Biografía religiosa de Goethe

Interesante biografía religiosa de Goethe donde intervienen el teólogo Albert Schweizer y Johann Peter Eckerman muestra la esencia de sus creencias.

JOHANN W GOETHE

BIOGRAFIA RELIGIOSA DE GOETHE

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue un famoso escritor e intelectual alemán. En la literatura, se desempeñó como novelista, dramaturgo, ensayista, y poeta. En el área científica, realizó estudios de morfología biológica, botánica y anatomía. En el ámbito político, ejerció el cargo de ministro en jefe de Estado durante diez años en la ciudad de Weimar, Confederación Alemana.

Wolfgang von Goethe fue criado en una familia de fe luterana. Durante su juventud, Goethe adquirió un gran gusto por a lectura de las obras sobre la historia y la religión:

Yo tenía desde la infancia el singular hábito de siempre aprender de memoria los comienzos de los libros, y las divisiones de una obra, primero de los cinco libros de Moisés...

Fácilmente me escapé a aquellas regiones orientales, me sumergí en los primeros libros de Moisés y allí, en medio de las tribus de pastores dispersos, me encontré en seguida en la mayor soledad y la más grande sociedad.

A sus 24 años, en 1773, el joven Goethe escribía que su fe estaba bien puesta en el Salvador del mundo:

Me mantengo en la fe en el amor divino — la cual, hace muchos años por un breve momento en un pequeño rincón de la tierra, se paseó como un hombre que lleva el nombre de Jesucristo — como la única base sobre la cuál reposa mi felicidad.

Considero que la fe en el amor de Dios es la única base sobre la cual descansa mi salvación.

Al respecto, el teólogo Albert Schweizer, realizó un estudio detallado en su libro titulado Goethe: Cinco Estudios, donde concluye:

Por lo tanto, el amor es, para Goethe, la máxima expresión del espíritu; él no puede pensar en Dios, la personificación de todo lo espiritual, salvo en el cumplimiento del amor.

Lamentablemente, en los años siguientes (sobre todo durante su primera estancia en Italia), Goethe parece haberse alejado del cristianismo.

Al momento de inmiscuirse en la política, e involucrarse en la masonería, comenzó a escribir numerosas obras, muchas de las cuales presentan una mentalidad secular. Algunas veces, incluso llegó a llamarse sí mismo pagano.

No obstante, Goethe no abandonó su creencia en la existencia de Dios. Por el contrario, como lo señala Schewitzer, su alejamiento representó una fase en que Goethe había dejado de seguir muchos de los preceptos dogmáticos de la religión.

En una de sus obras, Fausto, (1808), Goethe demuestra especialmente una aversión persistente contra la Iglesia Católica Romana, y caracterizaba la historia de ésta como una mezcolanza de falacia y violencia (Mischmasch von Irrtum und Gewalt).

En 1797, Goethe plasma en su obra Herman y Dorotea el siguiente pensamiento:

No podemos formar a nuestros hijos en base a nuestros propios conceptos, debemos tomarlos y amarlos como Dios nos los da a nosotros.

En su autobiografía, Goethe reconocía que las facultades de raciocinio nos fueron concedidas por nuestro Creador:

Hemos recibido de un Creador bondadoso una variedad de facultades mentales, a las cuales no debemos descuidar, dándoles su cultura apropiada en nuestros primeros años.

A pesar del desvío de Goethe hacia un deísmo difuso, su historia aún estaba por terminar de escribirse. En la década de 1820, Goethe contrató al escritor y poeta Johann Peter Eckerman como su secretario particular. Desde entonces, la asociación entre ambos personajes se hizo cada vez más profunda y, acto seguido, comenzaron a tener numerosas conversaciones que Eckerman se encargaría de plasmar en un libro que tituló Conversaciones con Goethe (Gespräche mit Goethe). La importancia histórica y el contenido biográfico de esta obra han sido reconocidas abiertamente, incluso por autores anti-cristianos.

Aunque Goethe se oponía aún a enseñanzas de muchas iglesias, las conversaciones entre Goethe y Eckerman reportan un cambio de mentalidad en sus últimos años, uno que pasa a tornarse finalmente en comentarios mucho más que favorables hacia la fe cristiana, en los que Goethe demuestra haber vuelto a adoptar renovadamente las creencias de su juventud. Como lo reportan Euckeman, y Schweitzer, Goethe habló sobre el cristianismo, el domingo 11 de marzo de 1832, unos cuantos días antes de su muerte:

Euckerman presentó primeramente el contexto:

Pasé esta tarde durante una hora con Goethe, hablando de diversos temas de interés. Yo había comprado una Biblia Inglesa, en la que me encontré, para mi gran lamento, que los libros apócrifos no estaban contenidos. Habían sido rechazados, ya que no se consideraron auténticos y de origen divino. . . Hablé con Goethe de mi pesar por la visión tan estrecha por la que algunos de los escritos del Antiguo Testamento son considerados como inmediatamente procedentes de Dios, mientras que otros, igualmente excelentes, no lo son. Como si pudiera haber algo noble y grande que no procediera de Dios, y que no fuera fruto de su influencia.

