La biblia Cristo vive
La inalterable ley universal del amor y la unidad es la vida; la sustancia sustentadora espiritual de formas condensadas de la naturaleza terrenal.
CRISTIANOS ORIGINARIOS
La llama de la acción
Queridos amigos, la palabra profética es la palabra de Dios dada a los hombres, hablada desde el amor y desde la unidad universal, para que los hombres vuelvan a reconocer y a encontrar el camino que conduce al amor y a la unidad universal de Dios. Pensar y vivir en el Espíritu omnipotente del amor y de la unidad universal es el regalo más bello de Dios a nosotros los seres humanos.
La fuerza del Cristo de Dios en el hombre
A través de Su palabra de la verdad, la humanidad también recibe conocimiento detallado de la verdadera enseñanza de Jesús de Nazaret, la cual ha caído en el olvido a causa de una religión petrificada en actos de culto externos, de una enseñanza eclesial perteneciente a la forma de pensar de la Caída. Así, la palabra de la salvación también nos da explicaciones sobre el significado del acto de Redención del Cristo de Dios, pues los hombres deberían tomar consciencia de que Jesús, el Cristo, hizo fluir a todas las almas, incluyendo el alma de cada hombre, el destello redentor que es la ayuda, el camino, la verdad y la vida. Cada alma y cada hombre son portadores del gran amor a Dios y al prójimo, del amor y de la unidad universal. La inalterable ley universal del amor y de la unidad es la vida; es la sustancia sustentadora espiritual de todas las formas condensadas, entre las que también se cuentan los animales y la naturaleza de nuestra Tierra. La unidad universal divina abarca a todos los minerales, plantas y animales. Al igual que el hombre, todos ellos son portadores de la vida eterna. Los animales, plantas y minerales son fuerzas de consciencia divinas que han tomado forma y que en la existencia pura alcanzan en ciclos de evolución el grado de madurez perfecto de un ser divino. La totalidad de este proceso de evolución legítimo tiene lugar en la ley de la unidad universal, Dios.
Las formas de vida terrenales de la naturaleza no portan el destello redentor; no necesitan la Redención, porque no son partícipes de la forma de pensar de la Caída, como las almas en los ámbitos de purificación y los hombres de esta Tierra. Los minerales, plantas y animales no han cargado su sustancia interna, original, espiritual con cosas contrarias a la ley divina; no se han salido de la unidad universal como los seres de la Caída, cuyo desprendimiento de Dios fue posible con motivo de su libre albedrío.
La fuerza redentora es el destello del Cristo de Dios, que se introdujo en todas las almas y hombres al pronunciarse el Está consumado de Jesús en el Gólgota. La fuerza del Cristo de Dios, de la cual provino el destello redentor, es la unidad universal, pues es la fuerza creadora omnipresente divina de la que surge la gran unidad de todos los seres y formas creados. La fuerza del Cristo de Dios en los hombres es también la llama de la acción, lo que quiere decir que la sola fe no es suficiente, sino que de la fe ha de nacer la verdadera acción en el Espíritu de Dios, en el Espíritu del Cristo. Al final del Sermón de la Montaña Jesús habló de la verdadera acción en y desde Su Espíritu: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. De modo que nosotros los hombres deberíamos hacer lo que Jesús de Nazaret nos ha enseñado. Con el cumplimiento de Su enseñanza el verdadero cristiano de acción desarrolla el destello redentor, que se convierte cada vez más en una llama interna que traspasa al alma y al hombre. El que escucha Su enseñanza y también la pone por obra, recorre el camino de la verdad y así es iluminado desde el interior por el Cristo de Dios. Con ello el caminante que va por el camino de la verdad refina sus sentidos, porque su forma de pensar, hablar y actuar se vuelve más luminosa, es decir cada vez más acorde a la voluntad de Dios. A causa del esclarecimiento creciente de su consciencia, el hombre traspasado por la luz reconoce la voluntad de Dios en las diferentes facetas de su vida terrenal.
Los hombres en el Espíritu de la verdad observan las cosas y los acontecimientos que tienen lugar en su entorno inmediato y en este mundo con los ojos de la ley universal, del amor a Dios y de la unidad universal. Con la visión clara, amplia y profunda que alcanza el iluminado por seguir a Jesús, el Cristo, se convierte en un observador despierto y capaz de pensar de forma analítica, a través de lo cual se desarrollan el corazón y el entendimiento, convirtiéndose en un instrumento de la consciencia espiritual. Los hombres con corazón y entendimiento no son estrechos de miras ni ilusos espirituales, sino serios realistas del Espíritu que con medida, justicia y sabiduría llevan las cosas y los acontecimientos al punto que corresponde a la ley universal eterna.