La biblia desconocida

Por eso hoy más que nunca vivimos verdaderamente «Tiempos Bíblicos». La propia Biblia independiente de todo es una buena guía para sobrevivir a ellos.

LA BIBLIA

LOS MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO

Desde al menos el siglo IV de nuestra Era hasta prácticamente los umbrales de nuestra época, en todos los ámbitos y capas sociales de la civilización occidental y de su común cultura judeocristiana, esa densa y resumida "biblioteca" o "enciclopedia" de libros hebreos, arameos y griegos conocida antonomásticamente como "La Biblia", ha sido - por razones muy obvias- la lectura más difundida, leída, escuchada, enseñada, traducida, comentada e interpretada. Pero decir que ha sido el libro más difundido equivale a decir que ha sido también, sin ninguna duda, el más manipulado y tergiversado y probablemente el menos entendido de todos. De hecho, la interpretación y traducción de este "Libro de libros" ha sido con bastante frecuencia un largo cúmulo de errores filológicos y de desenfoques de la perspectiva, y al mismo tiempo una clara muestra de la falta de rigor y de sentido histórico de no pocos de sus intérpretes y traductores.

Porque el caso es que ese "problema bíblico" no es tanto un problema de mentalidades, de concepciones, de cosmovisiones o de modos de ver y de pensar, sino más bien un problema de lenguaje (es decir, de modos de decir, de expresar y de entender). La interpretación bíblica ha de ser, pues, cabalmente éso: traducir; y no solamente de una lengua a otra, sino de un "lenguaje" a otro. Las dos grandes líneas o metodologías de la interpretación bíblica antigua (la judía y la cristiana, con todas sus respectivas variedades y tendencias) no han agotado ni mucho menos las profundidades del universo bíblico, aunque -en general- quizá tampoco han acertado plenamente en esa necesaria "traducción de un lenguaje a otro". Pero la perspectiva completa de cualquier problema no puede obtenerse exclusivamente "desde dentro" ni tampoco únicamente "desde fuera", sino más bien entrando y saliendo del problema mismo, contemplando el edificio entero del problema desde dentro pero también desde fuera (desde fuera-adentro y desde dentro-afuera).

Los Rollos de Qumrán

La Biblia, la palabra bíblica (independientemente de su consideración -desde dentro- como palabra revelada), no puede dejar de ser considerada también -desde fuera- como literatura, historia, etnología, uso jurídico, psicología, psicoterapia, filosofía, leyenda y mito, entre otras muchas cosas. En este sentido, su lenguaje es sobre todo metafórico, más que conceptual. Y el caso es que cuando la metáfora (la explicación analógica y comparativa, la literatura y el mito históricoliterario) se tergiversa o se malentiende en concepto (en dogmática "verdad" indiscutida, sea verdad religiosa o verdad científica, en objeto de "fé" o en objeto de "lógica"), cuando la propia capacidad de sugerencia de lo estéticoliterario se transforma en imposición exclusiva de la "razón" o de la "fé", el resultado (se llame "metafísica", "ciencia", "religión verdadera" o "moral dogmática") no solo se vuelve casi invulnerable a cualquier crítica o interpretación que no sea la oficialmente decidida y establecida (que se convierte así en "la única interpretación posible"), sino que llega también a hacerse a veces prácticamente indesarraigable durante largo tiempo (dos milenios exactos en el caso que nos ocupa).

Ahora bien, los mitos y la mitología de los pueblos antiguos -conviene recordarlo- no eran en sí mismos ni por sí mismos "verdaderos" ni "falsos" en un sentido lógico y conceptual; de hecho, esa cuestión ni siquiera se planteaba en términos estrictos de racionalidad lógica (del mismo modo que tampoco nos la planteamos nosotros, p.e., cuando leemos una obra literaria o cuando vemos una película cinematográfica o una obra de teatro, y -conscientes de la ficción metafórica y narrativa- podemos creer sin embargo en esa momentánea "realidad" que los personajes y sus situaciones re-presentan). Pues lo cierto es que los antiguos mitos, en la mentalidad de las culturas y civilizaciones que los crearon de forma generalmente colectiva y tradicional, solían ser -entre otras muchas cosas- explicaciones metafóricas, estéticas, representativas y aproximativas sobre hechos y fenómenos en el fondo demasiado complejos para poder ser explicados de forma unívocamente lógica, racional, conceptual y unilateral.