Ante el planteamiento de la temática, Johann Wolfgang von Goethe manifestó sus creencias:

Soy bastante de tu opinión, sin embargo, hay dos puntos de vista por los que se pueden contemplar los temas bíblicos. Está el punto de vista que proporciona una especie de religión primordial, de naturaleza y razón pura, que es de origen divina. Ésta siempre será la misma, y perdurará y prevalecerá mientras hayan seres dotados divinamente. Es, sin embargo, solo para los elegidos, y es demasiado elevada y noble para hacerse universal. Luego, está el punto de vista de la Iglesia, la cual es de una naturaleza más humana. Esta es defectuosa y está sujeta al cambio; pero va a durar en un estado de constante transformación, siempre y cuando haya blandura en los seres humanos...

El sacerdocio no se pregunta mucho si este o aquel libro en la Biblia ilumina grandemente la mente, y contiene doctrinas de gran moralidad y naturaleza humana noble. Mas bien, prefiere buscar en los libros de Moisés, en referencia a la caída del hombre y el origen de la necesidad de un Redentor; busca los profetas que aluden repetidamente a Él, a Aquél que era el Esperado, y refiere, en los Evangelios, su verdadera apariencia en la tierra, y Su muerte en la cruz, como la expiación por nuestros pecados humanos. Ves, por lo tanto, que para tales propósitos, sopesados con balance, ni el libro de Tobías, la Sabiduría de Salomón, ni los Dichos de Sirácida, pueden tener mucho peso.

Aun así, con referencia a las cosas en la Biblia, la cuestión de si son auténticos o falsos los libros es bastante extraña. ¿Que es verdadero, sino aquello que es verdaderamente excelente, que se encuentra en armonía con la más pura naturaleza y la razón pura, y que incluso ahora ministra nuestro desarrollo más alto? ¿Qué es lo falso, sino lo absurdo y lo hueco que no produce frutos? — (al menos, no buenos frutos)? . . .

Mas, miro a todos los cuatro Evangelios como del todo genuinos, porque hay en ellos el reflejo de una grandeza que emanaba de la persona de Jesús, en quien lo Divino se manifestó como en nadie nunca antes. Si me preguntas si estoy dispuesto a darle a Él una reverencia devota, he de decir — ¡Por supuesto! Me inclino ante Él como la revelación Divina de los más supremos principios morales. . . pero si me preguntaran si me inclinaría a la tumba de huesos del apóstol Pedro o Pablo, lo que digo es, déjenme, y no se me acerquen con sus cosas absurdas!

No apaguéis el Espíritu, dice el apóstol.

Hay muchas otras cosas absurdas en las proposiciones de la Iglesia Católica, sin embargo, ella querrá dominar, puesto que debe haber una multitud de mente estrecha, que le inclina su cabeza y le gusta ser gobernada. El clero alto y enriquecido no teme a nada más como a la iluminación de las clases bajas. Ellos querrán retener la Biblia para sí mismo, siempre que sea posible. ¡Qué podría pensar un pobre cristiano sobre la magnificencia principesca de un obispo enriquecido, cuando ve en los Evangelios la pobreza y la indigencia de Cristo, que, con sus discípulos, viajó humildemente a pie, mientras que el obispo como príncipe parlotea a lo largo de su carruaje tirado por seis caballos!

Apenas somos conscientes de lo mucho que le debemos a Lutero y a la Reforma. Hemos sido librados de las cadenas de la ignorancia espiritual. En consecuencia de nuestra cultura creciente, hemos vuelto a ser capaces de volver al origen y comprender el cristianismo en su pureza. Tenemos, de nuevo, el valor de poner los pies firmes en la tierra de Dios y sentir nuestra naturaleza humana dotada divinamente.

Que nuestra cultura espiritual progrese, que el conocimiento de la naturaleza crezca, haciendo vínculos cada vez con mayor alcance y profundidad, y que el espíritu humano se expanda; este espíritu humano jamás escapará de la grandeza y sublimidad del cristianismo, como brilla y resplance en los Evangelios.

Mas, cuanto más avancemos los protestantes eficientemente en nuestro noble desarrollo, más rápido vendrán los católicos detrás de nosotros. En cuanto ellos mismos se sientan gradualmente ilustrados por la época, tendrán que seguir adelante, hasta que finalmente alcancen el punto en el que todo será una unidad.

Incluso las molestas sectas protestantes acabarán, junto con el sentimiento de hostilidad entre padre e hijo, hermana y hermano, en cuanto la doctrina pura y el amor de Cristo se comprendan en su verdadera naturaleza, y se hayan convertido en un principio vital; nos sentiremos como seres humanos, estupenda y libremente, y no conferiremos especial importancia a las formas externas de la religión. También avanzaremos gradualmente de una forma de Cristianismos de palabras y pensamiento, a un Cristianismo de carácter y acción.

Dios no se retiró a descansar después de la voluntad del conocido sexto día de la creación, sino que, por el contrario, está constantemente activo como en el primero. Él está constantemente activo ahora en la naturaleza más elevada para atraer a los de más abajo

Albert Schewitzer termina el estudio sobre las creencias religiosas de Goethe, citando uno de sus fragmentos en el que el escritor había escrito:

En silencio, un Dios habla a nuestros corazones; serena y claramente nos muestra qué buscar y qué evitar...

En uno de sus famosos epígrafes, Goethe declaró:

Quien tenga Ciencia y Arte
también tiene religión;
Quien no tiene ninguna,
¡que tenga Religión!