Los halagos y los insultos

Cuento zen con moraleja

Contra todos los halagos y los insultos el hombre de consciencia y entendimiento, actúa. El hombre que es inconsciente, mecánico, como un robot reacciona.

Imagen del cuento: Los halagos y los insultos

Cuento zen sobre los halagos y los insultos

Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Solo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:

Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.

El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.

¿Qué te respondieron los muertos? Preguntó el maestro.

Nada dijeron.

En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.

El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:

¿Qué te han respondido los muertos?

De nuevo nada dijeron, repuso el discípulo.

Y el maestro concluyó:

Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.

MORALEJA

Viene alguien que te halaga, y tu ego se infla, y te sientes estupendamente; luego viene otro y te insulta, y simplemente te deja por los suelos. Tú eres tu propio maestro: cualquiera puede insultarte y ponerte triste, irritado, fastidiado, violento, fuera de ti. Y cualquiera puede alabarte y ponerte por las nubes, puede hacer que sientas que eres el más grande; que ni Alejandro Magno era nada comparado contigo… Y actúas de acuerdo a las manipulaciones de los demás. Esto no es verdadera acción.

Cuando alguien te insulta, tienes que recibirlo, tienes que aceptar lo que te dice; solo entonces puedes reaccionar. Pero si no lo aceptas, si simplemente permaneces alejado, si mantienes la distancia, si permaneces tranquilo, ¿qué te puede hacer?

Buda dijo: “Si alguien tira una antorcha encendida al río, permanecerá encendida hasta que llegue al agua. En el momento que cae al río, el fuego se apaga; el agua lo enfría. Yo me he convertido en un río. Me lanzas insultos, y son fuego cuando los tiras, pero en el momento que me alcanzan, en mi frialdad, pierden su fuego; ya no duelen. Tú tiras espinas; al caer en el silencio se vuelven flores. Yo actúo desde mi propia naturaleza intrínseca”.

Esto es espontaneidad. El hombre de consciencia y entendimiento, actúa. El hombre que es inconsciente, mecánico, como un robot reacciona.