Pero el hecho de que todavía en nuestros días no hayan concluido absurdas polémicas entre la ciencia y la creencia (entre el dogma científico, por un lado, y el dogma religioso por otro), el hecho mismo de que aún se planteen tales polémicas y cuestiones, el que no quiera comprenderse todavía que tan válido puede ser -pongamos por caso- el mito de Adán y Eva en el Paraíso (o cualquier otro mito de cualquier otra cosmogonía antigua) como la más avanzada teoría sobre la llamada "selección natural" o los últimos descubrimientos paleoantropológicos, es algo que muestra bien a las claras las muchas inercias, prejuicios o deformaciones intelectuales que vician todavía la relación entre el lenguaje de la ciencia y el lenguaje de la creencia o de la conciencia, evidenciando así la incapacidad radical para ver cada cosa en el lugar explicativo que le corresponde, es decir, en el plano metafórico o literario y en el plano conceptual, racional y científico, que no son -dicho sea de paso- en absoluto incompatibles ni excluyentes, al menos en una percepción verdaderamente integral y completa de los hechos y de sus conexiones e implicaciones psicológicas y antropológicas (la polémica entre "creacionistas" y "evolucionistas", p.e., se ha revitalizado e incluso se ha vuelto en los últimos tiempos algo más interesante y productiva, en el sentido de que ha llevado a recuperar algunas ideas creacionistas sobre el llamado "diseño inteligente", ante las cuales -curiosamente- es ahora una parte de la comunidad científica la que ha reaccionado de forma tan negativista como dogmática).

A nosotros, personalmente, mucho más importante que la ciencia y la creencia nos parece sobre todo la conciencia (que en cierto modo podría definirse también como la armonía de ambas). Pues de éso se trata precisamente: de conciencializar, de contextualizar el contenido bíblico, de hacerlo más literario, o más religioso subjetivamente, si se prefiere, pero entendiendo lo religioso mucho más como vivencia y experiencia que como "creencia", y sin olvidar tampoco que lo literario y lo metafórico a menudo encierran en sí grandes verdades (e incluso verdades eternas en muchos casos). Se trata también de desproblematizar -siquiera sea momentáneamente- la lectura, de despejar ese aire viciado y enrarecido por dos milenios de descontextualización, de dogmatismo e intolerancia, y de relativizar histórica, filológica y culturalmente los contenidos bíblicos, aprendiendo a ver lo que es pura metáfora o imagen plástica como tales, dentro del sistema de concepciones antropológicas, culturales y religiosas de los antiguos hebreos (tan válidas y verdaderas en su época como lo son las actuales concepciones científicas en la nuestra, ni más ni menos).

El caso es que buena parte de los libros bíblicos del llamado "Antiguo Testamento" (aparte de los libros propiamente religiosos que contienen los rituales y los preceptos y normativas de la religión judía antigua) fueron también, en un principio, precisamente éso: mitos y mitología hebrea, en lo cosmogónico, y leyenda heroica e historia mítica (o mitificada, ésto es, codificada en mitos) como forma de memoria colectiva de un antiguo pueblo que se llamó a sí mismo "el pueblo elegido" y cuya andadura y devenir histórico llega prácticamente sin interrupción hasta nuestros días. En la Biblia, en efecto, tenemos, por un lado, mitología y leyenda heroica hebrea (formalmente no muy diferente de otras mitologías y tradiciones legendarias de otras muchas culturas antiguas), pero tenemos también antropología, ética y filosofía moral, psicología primitiva, psicoterapia ritual, literatura y ­-sobre todo- historia, una historia pragmáticamente religiosa con la que el pueblo bíblico protagonista quiso y supo justificar su propio destino histórico en medio de pueblos y civilizaciones hoy desaparecidas por completo: la historia del pueblo judío desde sus nebulosos orígenes semíticos hasta los tiempos inmediatamente anteriores a la dominación romana en Palestina. Y es que la Biblia fue en su tiempo una verdadera "enciclopedia" para el pueblo judío (de modo bastante similar, p.e., a como lo fueron las epopeyas homéricas para la civilización griega), un resumen divulgativo y completo de todo lo conocido (lo humano) y de todo lo desconocido (lo sobrehumano o divino).

