Un cuento de hadas muy real
La fantasía de los cuentos implantada por repetición en la niñez, puede terminar siendo el espejo de la realidad a la que todos debemos enfrentar.
JAUME XICOLA
FANTASÍA Y REALIDAD
Y... erase una vez... hace muchos, muchos años, un relato universal iniciando sus andaduras y extendiéndose como una plaga, arrasando mentes y corazones. Cuando niños y niñas veían ciertas películas de dibujos animados, o leían cuentos, o escuchaban las historias que sus padres les contaban antes de dormir, de antiguos reinos, de princesas en apuros, encerradas en altas torres y retenidas en ellas por feroces, feos y malvados dragones de halitosis crepitante. También de valerosos caballeros, atléticos, casi iluminados y rebosantes de generosidad, cuya única misión en la vida era SALVAR a esas tristes, débiles, sumisas pero de extraordinaria belleza, doncellas encarceladas.
Esta es pues, la semilla que germinará más tarde en existencias cargadas de frustración, rabia y desilusión.
CUENTO HECHO REALIDAD
Aquí empieza el cuento real de princesas y príncipes, el de fuera de libros y películas, el que muchos han tenido que sufrir y siguen sufriendo, a veces en el silencio de relaciones ya carentes de amor, que se mantienen por ese ideal que fue implantado en sus cabezas, mediante la limpia cirugía de la repetición. Otras veces se sufre a gritos, con intercambio de palabras duras, que hieren corazones cada vez más frágiles, y otras incluso a golpes.
Cuando se inicia una relación amorosa, todo encaja. Una gran unión hace su aparición, el uno no sabe vivir sin el otro, las promesar de eternidad, fidelidad y entrega total, saltan alegremente de labio a labio, de mirada a mirada, de corazón a corazón. Son momentos de una felicidad indescriptible, solo el que lo ha vivido puede entender lo que es. La generosidad es el pan nuestro de cada día lo que no esperamos es que el pan, un día, deberemos ganarlo con el sudor de nuestras frentes.
Al principio de la relación él se siente el príncipe y la ve a ella como la princesa del cuento, como su perfecta media naranja. Ella, del mismo modo, se ve a sí misma como la princesa que siempre quiso ser y lo ve a él como al caballero valiente, tanto tiempo esperado. Solo son capaces de ver las cualidades positivas del otro y de sí mismos, las que se ajustan con el ideal. La fantasía de felicidad es grande, y es vivida con intensa inconsciencia.
Entonces, un día, la princesa o el príncipe se salen de su papel. Él le mira las bondades a otra princesa que se cruza con ellos por la calle, o la acusa de decirle continuamente lo que tiene que hacer y cómo. Ella le reclama que la escuche con más atención cuando le está explicando algo y que ¡por dios! participe de la conversación, o le pregunta con mucha frecuencia: ¿ya no te gusto? Ya no me dices cosas bonitas. Se inicia así la difícil etapa de la desintoxicación del ideal romántico. La fantasía se desvanece y los personajes de los cuentos vuelven a sus libros. Ahora, los dragones de ambos hacen su aparición en escena, y ante los ojos y los corazones de ambos, se dibuja otro rostro del ser amado, uno egoísta, con sombras y puede que incluso ojeras. Este es el momento de la verdad, de saber si todo fue un sueño, o si por el contrario, al despertar, tenemos aún la compañía del otro.
Ni las princesas, ni los príncipes son capaces de darse a sí mismos todo lo que necesitan. Se convierten en adictos a lo que el otro les dio al inicio de la relación generosamente. Un dar que en realidad estaba cargado de inconsciencia. Durante estos inicios han perdido madurez e independencia. Cuando el otro les niega, en el presente, estos regalos pasados, aparecen la tristeza y la rabia... la relación empieza su etapa real.
Pero no solo es esta la gran prueba, no solo es aceptar lo que descubro del otro, lo que se sale de la perfección, y sufrir como cierra su grifo del dar... aún más difícil de encajar es el descubrimiento de mi egoísmo, de mi propia parte oscura, de mi ángulo muerto, que es fielmente reflejado por la mirada del que me mira de cerca, espejo límpido de mis zonas sombrías.
La puerta del castillo, el de la noche oscura del alma, está ahora abierta al otro lado del palacio está el paraíso A este, la comodidad y la seguridad de lo que ya conozco y que no me hace feliz... Dentro, la gran batalla de nuestra vida, el dragón que nos asusta por las noches desde el interior del armario de nuestra propia habitación, y además, la princesa atrapada que llora y reza por ser rescatada.
Pero qué es en el fondo este cuento contado para niños y repetido por ellos mismo, al crecer, sin darse cuenta, por sus cabecitas llenas de sueño, miedo y añoranza de unos años en que la vida era un juego que se vivía intensamente, momento a momento...
¿Qué?...
Pues no es otra cosa que un mensaje que nos conecta con la esencia humana. Un mensaje original que nos transmite algo sencillo, que de tan simple, es de una complejidad pocas veces entendida: yo soy el príncipe, la princesa y el oscuro dragón. Todos en uno, los tres en mí. Esto es lo que oculta en el fondo de su mar, esta historia de amor y aventura.
El príncipe es mi fuerza, mi coraje, es la acción, el moverme, el hacer en el día a día, es el que materializa mis proyectos, mis sueños, es el cazador que deja el calor y la comodidad de la aldea y se adentra en la naturaleza salvaje e impredecible, para atrapar la presa deseada, necesitada para alimentarse y alimentar a la familia que lo espera en su hogar. Es la energía masculina, nuestro Yang.
La princesa es mi sensibilidad, mi empatía y compasión. Es el cuidar y acompañar, es el cielo (o el mar) que se une a la tierra y la fecunda. Es la responsable del mayor acto de creación: dar vida, dar luz a lo oscuro. Es la energía femenina, nuestro Ying. Es lo que uno es, en lo profundo, auténtico, que conecta con lo que siente, lo que piensa y da al príncipe la razón de su hacer, el camino a recorrer y la claridad que este necesita para no perderse, para no ser derrotado por el perverso dragón.
¿Y el dragón?...
Nadie lo quiere, es despreciado, temido... ser solitario, enloquecido, desconectado del cielo y de la tierra. El dragón es mi propia sombra, la que no quiero ver, aquello que permanece oculto a la luz de mi conciencia. Es mi dolor antiguo, diariamente actualizado por el miedo a olvidarlo y volverlo a sufrir como la primera vez. Es mi frustración temprana, la que me sorprendió en medio de la edad de mi inocencia, mi primer contacto con el egoísmo de las personas que más necesitaba, el dolor de su rechazo, la tristeza de su abandono. Es el niño herido que fui, mi lado instintivo, animal, al que el príncipe pisotea a la menor oportunidad.
El príncipe se enfrenta al dragón, a su miedo, a su dolor y descubre que la fiera no lo es tanto y que es posible convivir con ella. Recupera así su fe en lo instintivo y en lo espontáneo. Al mismo tiempo, al rescatar a la princesa, recupera su autenticidad, su capacidad de creación, la conexión con su esencia y con el camino a recorrer... cada uno el suyo, no hay mejores ni peores... cada uno el suyo, el suyo de verdad... y borrar así de nuestras libretas del recuerdo, esta separación, esta desmembración del cuerpo en tres pedacitos, lo masculino, lo femenino y lo primitivo, o el padre, la madre y el hijo... razón, emoción e instinto.
El reencuentro y el equilibrio de esta triada, da la paz que nuestra alma necesita para su viaje, y que ahora hace escala en esta vida de tierra, sol y mares.