morir por la maldición de un sacerdote vudú. El hechizo funcionaba solo porque él (y las otras personas de su misma cultura) creían en el vudú, pero lo que en realidad le había echado la maldición no era el vudú, sino su propia creencia.

Otras creencias culturales pueden causar muertes prematuras. por ejemplo, los estadounidenses de origen chino que han nacido en un año que en la astrología y la medicina chinas se considera que trae mala suerte, cuando tienen una enfermedad mueren cinco años antes, según los investigadores de la Universidad de california en san Diego, que estudiaron los informes de fallecimientos de casi treinta mil estadounidenses de origen chino. El efecto era más fuerte en los más apegados a las tradiciones y creencias chinas y los resultados también se aprecian en prácticamente todas las causas importantes de muertes estudiadas. Por ejemplo, los chino estadounidenses nacidos en los años vinculados con la tendencia a enfermar por bultos y tumores, murieron de cáncer linfático a una edad en la que eran cuatro años más jóvenes que los chino-estadounidenses nacidos en otros años o que los estadounidenses con cánceres similares.

Todos estos ejemplos demuestran que somos sugestionables solo por lo que creemos que es verdad de manera consciente o inconsciente. Un esquimal que no crea en la astrología china está tan poco predispuesto a dejarse sugestionar por la idea de que es vulnerable a cierta enfermedad por haber nacido en el año del tigre o del dragón, como lo estaría un episcopaliano a la idea de que el maleficio de un sacerdote vudú podría matarle.

Pero en cuanto cualquiera de nosotros acepta y cree en un resultado y se entrega a él sin darse cuenta o sin analizarlo, se deja sugestionar por esa realidad en particular. En la mayoría de la gente este tipo de creencias, implantadas en el sistema subconsciente más allá de la mente consciente, es lo que les provoca la enfermedad.

Así es que ahora te haré otra pregunta:

¿Cuántas creencias personales basadas en experiencias culturales tienes que tal vez sean falsas?

Cambiar de creencias quizá cueste, pero no es algo imposible, solo piensa en lo que sucedería si te cuestionaras tus creencias inconscientes.

¿Y si en lugar de pensar y sentir Nunca tengo bastante tiempo para hacer todo lo que debo hacer, pensaras y sintieras Vivo en el sin tiempo y puedo hacer todo cuanto debo hacer? ¿Y si en lugar de creer: El universo se ha confabulado en mi contra, creyeras: El universo me apoya y actúa a mi favor? ¡Qué gran placebo! ¿Cómo pensarías, vivirías y andarías por la calle si creyeras que el universo te apoya? ¿Qué crees que sería lo que esto cambiaría en tu vida?

Cuando cambies una creencia, empieza a hacerlo aceptando que es posible, cambia luego tu nivel de energía con la emoción elevada de la que he hablado antes y, por último, deja que tu biología se reorganice. No hace falta que pienses cómo o cuándo ocurrirá esta reorganización biológica, ya que entonces activarías la mente analítica, con lo que entrarías en el estado beta en el que eres menos sugestionable. En su lugar, toma simplemente una decisión con firmeza. Y en cuanto la amplitud o energía de esta decisión sea más potente que los programas grabados en tu cerebro y que la adicción emocional de tu cuerpo, habrás ido más allá del pasado, tu cuerpo responderá a la nueva mente y podrás crear un verdadero cambio. Tú ya sabes cómo hacerlo. Piensa en alguna ocasión en la que decidiste cambiar algo de ti o de tu vida. Seguro que hubo un momento en el que te dijiste: ¡No me importa cómo me sienta [cuerpo]! ¡Ni lo que está pasando en mi vida [entorno]! Y ¡me da igual cuánto tarde en conseguirlo [tiempo]! ¡Lo voy a lograr!

Al instante se te puso la carne de gallina porque entraste en un estado alterado del ser. En cuanto sentiste esta energía, empezaste a enviarle a tu cuerpo una nueva información. Te sentiste inspirado y saliste de tu estado del ser habitual, porque a través de los pensamientos tu cuerpo pasó de vivir en el mismo pasado de siempre a vivir en un nuevo futuro. En realidad tu cuerpo dejó de ser la mente y tú te convertiste en ella. Cambiaste una creencia.