La biblia evangelio de la paz

El Evangelio Esenio de la Paz es el mejor tratado de alimentación, medicina natural, moral y de leyes naturales de la época. Breve, conciso y directo.

LA BIBLIA

EL EVANGELIO ESENIO

Fragmentos del Evangelio Esenio de la Paz.

El Evangelio Esenio de la Paz es el mejor tratado de alimentación, medicina natural, moral y comprensión de las leyes naturales de esa época. Es claro, breve, conciso y directo. De su lectura se desprende que el autor de esas palabras tenía un conocimiento muy profundo sobre los mecanismos que sustentan la salud y la armonía en cualquier ser vivo.

No es de extrañar que algo tan sumamente práctico y eficaz no haya sido difundido por nadie. Propone devolver la salud y la autonomía al ser humano con productos de coste cero.

Cualquiera que detenta cualquier tipo de poder sabe que la salud no es nada rentable, solo lo es la enfermedad.

Los fragmentos del evangelio están escritos en azul y yo me permitiré comentarlos en color negro.

En el siguiente fragmento dice que solo se puede mantener la salud viviendo acorde con las leyes naturales y que solo la naturaleza nos puede curar la enfermedad. Hipócrates dijo lo mismo en otras palabras: solo cura la naturaleza

En verdad os digo que el Hombre es Hijo de la Madre Terrenal, y de ella recibió el Hijo del Hombre todo su cuerpo, del mismo modo que el cuerpo recién nacido nace del seno de su madre. En verdad os digo que sois uno con la Madre Terrenal; ella está en vosotros v vosotros en ella. De ella nacisteis, en ella vivís y a ella de nuevo retornaréis. Guardad por tanto Sus leyes, pues nadie puede vivir mucho ni ser feliz sino aquel que honra a su Madre Terrenal y cumple Sus leyes. Pues vuestra respiración es Su respiración, vuestra sangre Su sangre, vuestros huesos Sus huesos; vuestra carne Su carne; vuestros intestinos Sus intestinos; vuestros ojos y vuestros oídos son Sus ojos y Sus oídos.

En verdad os digo que si dejaseis de cumplir una sola de todas estas leyes, si dañaseis uno solo de los miembros de todo vuestro cuerpo, os perderíais irremisiblemente en vuestra dolorosa enfermedad y sería el llorar y rechinar de dientes. Yo os digo que, a menos que sigáis las leyes de vuestra Madre, no podréis de ningún modo escapar a la muerte. Y quien abraza a las leyes de su Madre, a él abrazará su madre también. Ella curará todas sus plagas y él nunca enfermará. Ella le dará larga vida y le protegerá de todo mal; del fuego, del agua, de la mordedura de las serpientes venenosas. Pues ya que vuestra madre os alumbró, conserva la vida en vosotros. Ella os ha dado Su cuerpo, y nadie sino Ella os cura. Feliz es quien ama a su Madre y yace sosegadamente en Su regazo. Porque vuestra Madre os ama, incluso cuando le dais la espalda. Y ¿cuánto más os amará si regresáis de nuevo a Ella? En verdad os digo que muy grande es Su amor, más grande que la mayor de las montañas y más profundo que el más hondo de los mares. Y aquellos quienes aman a su Madre, Ella nunca les abandona. Así como la gallina protege a sus polluelos, como la leona a sus cachorros, como la madre a su recién nacido, así protege la Madre Terrenal al Hijo del Hombre de todo peligro y de todo mal.

A continuación dice que las leyes naturales no están escritas en los libros y que para estar en armonía con ellas y conseguir la salud hay que ayunar, ponerse en contacto a menudo con los agentes naturales (aire, agua, sol, tierra) y cuando hay enfermedad o intoxicación hay que usar la potencia curativa de las lavativas.

Y aunque el sol ya se había puesto, no se fueron a sus casas. Se sentaron alrededor de Jesús y le preguntaron: Maestro ¿cuáles son esas leyes de la vida? Quédate con nosotros un rato más y enséñanos. Queremos escuchar tu enseñanza para que podamos curarnos y volvernos rectos.

Y el propio Jesús se sentó en medio de ellos y dijo: En verdad os digo que nadie puede ser feliz, excepto quien cumple la Ley. Y los demás respondieron: Todos cumplimos las leyes de Moisés, nuestro legislador, tal como están escritas en las sagradas escrituras. Y Jesús les respondió: No busquéis la Ley en vuestras escrituras, pues la Ley es la Vida, mientras que lo escrito está muerto.

En verdad os digo que Moisés no recibió de Dios sus leyes por escrito, sino a través de la palabra viva. La Ley es la Palabra Viva del Dios Vivo, dada a los profetas vivos para los hombres vivos. En dondequiera que haya vida está escrita la ley. Podéis hallarla en la hierba, en el árbol, en el río, en la montaña, en los pájaros del cielo, en los peces del mar; pero buscadla principalmente en vosotros mismos.

Pues en verdad os digo que todas las cosas vivas se encuentran más cerca de Dios que la escritura que está desprovista de vida. Dios hizo la vida y todas las cosas vivas de tal modo que enseñasen al hombre, por medio de la palabra siempre viva, las leyes del Dios verdadero. Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en vuestro corazón y en vuestro espíritu. Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros huesos, en vuestra carne, en vuestros intestinos, en vuestros ojos, en vuestros oídos y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo. Están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en los rayos del sol, en las profundidades y en las alturas. Todas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del Dios Vivo. Pero vosotros cerráis vuestros ojos para no ver, y tapáis vuestros oídos para no oír.