Codex Sinaiticus

Manuscrito del siglo IV (Versión griega de la Biblia)

Viéndolo de este modo, pensamos, es tal vez como podríamos llegar a introducirnos en el mundo bíblico "desde fuera adentro" y a entender y disfrutar actualmente la lectura o relectura de la Biblia (la Biblia antigua, por supuesto, pues el llamado "Nuevo Testamento" es ya, evidentemente, otra historia). Leer los libros del Antiguo Testamento (o algunos de ellos, pues no todos tienen el mismo interés y la misma calidad literaria) como leemos, por ejemplo, la mitología griega o la epopeya homérica (donde lo que menos nos planteamos es la verdad/falsedad de sus héroes y de sus dioses), o como leemos los relatos mitológicos, históricos o literarios de cualquier otra cultura o civilización, puede ser, en efecto, bastante provechoso para esa primera toma de contacto "desde fuera adentro", y no solo para el escéptico convencido (o des-creído) sino incluso para el cristiano auténticamente humanista (el primero precisamente porque no cree que lo que no es "verdadero" tenga que ser en sí mismo necesariamente "falso", sino todo lo contrario, y el segundo porque, si su convicción religiosa es en verdad auténtica, sabrá relativizar adecuadamente -aun apreciando su clara relación matriz- lo genuinamente hebraico de lo propiamente cristiano, lo antiguo de lo nuevo, lo mitológico-literario-religioso judío y el núcleo doctrinal y espiritual del cristianismo evangélico originario). Para el "ateo" y para el "creyente", en cambio, para los que piensan que el contenido bíblico es simplemente "una mentira religiosa más", o por el contrario "la Verdad", "la única Verdad", difícilmente podrá esta re-lectura flexibilizar o modificar sus opiniones o sus perspectivas.

Codex Vaticanus

Anterior al Codex Sinaiticus, posiblemente del siglo IV.

Recuperar la Biblia como literatura no es solo uno de los mejores modos de introducirse en ella "desde fuera" y de disfrutar la enorme riqueza literaria que contiene (cualitativamente comparable -no decimos superior- a todo el conjunto de la literatura clásica grecolatina, por ejemplo), e incluso de encontrar en ella alguna nueva verdad o modelo sobre-lo-humano, sino que es también la mejor manera de hacer definitivamente justicia a la literatura hebrea más antigua, una de las más interesantes para entender mejor nuestra propia época y nuestra propia civilización. En esta "enciclopedia" que los libros bíblicos constituyen, el lector contemporáneo podrá encontrarse o reencontrarse -según sus preferencias- con curiosas historias, sugestivas anécdotas, aleccionadores consejos, interesantes retratos de la miserable condición del ser humano o sutiles metáforas y plásticas descripciones del ser divino, y en esos libros (siempre que se lean, como hemos dicho, sin ningún tipo de prejuicios "religiosos" o "científicos" previos) podrán hallarse a menudo no solamente la pura recreación y el placer estético de toda buena literatura (en este caso literatura anónima, colectiva y tradicional), sino también profundas reflexiones filosóficas y teológicas o ritualizadas experiencias colectivas del fenómeno religioso a través de la visión metafórica, legendaria y mítica.

Hay también otra vía profana de introducción bíblica que sin embargo no es precisamente la más recomendable para el caso, pues es aquella que trata de ir directamente hasta el fondo sin atravesar siquiera la superficie, y que por ello mismo no llega casi nunca a las profundidades del objeto y de ordinario se pierde en el reverso mismo de la propia superficialidad del sujeto. Nos referimos a las vías de tipo esotérico y pseudorreligioso, que son una forma especialmente "de moda" en estos tiempos de tanta superficialidad y mediocridad y de tanto miedo a la profundización en uno mismo. Pero el esoterismo casi siempre resulta ser un "dejarse llevar inconscientemente" por el propio poder de sugestión de los símbolos (sobre todo de los propios símbolos de poder), y de hecho conforma lo que la psicología analítica contemporánea ha denominado como "psicagogía", ésto es, una reconducción psíquica a través de determinados símbolos y representaciones simbólicas (tal como ocurría, p.e., en la alquimia medieval, en la astrología o en la propia Cábala judía), una autoconducción en la que en realidad el "conductor" -a poco que se descuide (y se descuida siempre, inevitablemente)- acaba siendo conducido inconscientemente por sus propios complejos psicológicos personales.

