La iluminación espiritual

El viaje al alma

Cuento Zen (417)

Sari era un buen hombre con aspiraciones espirituales sinceras y se había propuesto llevar a cabo una larga peregrinación a Benarés para bañarse en el Ganges. Antes de partir, se encontró con un maestro que le preguntó:

¿Para qué quieres ir allí?

Para ponerme en contacto con Dios, repuso.

El maestro le ordenó:

Dame ahora mismo todo el dinero que llevas para el viaje.

Sari le entregó el dinero, el maestro se lo guardó en el bolsillo, y dijo:

Sé que habrías acudido a Benarés y te hubieras lavado en el Ganges. Pues bien, en lugar de eso, lávate con el agua que llevo en mi cantimplora.

Sari tomó el agua y se lavó la cara y las orejas. El maestro, satisfecho, declaró a continuación:

Ahora ya has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu casa con el alma serena

MORALEJA

Desde que fue construido Benarés, Dios no ha morado allí ni un solo minuto. Pero desde que fue creada el alma del hombre, Dios no ha dejado de habitar en él ni un solo instante. Ve a tu casa y medita. Y, siempre que lo necesites, viaja a tu propia alma.

La meditación es el alimento del alma. Así como la comida lo es para el cuerpo, la meditación lo es para el alma. Sin alimento el cuerpo está débil; sin meditación el alma está débil. Y ningún estado, ninguna religión, ningún interés creado ha querido nunca que las personas tengan almas fuertes, porque una persona con energía espiritual está destinada a rebelarse.

Una vez que tu alma es poderosa, descubres que no vas a morir, que eres inmortal, que eres eterno. La meditación te proporciona el primer atisbo de eternidad. La meditación es la única experiencia que trasciende el tiempo; por eso los meditadores no temen a la muerte. La meditación desconoce la muerte. Un único momento de meditación vale más que toda la eternidad.

Viaja a tu propia alma por medio de la meditación para que puedas empezar desde el principio. El viaje al alma tiene que empezar por este primer paso.