La iluminación espiritual

Esclavo de las posesiones

Cuento Zen (397)

En cierta ocasión se acercó un hombre rico a un monasterio de la India y pidió permiso para pasar un tiempo allí. Sin embargo, el abad, viendo que era alguien muy poderoso, le advirtió: Mira, aquí somos hombres libres y nada nos esclaviza. Si quieres estar con nosotros, deberás ser como nosotros. De lo contrario, tendrás que marcharte para seguir sirviendo a tu señor.

El hombre, visiblemente desconcertado, se atrevió a decir: Maestro, yo pertenezco a la casta más alta. No soy esclavo de nadie, ni soy un paria. ¡Le puedo asegurar que soy un hombre libre!

El abad, encogiéndose de hombros, le dio permiso para quedarse. Sin embargo, cuando el hombre vio los dormitorios donde vivían los monjes, comenzó a refunfuñar. Más tarde, cuando vio lo que comían, se echó las manos a la cabeza. Y finalmente, cuando descubrió que había que madrugar todos los días para realizar largas sesiones de meditación, no pudo más y se fue a ver al Maestro para quejarse.

Ya te advertí que aquí solo aceptamos hombres y mujeres libres, le contestó el abad. La libertad no es haber nacido en una casta alta, sino estar emancipados del deseo de tener siempre sensaciones agradables, de rodearnos de cosas agradables y de ansiar comodidades. Todo lo que tú posees, en realidad te posee a ti porque ya no sabes vivir sin eso. Por tanto, aunque no te hayas dado cuenta, te has convertido en un esclavo de las posesiones.

MORALEJA

No puedes llevarte nada. Tendrás que dejarlo todo aquí. Y en ese momento comprenderás que todo lo que poseías no era tuyo; la misma idea de posesión es errónea. Las posesiones te pueden esclavizar si no tienes clara la idea de posesión.

Cuando uno entra en un viaje interior, uno abandona el mundo, renuncia a todo lo que obstaculiza el camino, renuncia a todo lo no esencial para poder buscar, descubrir lo esencial. Uno trata de quedar sin lastres, en total libertad para que el viaje se haga más fácil, porque el viaje, este viaje, es hacia lo alto, la mayor altura que existe, el pináculo mismo de las posibilidades humanas, el clímax mismo. Uno deja el mundo, uno renuncia al mundo; y no solo al mundo: uno renuncia a la mente, porque la mente es la causa del mundo entero. El mundo de los deseos, el mundo de las posesiones, es solo la parte externa. La parte interna es la mente: la mente que desea a cada instante, la mente lasciva, la mente celosa, competitiva, la mente llena de pensamientos; esa es la semilla que también te esclaviza.

Uno renuncia a lo externo, uno renuncia a lo interno, uno se vuelve vacío, eso es de lo único de que se trata, la meditación. Uno se vuelve totalmente vacío, absolutamente libre.