La carreta vacía

Cuento zen con moraleja

Detrás del ruido de la mente hay una dimensión de absoluto vacío. Sin Dios eres hueco, sin Él no eres más que vacío. Tapas con la bulla incesante del ego.

Imagen del cuento: La carreta vacía

Cuento zen sobre el vacío

Cierta mañana, mi padre me invitó a dar un paseo por el bosque y yo acepté con placer. Se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó: Además del cantar de los pájaros. ¿Escuchas algo?

Agucé mis oídos y algunos segundos después le respondí: Estoy escuchando el ruido de una carreta.

Eso es, dijo mi padre. Es una carreta vacía.

¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la vemos?, le pregunté.

Y él respondió: Es muy fácil saber que una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto menos cargada está una carreta, mayor es el ruido que hace.

MORALEJA

Estamos repletos de ruidos, por dentro y por fuera. En el mundo externo es imposible crear una situación silenciosa. Aunque huyamos a lo más profundo de un bosque, no habrá silencio, porque a donde vayas, la bulla de tu carga intelectual y prejuicios seguirá tras de ti.

Detrás de toda la basura y ruido de la mente, hay una dimensión de absoluto vacío. Sin Dios estás hueco, sin Dios no eres más que vacío y nada. Si quieres esconder esa desnudez, ese vacío, esa fealdad. Lo tapas con ruido, con la bulla incesante del ego. Por lo menos, finges que eres algo, alguien. Y esto no te sucede solo a ti; es universal, es el mismo caso de todo el mundo.

Buda ha dicho: A menos que dejes de ser, no puedes estar en quietud. Tú eres el problema, tú eres el ruido, tú eres el movimiento. A menos que tú dejes de «ser» completamente, no podrás alcanzar la quietud perfecta. Por esto a Buda se le conoce como el que cree en él no-ser.

Seguimos creyendo que «somos» que «yo soy». Este «yo» es algo totalmente falso, este es el ruido al que se refiere el cuento. Y debido a este «yo», surgen muchos males; debido a este «yo», sigues acumulando el pasado; debido a este «yo» sigues pensando en repetir placeres pasados. Todo cuelga de este «yo»: el pasado, el futuro, los deseos.

Pero el vacío que no genera ruido, es el vacío generado en la quietud y en la vacuidad, donde encontramos una morada. El vacío es tu hogar. Te conviertes en un templo, en un santuario absolutamente silencioso. En este verdadero vacío arde la llama de tu consciencia, y esa llama es la de la divinidad.