El ego y el amor

El amor solo puede existir en libertad. El amor busca el bien de la persona amada, lo cual requiere la liberación de ésta con respecto a aquél.

ANTHONY DE MELLO

SOBRE EL AMOR Y EL EGO

El amor solo puede existir en libertad.

El verdadero amante busca el bien de la persona amada, lo cual requiere especialmente la liberación de ésta con respecto a aquél. Si deseas reformar tu corazón, tienes que tomarte tiempo para pensar seriamente en cuanto a verdades libertadoras.

PRIMERA VERDAD

Debes escoger entre tu apego y la felicidad. No puedes tener ambas cosas. en el momento en que adquieres un apego, tu corazón deja de funcionar como es debido, y se esfuma tu capacidad de llevar una existencia alegre, despreocupada y serena. Comprueba cuán verdadero es esto si lo aplicas al apego que has elegido.

SEGUNDA VERDAD

¿De dónde te vino ese apego? No naciste con él, sino que brotó de una mentira que tu sociedad y tu cultura te han contado, o de una mentira que te has contado tú a ti mismo, a saber, que sin tal cosa o tal otra, sin esta persona o la de más allá, no puedes ser feliz. Simplemente, abre los ojos y comprueba la falsedad de semejante aserto. Hay centenares de personas que son perfectamente felices sin esa persona o esa circunstancia que tu tanto ansías y sin la cual estás convencido de que no puedes ser feliz. Así pues, elige entre tu apego y tu libertad y felicidad.

TERCERA VERDAD

Si deseas estar plenamente vivo, debes adquirir y desarrollar el sentido de la perspectiva . La vida es infinitamente más grande que esa nimiedad a la que tu corazón te ha apegado y a la que tú has dado el poder de alterarte de ese modo. Una nimiedad, si, porque si vives lo suficiente, es muy fácil que algún día esa cosa o persona dejen de importarte... y hasta puede que ni siquiera te acuerdes de ella, como podrás comprobar por tu experiencia. Hoy mismo, apenas recuerdes aquellas tremendas tonterías que tanto te inquietaron en el pasado y que ya no te afectan en lo más mínimo.

Y llegamos a la cuarta verdad, que te lleva a la inevitable conclusión de que ninguna cosa o persona que no seas tú tiene el poder de hacerte feliz o desdichado. Seas o no consciente de ello, eres tú, y nadie más que tú, quien decide ser feliz o desdichado, según te aferres o dejes de aferrarte al objeto de tu apego en una situación dada.

Si reflexionas sobre estas verdades, puede que tomes consciencia de que tu corazón se resiste a ellas o que, por el contrario, busca razones en su contra y se niega a tomarlas en consideración. Será señal de que tus apegos no te han hecho sufrir lo bastante como para desear realmente reparar tu radio espiritual. También es posible que tu corazón no se resista a dichas verdades; en tal caso, alégrate de ello: es señal de que el arrepentimiento, la remodelación de tu corazón, ha comenzado.

Si eres capaz de verlo, experimentarás el deseo de liberarte de dicho apego. El problema es: ¿cómo hacerlo? La mera renuncia o el simple alejamiento no sirven de nada, porque el hacer desaparecer el sonido de la percusión volverá a hacerte tan duro e insensible como lo eras cuando te fijabas únicamente en dicho sonido. Lo que necesitas no es renunciar, sino comprender, tomar consciencia. Si tus apegos te han ocasionado sufrimiento y aflicción, ésa es una buena ayuda para comprender. Si, al menos una vez en la vida has experimentado el dulce sabor de la libertad y la capacidad de disfrutar la vida que proporciona la falta de apegos, eso te será igualmente útil. También ayuda el percibir conscientemente el sonido de los demás instrumentos de la orquesta. Pero lo verdaderamente insustituible es tomar consciencia de la pérdida que experimentas cuando sobrevalora la percusión y te vuelves sordo al resto de la orquesta.

El día en que esto suceda y se reduzca tu apego a la percusión, ese día ya no dirás a tu amigo: ¡Qué feliz me has hecho!. Porque al decírselo, lo que haces es halagar su ego e inducirle a querer agradarte de nuevo, además de engañarte a ti mismo creyendo que tu felicidad depende de él. Lo que le dirás más bien será: Cuando tú y yo nos encontramos ha brotado la felicidad. Lo cual hace que la felicidad no quede contaminada por su ego ni por el tuyo, porque ninguno de los dos puede atribuirse el mérito de la misma. Y ello os permitirá a ambos separaros sin ningún tipo de apego excesivo y experimentar lo que vuestro mutuo encuentro ha producido, porque ambos habréis disfrutado, no el uno del otro, sino de la sinfonía nacida de vuestro encuentro. Y cuando tengas que pasar a la siguiente situación, persona u ocupación, lo harás sin ningún tipo de sobrecarga emocional, y experimentarás el gozo de descubrir que en esa siguiente situación, y en la siguiente, y en cualesquiera situaciones sucesivas, brota también la sinfonía, aunque la melodía sea diferente en cada caso.