La iluminación espiritual

Las capas espirituales

LIBERACIÓN DE LAS CAPAS

Se le acercaron sus discípulos y le señalaron las construcciones del templo, pero él les dijo: ¿Veis todo esto? Os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida Jesús el Cristo

Imagínate a una cebolla con muchas capas. En algo así puede llegar a convertir tu mente: en algo tan obstruido, tan torpe e ilusa, que sea incapaz de pensar, de observar, de explorar, de descubrir... Mira a tu alrededor y verás cómo la mayoría de las mentes están así: torpes, dormidas, protegidas por capas, deseando no ser molestadas ni sacudidas de su modorra.

¿Que son esas capas?

Son tus creencias, las conclusiones a que has llegado acerca de personas y cosas, tus hábitos y tus apegos. Tus años de formación deberían haberte servido para eliminar esas capas y liberar tu mente. En cambio tu sociedad y tu cultura, que han recubierto tu mente con dichas capas, te han enseñado a no verlas siquiera, a refugiarte en el sueño y a dejar que otras personas - los expertos: los dirigentes políticos, culturales y religiosos - piensen por ti. De ese modo, han conseguido abrumarte con el peso de una autoridad y una tradición intangibles e incontestables.

Veamos esas capas una por una. La primera son tus creencias. Si tu manera de vivir viene determinada por tu condición de comunista o de capitalista, de musulmán o de judío, estarás experimentando la vida de un modo parcial y sesgado; hay entre ti y la realidad una barrera, una capa que te impide ver y tocar directamente dicha realidad.

La segunda capa la constituyen tus ideas. Si te aferras a una idea acerca de alguna persona, entonces ya no amas a esa persona, sino que amas tu idea acerca de ella. Cuando la vez hacer o decir algo, o comportarse de una determinada manera, le pones una etiqueta: es tonta, es torpe, es cruel, es simpática... Y entonces ya has puesto una pantalla, una capa entre ti y esa persona; y cuando vuelvas a encontrarte con ella, la verás en función de esa idea que te has formado, aun cuando ella haya cambiado. Observa cómo es precisamente esto lo que has hecho con casi todas las personas que conoces.

La tercera capa son los hábitos. El hábito o la costumbre es algo esencial en la vida humana. No podríamos caminar, hablar o conducir un auto si no tuviéramos el hábito de hacerlo. Pero los hábitos deben limitarse al ámbito de las cosas mecánicas, y no deberían invadir los terrenos del amor o de la visión. A nadie le gusta ser amado por costumbre. ¿No te has sentado nunca a la orilla del mar, hechizado por la majestad y el misterio del océano? El pescador mira todos los días el océano sin caer en cuenta de su grandeza. ¿Por qué? Por el efecto embotador de una capa llamada hábito. Te has formado una idea estereotipada acerca de todas las cosas que ves y, cuando tropiezas con ellas, no eres capaz de verlas en toda su cambiante novedad y frescor; lo único que ves es la misma idea insípida, espesa y aburrida que te has habituado a tener de ellas. Y así es como tratas y te relacionas con las personas y las cosas: sin frescor ni novedad de ningún tipo, sino de esa forma torpe y rutinaria generador la costumbre. Eres incapaz de mirar de una manera más creativa, porque, al haber adquirido el hábito de tratar con el mundo y con la gente, puedes activar el piloto automático de tu mente e irte a dormir.

La cuarta capa, formada por tus apegos y tus miedos, es la más fácil de ver. Recubre con una espesa capa de apego o de miedo (y de aversión, por consiguiente) cualquier cosa o persona, y en ese mismo instante dejarás de ver a esa cosa o persona como realmente es. Y para comprobar cuán cierto es esto, basta con que recuerdes a algunas de las personas que te desagradan o temes, o a las que te sientes apegado.

¿Ves ahora hasta qué punto estás encerrado en una prisión creada por las creencias y tradiciones de tu sociedad y tu cultura y por las ideas, prejuicios, apegos y miedos producidos por tus experiencias pasadas? Hay una serie de muros que rodean tu prisión, de forma que te resulta casi imposible evadirte de ella y entrar en contacto con toda la riqueza de vida y de amor que hay en el exterior. Y, sin embargo, lejos de ser imposible, es realmente fácil y grato.

¿Qué hay que hacer?

Primera: Reconoce que estás encerrado entre los muros de una prisión y que tu mente se ha quedado dormida. A la mayoría de las personas ni siquiera se les ocurre verlo, por lo que viven y mueren encarceladas. Y la mayoría también acaba siendo conformista y adaptándose a la vida de dicha prisión. Algunos salen reformados y luchan por unas mejores condiciones de vida en la prisión: una mejor iluminación, una mejor ventilación... Y casi nadie se decide a ser un rebelde, un revolucionario que eche abajo los muros de la prisión. Solo podrás ser revolucionario cuando consigas ver, antes que nada, dichos muros.

Segunda: Contempla los muros; emplea horas enteras simplemente en observar tus ideas, tus hábitos, tus apegos, tus miedos, sin emitir juicio ni condena de ningún tipo. Limítate a mirarlos, y se derrumbarán.

Tercera: Emplea también algún tiempo en observar las cosas y personas que te rodean. Mira, como si lo hicieras por primera vez, el rostro de un amigo, una hoja, un árbol, el vuelo de un pájaro, el comportamiento y las peculiaridades de las personas que te rodean... Mira todas esas cosas de veras, y seguro que habrás de verlas tal como son en realidad, sin el efecto embotador y deformante de tus ideas y hábitos.

Cuarta (y más importante): Siéntate tranquilamente y observa cómo funciona tu mente, de la que brota sin cesar un flujo de pensamientos, sensaciones y reacciones. Dedica largos ratos a observarlo todo ello del mismo modo en que contemplas un río o una película. No tardarás mucho en descubrir que es aún más interesante, vivificante y liberador. Después de todo, ¿acaso puedes afirmar que estás vivo si ni siquiera eres consciente de tus propios pensamientos y reacciones? Se dice que la vida inconsciente no merece ser vivida. Podría afirmarse que ni siquiera puede ser llamada vida, porque es una existencia mecánica, de robot; porque se parece más al sueño, a la falta de sentido, a la muerte... y sin embargo, es esto lo que la gente llama vida humana.

Así pues, mira, observa, examina, explora... y tu mente se hará viva, eliminará sus capas y se tornará perspicaz, despierta y activa. Los muros de tu prisión se desplomarán hasta que no quede piedra sobre piedra, y tú te verás agraciado con la visión nítida y sin obstáculos de las cosas tal como son, con la experiencia directa de la realidad.