Espiritualidad y religiosidad de Gandhi
Para tener una visión plena de la verdad y de Dios es interesante conocer la espiritualidad y la religiosidad de Mahatma Gandhi para robustecer el corazón.
MAHATMA GANDHI
PENSAMIENTOS DE GANDHI
Pensamientos de Gandhi sobre la Religión y la Espiritualidad
Gandhi era pensador hinduista indio y decía refiriéndose a Jesús que en principio, debes buscar la verdad: la belleza y la bondad surgirán por añadidura. Tal es la auténtica enseñanza de Cristo en el Sermón del Monte. A mi entender, Jesús fue un artista inigualable, pues captó la verdad y supo expresarla.
Jesús expresó como nadie el espíritu y la voluntad de Dios. Por este motivo, Lo veo y Lo reconozco como Hijo de Dios. Puesto que la vida de Jesús posee el significado y la trascendencia que he mencionado, creo que El pertenece no solamente al cristianismo sino al mundo entero, a todas las razas y gentes, sin que importe demasiado bajo qué bandera, denominación o doctrina sirvan, profesen una fe o adoren al Dios heredado de sus antepasados.
ESPIRITUALIDAD Y RELIGIÓN
La única religión está más allá de todo discurso.
La relación espiritual es más preciada que la física. La relación física sin la espiritual es un cuerpo sin alma.
Desconfío de quienes proclaman su fe a los otros, en especial cuando pretenden convertirlos. La fe no existe para ser predicada, sino para ser vivida. Es entonces cuando se propaga por sí misma. Las escrituras jamás pueden trascender la razón y la verdad. Existen precisamente para purificar la razón y para iluminar la verdad.
Pero tratándose de seres humanos, el sentido de la palabra va adquiriendo transformaciones progresivas. Por ejemplo, la palabra más rica, Dios, no posee el mismo significado para todos los hombres. Todo depende de la experiencia de cada cual.
Cada experiencia con la identificación con todo lo que vive es imposible sin la auto purificación, y sin auto purificación la observancia de la ley de la no violencia es un sueño sin contenido. Dios no será jamás percibido por quien no tenga el corazón puro. Por lo tanto, la auto purificación se traducirá en purificación de todos los rumbos de la vida. Dado que la purificación es altamente contagiosa, la purificación de uno mismo conduce necesariamente a la purificación de lo que nos rodea.
La prueba de purificación que uno experimenta dentro de sí mismo la presencia real de Dios no procede de una evidencia extraña a nosotros, sino de una transformación de nuestra conducta y de nuestro carácter. El testimonio nos lo brinda la experiencia ininterrumpida de sabios y de profetas, pertenecientes a todos los países. Quien rechace este dato tan certero estaría renegando de sí mismo.
Sin embargo para ver cara a cara al universal y omnipenetrante espíritu de la verdad supone ser capaz de amar hasta a la criatura más insignificante como si se tratara de uno mismo. El hombre que a eso aspire no tiene que mantenerse alejado de ningún campo de la vida. Tal es el motivo de que mi devoción a la verdad me haya impulsado al campo político.
Puedo asegurar sin la mínima vacilación -aunque con toda humildad- que quienes afirman que la religión no tiene nada que ver con la política no conocen el significado de la religión.
Si tuviéramos una visión plena de la verdad, ya no buscaríamos a Dios, sino que seríamos uno con él, porque la verdad es Dios. Mientras no lo logremos, seremos imperfectos. Por consiguiente, la religión -tal como la concebimos- también tiene que ser imperfecta: está sujeta a evolución.
Dios no se encuentra en el cielo ni en el infierno, sino en cada uno de nosotros. En consecuencia, podré ver algún día a Dios, si me consagro al servicio de la humanidad. Así como un árbol tiene un único tronco pero muchas ramas y hojas, así hay una sola religión -la humana- pero miles de expresiones de fe.
Religiosidad pueden haber mieles pero el devoto de la verdad jamás debe hacer nada por mero acatamiento a las convenciones reinantes. Debe estar siempre predispuesto a corregirse, y cuando descubra que está equivocado, tiene que confesarlo a toda costa y pagar por ello.
La mayoría de los hombres religiosos con que me encontré, son políticos disfrazados de religiosidad. En cambio, yo que parezco disfrazado de político, soy un hombre íntimamente religioso.
Teniendo en cuenta que para cada hombre las cosas poseen dos aspectos: uno externo, otro interno. El aspecto externo no posee valor, salvo que lo auxilie el interno. Por eso, todo el arte verdadero es una manifestación del alma. Las formas exteriores solo tienen valor cuando expresan el espíritu, la interioridad del hombre.
Entendiendo los dos aspectos es bueno anotar que nadie en este mundo posee la verdad absoluta. Es solamente un atributo de Dios. Todo lo que conocemos es una verdad relativa. Por lo tanto, solo podemos perseguir la verdad tal como la vemos. En tal búsqueda de la verdad, nadie puede perderse.
Un hombre de fe permanecerá aferrado a la verdad, aunque el mundo entero luzca absorbido por la falsedad.
