Tu eres tu mejor amigo - Amistad
Chogyam Trungpa inspira a personas a tomar el paso más sencillo y el más importante de la práctica espiritual, el paso de volverse amigo de uno mismo.
CHOGYAM TRUNGPA
Chogyam Trungpa
Chogyam Trungpa era un Maestro Tibetano de Meditación Budista que cambió la historia del mundo al traer muy de cerca las enseñanzas Budistas al occidente. Es alguien que ha inspirado a muchas personas a tomar el paso más sencillo, y el más importante, de la práctica espiritual, el paso de volverse amigo de uno mismo.
Tú eres quien más sabe acerca de ti mismo.
Nadie conoce mejor que tú la luz que llevas dentro, y nadie conoce mejor que tú los rincones más profundos y oscuros de tu ser. Tenemos dos opciones, o nos convertimos en nuestros mejores amigos o en nuestros peores enemigos. Y la verdad de las cosas es que muchos no somos nuestros mejor amigos. Nos criticamos, maltratamos a nuestro cuerpo y a nuestra mente, muchas veces sin siquiera darnos cuenta. Al volvernos amigos de nosotros mismos logramos enfrentar el miedo, la rabia y a tolerar las imperfecciones de nuestro ser sin hacernos daño y sin dañar al mundo. Comprenderemos que nuestros mayores obstáculos no se encuentran afuera, sino dentro y al analizarnos cercana y honestamente, con atención plena, lograremos desarrollar una mejor autoconciencia, autocompasión y amor propio. Así encontraremos que el único y gran amigo que siempre hemos necesitado somos nosotros mismos.
EL AMIGO ESPIRITUAL
Así pues, la transmisión de las enseñanzas exige que el discípulo entregue algo a cambio de ellas. Es necesario algún tipo de ofrenda o de entrega psicológica. Es por eso que la entrega, la apertura y la renuncia a toda expectativa son indispensables para poder hablar de una auténtica relación entre maestro y discípulo. Es necesario que nos entreguemos, nos abramos y mostremos al gurú todo lo que somos, en lugar de tratar de presentarnos como discípulos dignos de consideración. No importa cuanto estemos dispuestos a pagar, como tampoco importan la corrección de nuestros modales ni nuestra inteligencia o facilidad de palabra ante el maestro. No vamos a afrontar una entrevista laboral o a discutir con un vendedor la compra de un automóvil.
La espiritualidad exige mucho más. No se trata de solicitar un trabajo ni de vestirse bien para impresionar a un posible jefe. Esas estratagemas carecen de utilidad cuando nos entrevistamos con un maestro ya que él puede ver a través nuestro y le divierte mucho, por ejemplo, vernos vestidos especialmente para la ocasión. Es esta situación las muestras de halago no solo son inútiles sino también contraproducentes. Así pues, tenemos que asumir el sincero compromiso de abrirnos al maestro y estar dispuestos a renunciar a todas nuestras ideas preconcebidas.
En Occidente se ha abusado de la palabra maestro. En realidad, sería mucho mejor hablar de amigo espiritual, puesto que las enseñanzas subrayan el encuentro entre dos mentes y la comunicación recíproca, más que la relación entre un ser altamente evolucionado y otro miserable y confundido. Cuando se establece una relación de servidumbre con el gurú como la que existe entre el señor y su siervo, el que ocupa una posición superior aparece ante el otro como si estuviera flotando sobre su asiento, levitando y mirándolo desde lo alto. La voz del maestro es penetrante y llena el espacio. Cada sonido que emite, incluso su tos o cualquier pequeño movimiento, nos parece un gesto de sabiduría. Pero todo esto no es sino una fantasía. El maestro debe ser, principalmente, un amigo espiritual que sepa mostrar y transmitir sus propias cualidades, como Marpa hizo con Milarepa y Naropa con Marpa. No exageraba la importancia de la espiritualidad pero tampoco desatendía a su familia ni su relación física con la tierra.
Tampoco sirve de nada escoger a alguien como maestro solo porque es famoso, un personaje célebre que ha publicado muchos libros o ha convertido a cientos o a miles de personas. Por el contrario, el principio directriz que debe guiarnos en la búsqueda es si somos capaces de comunicarnos con esa persona sin reservas y de un modo directo. Tenemos que averiguar también hasta qué punto no estamos engañándonos a nosotros mismos. ¿Nos conoce verdaderamente el amigo espiritual? Y lo que es más importante, ¿es capaz de desenmascararnos completamente y de comunicarse directamente con nosotros?
Si queremos cultivar la amistad de un amigo espiritual tenemos que hacerlo con inocencia, abiertamente, para que la comunicación tenga lugar entre iguales. No podemos tratar de granjearnos las simpatías del maestro.
Para que un maestro nos acepte como amigos tenemos que abrirnos a él sin reserva alguna. Y, para poder abrirnos, tendremos que someternos probablemente a ciertas pruebas, ya sea a manos del amigo espiritual o de las situaciones de la vida en general. Todas esas pruebas nos abocan, a la postre, a algún tipo de desengaño. Llega un momento en el que dudamos incluso de los sentimientos del amigo espiritual pensando que no siente nada hacia nosotros. Este pensamiento nos obliga a afrontar nuestra propia hipocresía. La hipocresía, las pretensiones y los simulacros del ego presentan una gran resistencia, pues el ego está protegido por una gruesa coraza. Nuestra armadura es tan gruesa que el amigo espiritual no puede sentir la textura de la piel o la forma del cuerpo que hay debajo. Ni siquiera puede distinguir nuestro rostro. Hay muchas historias antiguas sobre la relación entre maestro y discípulo que relatan el modo en que éste último debía emprender largos viajes y sobrellevar grandes penurias hasta que su fascinación e impulso inicial se debilitaba. Éste es precisamente el propósito de este tipo de pruebas . El impulso inicial que nos lleva a querer encontrar algo es en sí mismo un obstáculo. Cuando este impulso desaparece, nuestra desnudez fundamental comienza a manifestarse y puede tener lugar el auténtico encuentro entre dos mentes.