La Biblia Políglota Complutense

Editada por el Cardenal Cisneros (Siglo XV)

Se trata, en efecto, de un terreno tan resbaladizo como peligroso (el peligro, obviamente, es de índole psíquica, y en el más inocuo de los casos la búsqueda resulta casi siempre improductiva, estéril e incluso contraproducente). La religión, en cambio, bien que mal, ha controlado siempre la potencia sugestiva de sus propios símbolos (por éso precisamente se llama "religión", porque re-liga esas representaciones simbólicas y los propios contenidos psicológicos proyectados en ellas y fija unos límites a esas conducciones psicagógicas individuales, incluidas las psicagogías místicas o las ascéticas). Por lo demás, siempre han existido conocimientos, doctrinas y enseñanzas más o menos velados (y no solo, evidentemente, en el ámbito de lo religioso), ya fuera por evitar que la divulgación se convirtiera en vulgarización y se tergiversase o malentendiese, o ya fuera simplemente por necesidad de escalonar pedagógicamente cualquier clase de aprendizaje complejo (caso de los conocimientos escolares, gremiales, filosóficos, científicos, iniciáticorreligiosos, etc).

En la Biblia hay también, ciertamente, mucho conocimiento oculto, y asimismo muchas posibilidades ocultas de autoconocimiento controlado, pero para aprovecharlo es necesario no perder la perspectiva racional de aproximación a ese conocimiento más o menos velado o críptico y no confundir las realidades objetivas con las realidades subjetivas o psicológicas (igualmente reales también, pero generalmente inconscientes para el propio sujeto que las "proyecta"). En todo caso, el conocimiento -incluido el bíblico- necesita ampliarse y desarrollarse en diversos grados, escalones o niveles, para no perder la propia perspectiva o enfoque sobre lo que se pretende conocer y poder ir progresando desde sí mismo. La Biblia puede contener, efectivamente,"todo lo que uno necesita saber, y un poco más", y ser verdaderamente un mundo en el que en principio caben "todos los mundos". Pero no es ni puede considerarse tampoco un mundo herméticamente cerrado (más bien todo lo contrario).

Una adecuada aproximación bíblica desde fuera de lo estrictamente religioso (no necesariamente desde el agnosticismo, el escepticismo o el ateísmo) necesita en todo caso algunas "precauciones", es decir, determinadas predisposiciones o actitudes positivas mínimas. La primera de ellas, que es indispensable para la iniciación y profundización en cualquier saber humano, podría o debería llamarse "humildad intelectual", o lo que es casi lo mismo: voluntad de buscar y de encontrar algo que puede resultar ser infinitamente superior a nuestra propia capacidad de entenderlo y comprenderlo.

La Biblia en gótico

Página del Codex Argenteus

En segundo lugar hay que quitarse también muchos prejuicios previos, incluido el excesivo cientifismo o el negativismo que proviene de actitudes de resentimiento personal o meramente ideológico y reactivo. La Biblia ha sido durante casi dos milenios el libro-base de nuestra civilización occidental, del que se han nutrido también -en lo ideológico- las propias ideas éticas, políticas y jurídicas contemporáneas convenientemente racionalizadas.

Modernamente, todavía este Libro provoca no poca aversión y rechazo en algunas personas y adhesión incondicional y acrítica en otras muchas más, pues en realidad solo parece dejar indiferentes a los que ignoran o desconocen su contenido desde una aproximación directa. Pero el "problema bíblico" tampoco puede verse tan solo desde los estrechos y prejuiciados términos historicistas de la utilidad o de la supuesta nocividad histórica de este Libro.