Todo en el universo -incluidos el sol, la luna y las estrellas- obedecen a determinadas leyes. Sin la influencia restrictiva de tales leyes, el mundo no perduraría un solo instante. Ustedes, que tienen la misión de servir a sus semejantes, se verán muy confundidos si no se imponen algún tipo de disciplina.
Y no olviden que la plegaria es una disciplina espiritual necesaria. La disciplina y las restricciones autoimpuestas son lo que nos diferencia de las bestias. Puedo ser una persona despreciable, pero cuando la verdad habla a través de mí, me vuelvo invencible.
No poseo otra fortaleza que la que emana de la insistencia en la verdad. La no violencia surge de la misma insistencia.
Si solo un hombre avanza un paso en la existencia espiritual, toda la humanidad se beneficia de ello. Al contrario, la marcha atrás de uno solo implica un retroceso del mundo entero.
En el ignorante, el alma permanece siempre dormida.
En el hombre, el raciocinio agudiza y orienta la sensibilidad. Lo que le permite al alma salir de su sueño es despertar al corazón. También es lo que despierta a la razón y lo que la acostumbra a discernir entre el bien y el mal. Hoy, todo lo que nos rodea, nuestras lecturas, nuestros pensamientos y nuestras costumbres sociales, todo ello conspira generalmente para estimular nuestro instinto sexual y facilitar su satisfacción. No resulta fácil liberarse de tal engranaje. Pero es una labor digna de nuestros más decididos esfuerzos.
Pero muchas veces, se confunde el conocimiento espiritual con el progreso espiritual. La espiritualidad no es cuestión de saberes escriturales ni de discusiones filosóficas. Más bien, se trata de robustecer el corazón por encima de toda medida. La primera exigencia de toda espiritualidad es la intrepidez. Resulta imposible que un cobarde sea virtuoso.
Todas las creencias constituyen una revelación de la verdad, pero todas son imperfectas y están sujetas a errores. La reverencia que nos inspiran las religiones no debe cegarnos ante sus defectos. Igualmente, debemos ser agudamente sensibles a los defectos de nuestra fe, no para dejarlos tal como están sino para tratar de superarlos. Al observar con ojo imparcial las demás religiones, no solo no debemos vacilar en incorporar a nuestra fe los rasgos aceptables de las otras creencias sino, por el contrario, pensar que ese es nuestro deber.
LA ORACIÓN
Una plegaria sincera está muy lejos de ser un recitado articulado con la boca. Es un anhelo interno que se expresa en cada palabra y en cada acto, en cada negación y en cada uno de los pensamientos del hombre. Si nos asalta con éxito un mal pensamiento, debemos saber que apenas ofrecimos una plegaria de los dientes para afuera. Otro tanto ocurre con las malas palabras que puedan escapar de nuestra boca o de los malos actos que practiquemos.
La plegaria genuina es un escudo y una protección total contra dicha trinidad de males.
No soy un sabio, pero humildemente aspiro a ser un hombre de oración. La manera de orar importa poco. En este terreno, cada uno constituye su propia ley. No obstante, existen ciertos itinerarios con mojones claros y que resulta más seguro seguir, sin apartarse de ellos, puesto que fueron trazados por maestros antiguos y expertos.
Cada cual le ora a Dios según su propia luz.
LA HUMILDAD
Cuando me inclino sobre la tierra, advierto mi deuda con Dios y también que -si soy digno de esta morada- debo reducirme a polvo y regocijarme por entablar lazos no apenas con los seres humanos más inferiores sino también con las formas más bajas de la creación, cuyo sino -ser reducidas a polvo- debo compartir. Las formas más ínfimas de la creación son tan imperecederas como mi alma.
EL SILENCIO
El silencio ayuda mucho a quien, como yo, procura la verdad.
En un estado de silencio, el alma encuentra el sendero iluminado por la luz más clara, y lo que era esquivo y engañoso, es resuelto por una claridad cristalina. Nuestra vida es una prolongada y ardua búsqueda de la verdad. Y para alcanzar la cima más elevada, el alma requiere reposo interior.
Para mí, el silencio se ha vuelto una necesidad física y espiritual. Al principio, me quedaba en silencio para superar cierta sensación de apremio. En esos días anhelaba tiempo para escribir. No obstante, después de practicarlo durante un tiempo, entendí su valor espiritual. De repente se me cruzó por la cabeza que en esos momentos era cuando podía tener una mejor comunicación con Dios. Ahora, siento como si estuviera naturalmente configurado para el silencio.
No se es forzosamente silencioso por el hecho de tener la boca tapada. Hasta pueden habernos cortado la lengua, sin que por ello hayamos conocido el silencio verdadero. El hombre silencioso es el que teniendo la posibilidad de hablar, jamás pronuncia una palabra de más. La experiencia me enseñó que el silencio forma parte de la disciplina espiritual del devoto de la verdad. La propensión a exagerar, a suprimir o modificar la verdad -sea o no a sabiendas- es una debilidad natural del hombre.
Por consiguiente, para vencer dicha debilidad se hace necesario el silencio. El hombre de pocas palabras raramente será descuidado con su habla, pues medirá sin falta cada sílaba que pronuncie.
Mi mejor arma es la plegaria silenciosa.
Mahatma Gandhi