La espiritualidad no es una muleta
La espiritualidad no es refugio, un medio, una muleta. No está para compensar el fracaso de la vida. La espiritualidad es presentimiento de humildad.
ERIC BARET
ESPIRITUALIDAD SAGRADA
¿La espiritualidad lleva consigo un elemento sagrado o solo es funcional?
Referirse a un no-saber es sagrado. La espiritualidad que aprendemos, que estudiamos, no tiene ningún carácter sagrado. Es una miserable escenificación para personas que tienen miedo a vivir. La espiritualidad surgida de lo sagrado es no pensada, no organizada, no elaborada, no utilizada. Esta espiritualidad es lo sagrado.
La espiritualidad no es un refugio, un medio, una muleta. No está para compensar el fracaso de la vida. Es un dinamismo, el presentimiento de que los acontecimientos de la vida tienen un sentido más allá del pensamiento. La espiritualidad es este presentimiento de la humildad, de un total no-saber. Cuando me despierto a esta no-comprensión de la vida, cuando dejo de pretender explicar lo que me pasa, necesitar esto o pensar que aquello no debería haberse producido, hay humildad. Se acabó la pretensión de saber lo que es o no es justo para mí y para el mundo. Se produce una escucha. Esta escucha es lo sagrado, la espiritualidad misma.
Todo saber espiritual es una miserable caricatura. Toda enseñanza Y codificación espirituales son actos de ciegos guiando a ciegos. El saber procede del pensamiento, de la memoria. ¿Qué puede haber de sagrado en ello? Lo que es sagrado es el sentir, la disponibilidad para la belleza, para la vida. Ello se actualiza en todos los ámbitos, pero nunca se puede actualizar formalmente.
Cuando te enamoras, no lo sabes. Hay una efervescencia. El día que te dices estoy enamorado, se acabó, has abandonado la autenticidad, has creado una situación. Cuando estás realmente enamorado, cuando amas profundamente a alguien, lo ignoras. Cuando te dices amo a alguien, te estás contando una historia. La belleza no es conceptualizable. La alegría no se puede degustar. Cuando estás en la ópera, hay momentos de no-saber, de puro gozo. Pero si intentas degustar la emoción, ello provoca una forma de conflicto.
NO HAY NADA QUE DEGUSTAR
La espiritualidad que da seguridad solo tiene valor a nivel psiquiátrico.
La espiritualidad que sabe lo que es preciso hacer, o qué no hacer, qué es justo o injusto, moral o no, participa de los parapetos dispuestos por la sociedad. Puede tener un valor a nivel jurídico, pero no conlleva nada sagrado. Es una ideología.
Las ideologías proceden del miedo. Sin miedo no hay necesidad de ser nada, de identificarme con esto o aquello. Es el miedo lo que me inventa. Creerse francés, blanco, negro, judío, rico, pobre, budista, hindú, cristiano, ateo: todo proviene del miedo. En un movimiento de no-miedo, no reivindico nada de nada. Esta no-reivindicación abre a la disponibilidad. Todo lo que se me aparece se convierte en cercano, fácil, profundamente yo mismo. No encuentro más que a mí mismo. No hay nada extraño.
Si algo me resulta extraño, ello significa que estoy en un cuento, una pretensión de ser alguien. ¿Puedo hacer un gesto sin pretender algo? ¿Puedo mirar un árbol sin saber, sin intentar encontrarme en mi saber sobre el árbol? Esta observación, este cuestionamiento es espiritual. ¿Puedo no esperar nada un instante? ¿Estar completamente presente? Entonces no hay ninguna codificación posible; no me puedo poner esta disponibilidad en el bolsillo y pretender: Estoy disponible.
Pero intentar encontrarse en el cristianismo, el budismo, el hinduismo o el islam; tener la necesidad de poseer un marido, hijos, un amante; necesidad de identificarse con un país, una nacionalidad, un color, una raza, un equipo de fútbol, unos gustos literarios, cinematográficos, etc.: esta espiritualidad está relacionada con la patología. Si la gente no defiende estas imágenes piensa que no tiene nada. Está preparada para luchar para conservarlas... Ello está enteramente justificado, pero no nos concierne aquí.
La espiritualidad es para quienes presienten que, cuando paran de inventar algo, ya no hay pertenencia posible; que todas las religiones, las razas, las etnias, los saberes, las nacionalidades no son más que inventos del miedo; que la cultura, el mundo, la sociedad son otros tantos inventos para no ver en profundidad.
Hasta que no se llega a esta convicción, es justificado creerse francés, budista o casado: sin estas creencias todavía se necesitarían más clínicas psiquiátricas. En un momento dado, ya no necesitas apropiarte de lo que sea; prosigues con tu funcionamiento exterior, pero ya no te adhieres a estos sistemas de defensa codificados en seudo-saberes. La belleza de la vida está en el instante. No puede limitarse a un marco. En el instante estoy libre de todo marco. En apariencia sigues siendo esto o lo otro, pero profundamente ya no te sientes limitado. Esta espiritualidad no tiene forma ni nombre.