Es evidente, p.e., que la cosmovisión bíblica medieval (que ni siquiera era estrictamente la genuina cosmovisión bíblica originaria) determinó durante siglos el estancamiento de los estudios científicos en materias como la geomorfología, la cosmología o la antropología, que solo pudieron desarrollarse y avanzar cuando la libertad de pensamiento individual y el espíritu crítico (procedentes -por cierto- de la libertad religiosa de la reforma protestante) permitieron superar poco a poco esa anquilosada cosmovisión e iniciar el despegue imparable de las ciencias de la naturaleza y de las ciencias sociales. Pero también es verosímil suponer que si Occidente ha conseguido los logros científicos y tecnológicos que han llevado a la humanidad entera al más espectacular desarrollo y progreso material que jamás vieron ni imaginaron los siglos anteriores, si Occidente ha dado el mayor salto tecnológico y científico de toda su historia, ello ha sido en buena medida posible gracias a esa "disciplina mental" que la cosmovisión bíblica medieval impuso al pensamiento occidental durante siglos y que, como la cuerda de un arco tensado hasta el límite mismo de su resistencia, en un momento dado posibilitó la liberación y el irreversible despegue de la ciencia con un impulso nunca ensayado hasta entonces en la historia de la humanidad. El "problema bíblico" exige, por tanto, ser planteado con plena objetividad en toda su perspectiva histórica y sobre todo con serenidad y desapasionamiento.

La Biblia hebrea

Pasaje del Génesis

Otro aspecto importante en el estudio racionalizado e histórico de los textos bíblicos es el siempre delicado tema de las traducciones. Hay que partir de la base de que la "palabra divina" necesita varios niveles de traducción y presentación, no ya tan solo de las lenguas originarias a las lenguas modernas, sino también -como ya se dijo- una "traducción" de los propios modos de ver, de pensar y de expresar. La traducción propiamente dicha, por lo demás, no puede ser ni pormenorizadamente literal en exceso (ya que las propias palabras y expresiones no siempre dicen lo mismo en cada contexto y mucho menos pueden ser calcadas de una lengua a otra, pues hay elementos contextuales, coloquialismos, sentidos figurados, etc, que necesariamente hay que reconstruir ), ni puede ser tampoco excesivamente perifrástica, pues con una traducción exclusivamente "de sentido" se corre el riesgo de dejar de traducir importantes sentidos literales del texto original. Pero ante todo no hay que perder de vista un hecho fundamental: el texto bíblico (incluso si queremos considerarlo como "palabra revelada" o "palabra de Dios") es evidente que no tiene por sí mismo -ni en el original ni en la más exacta y ajustada de sus traducciones- un efecto tal sobre el lector u oyente como el que cabría esperar de un supuesto "texto divino" o "texto mágico", es decir, que su capacidad de explicar, de influir, de sugerir o de convencer, es absolutamente limitada (como la de todo lenguaje humano). Hay que admitir, por tanto, que incluso considerada como "palabra de Dios", la Biblia nos ha llegado traducida ya al lenguaje humano (a veces incluso demasiado humano). Ello no impide, sin embargo, que a veces sus textos puedan causar un efecto imperativo y clarificador sobre las personas inmersas en la propia sugestión de lo religioso, o que sus propios recursos narrativos, estilísticos y literarios puedan producir también -en general- el efecto estético de toda la buena literatura.

Por último (pero no ciertamente lo último), en el estudio y conocimiento bíblico racionalizado e integral (histórico, arqueológico, antropológico, psicológico, literario, ético) resulta esencial perder el miedo (es decir, los prejuicios) a enfrentarse con lo que constituye la idea nuclear y el concepto o metaconcepto o metáfora básica del universo bíblico: la idea de "Dios", la noción de la Divinidad, ya sea que se aborde inicialmente desde una perspectiva respetuosamente racionalista o ya sea que se considere desde una conciencia religiosa y desde una creencia previa.

