Sangre papal y otras reliquias - Reflexión
Durante siglos se han venerado los despojos mortales de mártires y de santos, que infunden entre los candorosos fieles tanto respeto como temor.
JBN LIE
LA IRREVERENCIA RELIGIOSA
Miles de católicos se dieron cita en la Catedral Primada para venerar el relicario de bronce que encierra una gota de sangre de Juan Pablo II. El crúor del beato hace parte ya del inventario de reliquias santas que tanto han servido a la Iglesia para sustento de su fe.
Desde sus comienzos, y a lo largo de su historia, la Iglesia de Roma ha rendido culto a la sangre y al martirologio. Durante siglos se han venerado los despojos mortales de mártires y de santos, que infunden entre los fieles tanto respeto como temor. De Santa Águeda se custodian restos de su cuero cabelludo. Y hay dos brazos de Santa Tecla en la Catedral de Santa María de Tarragona. En el Monasterio de la Santa Espina, en Valladolid, se conserva un dedo de San Pedro; en la Catedral de Nápoles, la sangre y la cabeza de San Genaro. Y en la iglesia de San Francisco, en Catamarca, Argentina, se veneró durante más de un siglo el corazón incorrupto de Fray Mamerto Esquiú.
Hasta hace poco se exhibía en la Iglesia de Blois, en Francia, una botella que encerraba un suspiro de San José. Y en la Parroquia de San Frontino se veneró durante siglos una ampolleta que guardaba un estornudo del Espíritu Santo. Por desgracia, estas extraordinarias reliquias fueron retiradas de sus urnas, y yacen hoy en el Sancta Santorum del Vaticano. Testimonio de la infinita credulidad humana es la pluma que se conserva en el obispado de Maguncia, la cual creen los más píos se desprendió de una de las alas del arcángel Gabriel, en casa de María, durante la anunciación.
De las reliquias corporales de Cristo, la catedral de Murcia alberga una de las más santas: un pelo "Vultus Divini Jesuchristi" (de la barba de Cristo), solo superada por el "Sanctum Praeputium", quizá la reliquia más famosa de todas, ya desaparecida. Se supone que Cristo, siendo judío, fue circuncidado al octavo día después de su nacimiento, como confirman los evangelios apócrifos. Cuenta la leyenda que San Juan Bautista entregó a María Magdalena la piel divina en un vaso de aceite de nardos. Pero tras la resurrección, ¿ascendió Jesús a los cielos sin su prepucio? El tema fue motivo de interminables discusiones teológicas. Después de estudiar a Santo Tomás, Piedro del Frate concluyó que Jesucristo debió subir a las alturas desprovisto del cuero santo. Mientras que en su opus, "De Praeputio Domini Nostri Jesu Christi Diatriba" (discusión acerca del prepucio de Nuestro Señor Jesucristo), el teólogo de origen griego Leo Allatius especuló que el pellejo ascendió a la par que Jesús, pero quedó a medio camino, convertido en los anillos de Saturno.
Lo cierto es que para finales de la Edad Media más de veinte ciudades en toda Europa se disputaban la posesión de la reliquia. En 1427, los devotos de la piel fálica, en Charroux, fundaron la Cofradía del Santo Prepucio, encargada de honrarla y custodiarla. Además de obrar milagros, el prepucio sagrado llegó a provocar visiones místicas, como aquellas que despertaba en la hermana capuchina sor Agnes Blannbekin, a quien se le materializaba en sus trances, "embriagándola en un éxtasis divino". Con el paso del tiempo, la reliquia terminó por convertirse en motivo de comentarios impíos, lo que llevó a la Sacra Congregación para la Doctrina de la Iglesia a imponer el "Aberratio devotionis", en el cual se declara que "toda persona que hable, escriba o lea sobre el santo prepucio sería considerada despreciable aunque tolerada". Sin embargo, el último de los prepucios divinos se siguió venerando en Calcata, un pequeño pueblo medieval de la provincia de Viterbo, en Italia, hasta su misteriosa desaparición en 1983.
La Iglesia ha prohibido en épocas pasadas la veneración de algunas de sus reliquias más santas por considerar que atentan contra su credibilidad. Es difícil explicar entonces por qué ahora resuelven recorrer los países católicos cargando relicarios con sangre coagulada. O por qué insisten en perpetuar engaños, como aquel de la licuefacción de la sangre de algunos santos. Cada 19 de septiembre, día de San Genaro, patrono de Nápoles, el sacerdote de oficio, en frente de la urna que contiene la cabeza del santo, expone un relicario de plata el cual encierra una ampolleta de cristal con la sangre seca del mártir. Durante varios minutos, lo voltea de un lado a otro, lo mueve de arriba abajo... Lentamente, y ante los ojos incrédulos de los feligreses, el sólido oscuro de su interior se convierte en un líquido viscoso. Anuncia entonces: "¡milagro, milagro!", mientras agita un pañuelo blanco y se oyen las notas del Te Deum.
Pero, ¿por qué agitar la ampolleta cuando podría dejarse sobre el altar y esperar a que obre el milagro? Un examen forense de la "sangre" eliminaría de facto cualquier duda, pero los jerarcas católicos se oponen a que se extraiga siquiera una pequeña muestra. Desde hace siglos se sabe que la mezcla de cloruro férrico, cal, sal y agua, además del aspecto marrón oscuro que simula la sangre coagulada, posee propiedades tixotrópicas, lo cual significa que al agitarse pasa de sólido a líquido. El milagro se torna aún más sospechoso si consideramos que en cierta ocasión en que el relicario tuvo que ser reparado, la "sangre" del santo también se licuó ante los ojos del restaurador, en sus impías manos, fuera de agenda, según cuenta un miembro del CSICAP, organización italiana dedicada a investigar lo paranormal.
¿Por qué no despejar las dudas y callar a los escépticos de una vez por todas? Es probable que la Iglesia no quiera exponerse a otra vergüenza, como sucedió con los milagrosos restos de Santa Rosalía, que tras proteger a Palermo de la peste y curar a miles de enfermos, resultaron ser huesos de cabra. A pesar del fiasco, cada 15 de julio, miles de devotos de la santa patrona siguen venerando los restos del rumiante, debidamente ocultos en un cofre cerrado.
Flaco favor le hace el Vaticano a su doctrina cuando insiste en fomentar esa clase de credulidad infantil, esa "Fe de carboneros". O cuando pretende mantener vivo el fervor religioso mediante exhibiciones necrófilas y anacrónicas que causan malestar hasta en los mismos creyentes.