Según se afirma, la primera etapa del encuentro con el amigo espiritual es como una visita al supermercado. Nos sentimos emocionados e imaginamos toda la variedad de artículos que podemos adquirir, es decir, la riqueza del amigo espiritual y las llamativas cualidades de su personalidad. La segunda etapa de nuestra relación con el maestro se parece a una citación judicial, como si fuésemos delincuentes. No podemos cumplir sus exigencias y comenzamos a sentirnos cohibidos porque somos conscientes de que sabe tanto de nosotros como nosotros mismos, lo que resulta sumamente incómodo. En la tercera etapa, el encuentro con el amigo espiritual se parece a la visión de una vaca pastando felizmente por el prado. Nos conformamos con admirar su mansedumbre y el paisaje y seguimos nuestro camino. Por último, en la cuarta etapa de la relación, la experiencia es comparable a cruzarnos con una roca en el camino, es decir, pasamos por su lado y ni siquiera la advertimos.
Al principio tiene lugar una suerte de noviazgo o aventura amorosa con el maestro donde intentamos probar si seremos capaces de conquistarle. Hay una gran tendencia a querer estar siempre cerca del maestro espiritual porque nos sentimos deseosos de aprender y albergamos una profunda admiración por él. Sin embargo, la situación también resulta aterradora y desconcertante en cierto sentido, puesto que de algún modo no colma nuestras expectativas y nos asalta el temor de no poder ser completa y cabalmente sinceros con el maestro. Se establece entonces una relación ambivalente de amor y de odio, un proceso donde coexisten el deseo de entregarse y el de escapar. En otras palabras, empezamos a jugar nuestro juego, el juego de querer mostrarnos abiertos o de anhelar una aventura amorosa con el maestro y, a la vez, de querer escapar de él. Si nos acercamos demasiado al amigo espiritual, entonces, nos sentimos abrumados por su presencia.
Pero a la larga, la relación comienza a establecerse y enraizarse. El discípulo se da cuenta de que esta ambigüedad de querer estar cerca y a la vez escapar es simplemente uno de los muchos juegos del ego y una mera alucinación que no tiene nada que ver con la situación real. El gurú o amigo espiritual está siempre ardiendo como el fuego. Podemos jugar o no, solo de nosotros depende.
A partir de este momento, la relación con el amigo espiritual comienza a tornarse sumamente creativa. Aceptamos igualmente el hecho de sentirnos abrumados y de sentirnos alejados. Una vez que nada nos inquieta ni desconcierta, logramos reconciliarnos con el maestro y su manera de ser.
En la próxima etapa, después de aprender todo lo que es el maestro, nos rendimos completamente, nos sentimos tan insignificantes como una mota de polvo y perdemos nuestra propia inspiración personal. Comenzamos a sentir que el único mundo que existe es el del amigo espiritual, el del maestro. Es como si estuviéramos viendo una película fascinante. La película es lo único que existe. Es como una luna de miel. Nos sentimos unos seres minúsculos e inútiles que reciben todo su sustento del ser fundamental, grandioso y fascinante del maestro. Durante esta fase predomina el fenómenos del culto a la personalidad. Si morimos, morimos por él, y si vivimos, lo hacemos gracias a él. En cualquier caso somos insignificantes.
Sin embargo, esta relación amorosa con el amigo espiritual no puede durar para siempre. tarde o temprano, mengua la intensidad del amor y tenemos que afrontar nuestra situación vital y nuestra propia naturaleza psicológica. Es como el final de una luna de miel para una pareja de recién casados. Comenzamos a comprender porque esa persona es un maestro, más allá de los límites de su personalidad e individualidad. Es así como emerge en el panorama el principio de la universalidad del maestro. Siempre que hay dificultades, escuchamos las palabras del gurú, aunque él no esté presente. Empezamos a independizarnos de la figura amorosa del gurú, porque todas las situaciones se convierten en una expresión de las enseñanzas.
Además de ser una persona externa, el amigo espiritual pasa entonces a formar parte de nosotros mismos. En ese sentido, el maestro desempeña un papel muy importante en el proceso de penetración y descubrimiento de nuestra propia hipocresía. Cuando el maestro interno comienza a activarse, no podemos eludir del imperativo de abrirnos a las situaciones. La inteligencia básica nos persigue a todas partes. No hay manera de escapar de nuestra propia sombra. Somos nosotros mismos quienes nos observamos. Es nuestra propia sombra la que nos vigila.
Podemos ver al gurú como un espectro que nos persigue y se burla de nosotros por nuestra falta de sinceridad. Puede afirmarse que hay un cierto componente diabólico en el acto de descubrir lo que somos. Pero, al mismo tiempo, hay una cualidad creativa en el amigo espiritual que también forma parte de nuestro ser, puesto que la inteligencia básica está presente en todas las situaciones de la vida. Es tan sagaz y penetrante que, arribados a cierto punto, aunque queramos suprimirla ya no es posible. En ocasiones, muestra una expresión severa mientras que, otras veces, hace gala de una sonrisa inspiradora.
Por eso, es recomendable que, si no estamos absolutamente convencidos de ello, no iniciemos el sendero espiritual pues, una vez emprendamos el camino, habremos tomado una decisión irrevocable de la que no hay manera de escapar.