Parece obvio que la idea religiosa monoteista, el paradigma teológico de un único Dios irrepresentable, es en sí (lo fue también en cierto modo desde sus orígenes) una idea necesariamente excluyente, y es asimismo una idea conceptual, no metafórica (como, sin embargo, lo es la propia representación literaria, plástica y antropomórfica de ese mismo Dios en los textos bíblicos). Pero ésa es la especificidad de la religión hebraica, y ésa es también la novedad con respecto a todas las religiones antiguas politeistas o incluso dualistas. Sin embargo, ese concepto de una Divinidad única (de por sí inefable, inexpresable, inconceptuable) tiene también mucho de concepto dinámico, metafórico si se prefiere (el término griego "metáfora" significa precisamente "lo que lleva más allá", "el cambio o fase hacia el otro lado"). En este sentido es también un supra-concepto, con tanta o más profundidad como puedan tenerla los conceptos técnicos de la filosofía antigua y de la metafísica (el "Ser", el "Lógos", el "Principio", la "Causa Primera"), pero con la diferencia de que el sistema de interpretación y de profundización de ese "concepto-idea-metáfora-representación-arquetipo" no es el sistema lógico y racional de la filosofía, sino un camino o vía que se adentra ante todo en esa incognoscibilidad, en esa irracionalidad radical, y que conduce (por la fé o creencia, según unos, o por la conciencia según otros) hasta el otro lado de ese abismo del conocimiento.

La Biblia mozárabe

Los hebreos antiguos (el pueblo de la Biblia) redescubrieron y asumieron esa idea exclusiva de la Divinidad única (que solo había llegado a ser intuida o esbozada rudimentariamente en otras culturas y civilizaciones), y le dieron ante todo una dimensión o sobredimensión moral: la de un Dios concebido como una transacción de carácter psicológico-moral, con una religión configurada como un "pacto" o "alianza" (al modo de la mentalidad antigua), ésto es, como un "contrato religiosojurídico", interpretable pero no revocable a instancia de parte sin justa causa, es decir, sin incumplimiento por alguna de las partes (según algunas teorías antropológicas contemporáneas, todas las religiones se originaron -desde el animismo inicial- en el culto a los espíritus de los antepasados y en un sentimiento colectivo de estar en deuda -o "culpa" o "pecado"- con respecto a ellos).

En realidad, todo el problema interpretativo de la Biblia consiste básicamente en una cuestión de interpretación del sentido propio de las palabras en relación con su contexto y con los propios antecedentes textuales y contextuales de carácter histórico y jurídico, pero sin perder de vista tampoco la propia realidad social del tiempo en que esas normas religioso jurídico morales debían aplicarse, y sobre todo el espíritu y finalidad de esa Ley divina. Un sistema así, naturalmente, no estaba exento tampoco -como todo lo jurídico- del "fraude de ley" y del "abuso del Derecho"; no hay que perder de vista que todos los libros del llamado Antiguo Testamento hebreo fueron redactados, reinterpretados y en algunos casos reescritos por la clase sacerdotal judaica, con unos objetivos concretos de potenciar su propio poder e influencia en la sociedad hebrea de su tiempo, por lo que en cierto modo a esos escritos bíblicos les cuadra bien y sin excesivo anacronismo la calificación de "propaganda (del partido) yahvista", es decir, del grupo sacerdotal que en los tiempos de la monarquía israelita no consiguió hacerse con el hueco o cuota de poder que hubiera deseado, y que siguió intentándolo en los tiempos inmediatamente posteriores a la vuelta del exilio del pueblo judío en tierras de Babilonia. Los propios profetas históricos fueron también en su época la voz de esa clase sacerdotal relegada por los monarcas israelitas, unas voces individuales que ocasionalmente daban voz también a las clases más oprimidas de la sociedad hebrea, y que precisamente por ese apoyo popular tuvieron a veces por parte del poder político monárquico cierta libertad, permisibilidad o licencia para expresar sus críticas desde presupuestos exclusivamente religioso morales.

Pero la idea "jurídico-moral" sobre ese Dios bíblico no es desde luego la única dimensión de ese supraconcepto religioso. Dios es también (o así puede entenderse) una sobredimensión de todo lo humano: el conocimiento integral de todo (lo que en la propia Biblia se llama "sabiduría"), del mundo exterior o físico y del mundo interior o psicológico. La ciencia moderna y contemporánea ha hecho superflua e innecesaria (hasta cierto punto) esa idea de Dios como una sobredimensión de la Naturaleza, pero de hecho las propias metáforas cosmogónicas y antropocéntricas bíblicas, con todo su primitivismo literario, tienen también sus propias profundidades y sus propias verdades (inasequibles para la ciencia y con una dimensión antropológica y una verdad ética mucho más importantes que cualquier pretendida dimensión o "verdad" histórica o científica). Y tampoco la psicología contemporánea más avanzada ha superado en absoluto la sobredimensión psicológica de ese concepto de Dios (en realidad, ni siquiera la psicoterapia, el psicoanálisis o la psiquiatría son siempre superiores, es decir, más eficaces, que los elaborados rituales tradicionales de las religiones antiguas).

