Los 10 mandamientos del Buda - Budismo

Los 10 mandamientos del Buda –Budismo- o los del Cristo –Cristianismo-; apuntan todos a lo mismo; al florecimiento de la cualidad y conciencia total.

BUDA

LOS MANDAMIENTOS DEL BUDISMO

Leyes por los cuales se rigen los Budistas en su vida hacia la iluminación del espíritu.

Mandamientos del Budismo. Estas leyes fueron creadas por Buda para liberar a sus hijos de los males que atacan continuamente el alma del hombre. Según la tradición Budista las acciones son correctas o incorrectas dependiendo del estado mental a partir del que se realizan.

Existen dos tipos de acciones: diestro y torpe, así la moralidad budista es más una cuestión de inteligencia. Las acciones torpes se definen como aquellas que tienen su raíz en la avaricia o deseo egoísta, en el odio y la aversión y en la confusión mental o ignorancia.

Las acciones diestras están basadas en la amabilidad y claridad, son aquellas que se encuentran libres de avaricia, odio e ignorancia, y que están motivadas por la generosidad, por el amor y la comprensión. Consiste en actuar a partir de lo mejor que hay en nosotros, desde nuestra más profunda comprensión e intuición.

LOS 10 MANDAMIENTOS DE BUDA

NO MATAR

En la Naturaleza la vida es sagrada. Matar es aceptar el Karma por haber impedido a una vida su ascenso a lo eterno. Matar es obstaculizar una oportunidad de crecimiento, y el que impide a un alma su marcha hacia la eternidad es el más grande de los pecadores. La vida del budista es inofensiva. No solamente habrá de abstenerse de matar los cuerpos, sino que habrá de cuidarse mucho de matar las esperanzas del hombre, y mucho menos aún un ideal o una virtud, por descuido o falta de consideración. Para las vidas de los reinos inferiores —animales, plantas y minerales— también demostrará amor y afecto. Y a medida que avance en el sendero, no deberá matar nada del todo, sino que vivirá de los frutos de las cosas y aun eso, a partir del instante de su madurez, el punto a partir del cual caerán por su propio proceso.

NO ROBAR

El budista no desea lo que a otros pertenezca, y el crimen consiste no solamente en tomarlo, sino ya en desearlo. El verdadero budista considera pecado aún el hurtar al que mucho tiene, pues ello evidencia la presencia del demonio del deseo, que es el más terrible de todos los pecados. Y no solamente el budista habrá de respetar las pertenencias materiales de su prójimo, sino que no habrá de menoscabar su honor, sus esperanzas o cualquier otra posesión moral, ni codiciar el corazón, la mente o el alma de ninguna cosa, ni se apodera de animal, planta u otro ser vivo alguno.

NO COMETER ADULTERIO

Aquí aparece nuevamente el deseo, incluido entre los grandes pecados. También aquí el budista hace resaltar el hecho de que el pecado ya cometido en la mente es más grave que la ofensa realizada en el cuerpo, y el deseo de pecar es una verificación de las enseñanzas del Gran Buda de que el deseo es el origen del pecado.

NO MENTIR

Para la laicidad budista no debe haber falsedad. Se enseña a los budistas que la mentira aparece en la Naturaleza como un espíritu maligno, en la que lucha con la realidad del incidente o condición, y es un pecado que haya guerra en todas partes, y que uno que miente asalte la realidad y coloque obstáculos en el sendero de otras almas.

NO INGERIR BEBIDAS ALCOHÓLICAS

Se dice que el alcohol derrota al hombre y lo entrega a sus enemigos: los deseos; por eso, no ingerirá nada que pueda dificultar su autocontrol ante ellos. Su bebida será el agua y su alimento lo más sencillo posible, porque la sencillez es signo de sabiduría, mientras que la complicación lo es de ignorancia.

NO COMER FUERA DE LO HABITUAL

Él controlará su vida y elegirá ciertos períodos para todos los hábitos de su vida diaria. Se fija ciertos períodos y obligaciones y demuestra su dominio de sí cumpliéndolos inexorablemente. Cuando se desvía de ellos, se pone en evidencia que lo ataca nuevamente su enemigo: el deseo. El hombre corriente, bajo condiciones normales, solo se compromete a guardar los cinco primeros preceptos. El resto es seguido por los monjes, los aspirantes y discípulos y todos aquellos que han asumido la responsabilidad del desarrollo y se preparan para el sagrado Sendero del Medio.

NO DEBERÁ VANAGLORIARSE

Esta observancia le obliga a no glorificar su personalidad ni a buscar más adorno que su virtud, que es el adorno perfecto y la perfecta joya, y solo tratará de adornar y glorificar su espíritu. Preservará y cuidará su cuerpo, pero nunca habrá de exaltarlo más allá de su condición humana.

NO DEBERÁ EXALTARSE

Siempre será humilde, comprendiendo que tan solo en la humildad hay seguridad para las cosas del espíritu. Reconoce al egoísmo como el enemigo mortal del crecimiento espiritual y que el orgullo precede a toda caída. Solo a lo perfecto le corresponde un trono; todo lo demás ha de postrar a sus pies. Tan solo la perfecta justicia puede ser exaltada a todos los rumbos.

NO PARTICIPARA EN ACTOS MUNDANOS

No concurrirá a presenciar aquello que excite sus sentidos o que tienda a rodearlo de un ambiente materialista, porque la seducción de la mundanalidad es capaz de hacerle olvidar su falsedad e irrealidad. Deberá permanecer solo y sereno, meditando en cosas elevadas, libre de los enredos de los sentidos.

NO DEBERÁ TENER POSESIONES

El aspirante busca liberarse de las posesiones y tan solo valorizará la posesión de la sabiduría; por eso lucha contra la tendencia a agregar a aquello de que trata de separarse.

REFLEXIÓN

El proceso evolutivo es el proceso de desarrollo de la conciencia. Los árboles son más conscientes que las rocas; los animales son más conscientes que los árboles; el hombre es más consciente que los animales; los Budas son más conscientes que el hombre. La cualidad del Buda, la conciencia del Cristo y la iluminación apuntan a lo mismo; el florecimiento de la conciencia total. La materia es totalmente inconsciente; un Buda es totalmente consciente. El hombre se encuentra en algún punto intermedio: ni en un extremo ni en el otro. Vive en un estado de limbo. Ya no es un animal, pero aún no es un dios. Ya no lo que fue y no aún aquello en lo cual se puede transformar.