La iluminación espiritual

La carreta vacía

Cuento Zen (362)

Cierta mañana, mi padre me invitó a dar un paseo por el bosque y yo acepté con placer. Se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros. ¿Escuchas algo?

Agucé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carreta.

Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.

¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la vemos?, le pregunté.

Y él respondió: Es muy fácil saber que una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto menos cargada está una carreta, mayor es el ruido que hace.

MORALEJA

Estamos repletos de ruidos, por dentro y por fuera. En el mundo externo es imposible crear una situación silenciosa. Aunque huyamos a lo más profundo de un bosque, no habrá silencio, porque a donde vayas, la bulla de tu carga intelectual y prejuicios seguirá tras de ti.

Detrás de toda la basura y ruido de la mente, hay una dimensión de absoluto vacío. Sin Dios estás hueco, sin Dios no eres más que vacío y nada. Si quieres esconder esa desnudez, ese vacío, esa fealdad. Lo tapas con ruido, con la bulla incesante del ego. Por lo menos, finges que eres algo, alguien. Y esto no te sucede solo a ti; es universal, es el mismo caso de todo el mundo.

Buda ha dicho: A menos que dejes de ser, no puedes estar en quietud. Tú eres el problema, tú eres el ruido, tú eres el movimiento. A menos que tú dejes de «ser» completamente, no podrás alcanzar la quietud perfecta. Por esto a Buda se le conoce como el que cree en él no-ser.

Seguimos creyendo que «somos» que «yo soy». Este «yo» es algo totalmente falso, este es el ruido al que se refiere el cuento. Y debido a este «yo», surgen muchos males; debido a este «yo», sigues acumulando el pasado; debido a este «yo» sigues pensando en repetir placeres pasados. Todo cuelga de este «yo»: el pasado, el futuro, los deseos.

Pero el vacío que no genera ruido, es el vacío generado en la quietud y en la vacuidad, donde encontramos una morada. El vacío es tu hogar. Te conviertes en un templo, en un santuario absolutamente silencioso. En este verdadero vacío arde la llama de tu consciencia, y esa llama es la de la divinidad.