Miniatura de una biblia mozárabe

Hay además otra sobredimensión divina no menos importante (de carácter humanista y ético), expresada sobre todo en los libros proféticos, en algunos de los llamados sapienciales, en determinados salmos y sobre todo en los escritos neotestamentarios o evangélicos, una sobredimensión que sigue siendo tan enteramente válida para nuestro mundo contemporáneo (para el individuo contemporáneo, cada vez más enajenado de sus conexiones básicas consigo mismo y con la colectividad no-tradicional en la que vive) como lo fue para las sociedades tradicionales de hace mil, dos mil o tres mil años. Por éso la Biblia, que es literatura y es antropología y es historia, es también mucho más que todo éso, y por ello debe ser profundizada con independencia de las interpretaciones dogmáticas, interesadas y utilitaristas de todas las castas sacerdotales que la han monopolizado (tanto judaicas como cristianas). Hoy más que nunca tenemos los medios y la perspectiva histórica para poder hacerlo, para "separar el trigo de la paja" e incluso para llegar hasta el fondo (¿psicológico, ético?) de las verdades bíblicas más irreductibles, incluidas las históricas y las mitológicas.

Por lo demás, el problema no es si Dios existe simplemente porque nos gustaría que existiese (p.e., para sobrevivir en esta vida, como se pensó y ensayó en las culturas humanas más antiguas, o con vistas a un "más allá" de esta vida y a la superación del límite inexorable de la muerte, como se pensó y se creyó después en la mentalidad de las multiculturas integradas en las distintas civilizaciones humanas). Tampoco lo es la necesidad (que la ciencia hace cada vez menor) de que Dios exista para poder explicarnos el mundo, o para que el ser humano pueda sobreponerse a los propios golpes, incongruencias y sinsentidos de la vida, o para controlar el aparente "azar" que nos rodea, o para superar y rectificar nuestros propios errores (o "pecados"). El núcleo del problema podría ser el de la necesidad ética de su existencia para darle sentido y superación a la muerte y verdadera dimensión a la vida, para darle a la vida su verdadero relieve y su mejor camino sobre la tierra.

Hoy vivimos un mundo en el que son inconcebibles las intervenciones sobrenaturales (en realidad lo han sido siempre, pero la antigüedad ha permitido también muchas licencias a este respecto, pues parece como si en los tiempos más antiguos el mito tuviera licencia absoluta para contar y suplantar lo que la historia se calla o lo que -por poco conocido- no sabría contar, o por lo menos no podría contar en términos tan estéticos o sugestivos). Pero siempre hay y ha habido y habrá acontecimientos extraordinarios, en lo colectivo y sobre todo en lo personal: siempre hay ideales humanos (justicia, paz, fraternidad), que son lo único verdaderamente divino del ser humano; y hay bondad humana, y hay un ser verdaderamente -o extraordinariamente- real: el ser humano. También hay, es evidente, mucha maldad humana (consciente o inconsciente de sí misma), muchos sinsentidos humanos existenciales, e incluso un aparente triunfo (hasta cierto punto) de la fuerza de esa maldad. Pero ante todo hay conciencia, posibilidad de conciencia (e incluso de supraconciencia). Y por éso hay Dios, porque Dios es también -como mínimo- todo éso que el ser humano anhela en sí mismo y echa de menos en la vida que tiene que vivir.

La Biblia, en fin, tiene y contiene profundidades como éstas, y mayores que éstas, unas profundidades en las que necesariamente hay que sumergirse si se quiere salir de la propia superficialidad existencial. Por éso este Libro tiene todavía mucho que decir y que enseñar al hombre contemporáneo (tan superficial en todo, tan perdido en el Todo, tan supersticioso de nuevas supersticiones), un ser que ha empezado ya a olvidar y a ignorar todo lo fundamental sobre sí mismo. Por éso hoy, más que nunca, vivimos verdaderamente "tiempos bíblicos", y la propia Biblia es una buena guía para sobrevivir a ellos.