En verdad os digo que la escritura es la obra del hombre, pero la Vida y todas sus huestes son la obra de nuestro Dios. ¿Por qué no escucháis las palabras de Dios que están escritas en Sus obras? ¿Y por qué estudiáis las escrituras muertas, que son la obra de las manos del hombre?

¿Cómo podemos leer las leyes de Dios en algún lugar, de no ser en las Escrituras? ¿Dónde se hallan escritas? Léenoslas de ahí donde tú las ves, pues nosotros no conocemos más que las escrituras que hemos heredado de nuestros antepasados. Dinos las leyes de las que hablas, para que oyéndolas seamos sanados y justificados.

Jesús dijo: Vosotros no entendéis las palabras de la Vida, porque estáis en la Muerte. La oscuridad oscurece vuestros ojos, y vuestros oídos están tapados por la sordera. Pues os digo que no os aprovecha en absoluto que estudiéis las escrituras muertas si por vuestras obras negáis a quien os las ha dado.

En verdad os digo que Dios y sus leyes no se encuentran en lo que vosotros hacéis. No se hallan en la glotonería ni en la borrachera, ni en una vida desenfrenada, ni en la lujuria, ni en la búsqueda de la riqueza, ni mucho menos en el odio a vuestros enemigos. Pues todas estas cosas están lejos del verdadero Dios y de sus ángeles. Todas estas cosas vienen del reino de la oscuridad y del señor de todos los males. Y todas estas cosas las lleváis en vosotros mismos; y por ello la palabra y el poder de Dios no entran en vosotros, pues en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu habitan todo tipo de males y abominaciones.

Si deseáis que la palabra y el poder del Dios Vivo penetren en vosotros, no profanéis vuestro cuerpo ni vuestro espíritu; pues el cuerpo es el templo del espíritu, y el espíritu es el templo de Dios. Purificad, por tanto, el templo, para que el Señor del templo pueda habitar en él y ocupar un lugar digno de él. Y retiraos bajo la sombra del cielo de Dios, de todas las tentaciones de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu, que vienen de Satán. Renovaos y ayunad.

Pues en verdad os digo que Satán y sus plagas solamente pueden ser expulsados por medio del ayuno y la oración. Id por vuestra cuenta y ayunad en solitario, sin descubrir vuestro ayuno a hombre alguno. El Dios Vivo lo verá y grande será vuestra recompensa. Y ayunad hasta que Belcebú y todos sus demonios os abandonen y todos los ángeles de nuestra Madre Terrenal vengan a serviros.

Pues en verdad os digo que a no ser que ayunéis, nunca os libraréis del poder de Satán ni de todas las enfermedades que de Satán vienen. Ayunad y orad fervientemente, buscando el poder del Dios vivo para vuestra curación. Mientras ayunéis, evitad a los hijos de los hombres y buscad los ángeles de nuestra Madre Terrenal, pues quien busca hallará. Buscad el aire fresco del bosque y de los campos, y en medio de ellos hallaréis el ángel del aire. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel del aire abrace vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente, para que el ángel del aire penetre en vosotros,

En verdad os digo que el ángel del aire expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo profane por fuera y por dentro. Y así saldrá de vosotros toda cosa sucia y maloliente, igual que el humo del fuego asciende en forma de penacho y se pierde en el mar del aire.

Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel del aire, quien limpia cuanto está sucio y confiere a las cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre que no deje pasar el ángel del aire podrá acudir ante la faz de Dios.

Verdaderamente, todo debe nacer de nuevo por el aire y por la verdad, pues vuestro cuerpo respira el aire de la Madre Terrenal, y vuestro espíritu respira la verdad del Padre Celestial.

Después del ángel del aire, buscad el ángel del agua. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel del agua abrace todo vuestro cuerpo. Entregaos por entero a sus acogedores brazos y, así como el aire penetra en vuestra respiración, que el agua penetre también en vuestro cuerpo.

En verdad os digo que el ángel del agua expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo mancille por fuera y por dentro. Y toda cosa sucia y maloliente fluirá fuera de vosotros, igual que la suciedad de las vestiduras, lavada en el agua, se va y se pierde en la corriente del río.

En verdad os digo que sagrado es el ángel del agua que limpia cuanto está sucio, y que confiere a todas las cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre a quien no deje pasar el ángel del agua podrá acudir ante la faz de Dios.

En verdad que todo debe nacer de nuevo del agua y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña en el río de la vida terrenal y vuestro espíritu se baña en el río de la vida eterna. Pues recibís vuestra sangre de nuestra Madre Terrenal y la verdad de nuestro Padre Celestial. Pero no penséis que es suficiente que el ángel del agua os abrace solo externamente. En verdad os digo que la inmundicia interna es, con mucho, mayor que la externa. Y quien se limpia por fuera permaneciendo sucio en su interior, es corno las tumbas bellamente pintadas por fuera, pero llenas por dentro de todo tipo de inmundicias y de abominaciones horribles.

Por ello, en verdad os digo, que dejéis que el ángel del agua os bautice también por dentro, para que os liberéis de todos vuestros antiguos pecados, y para que asimismo internamente seáis tan puros como la espuma del río jugueteando a la luz del sol.

Buscad, por tanto, una gran calabaza con el cuello de la longitud de un hombre; extraed su interior y llenadla con agua del río caldeada por el sol. Colgadla de la rama de un árbol, arrodillaos en el suelo ante el ángel del agua y haced que el extremo del tallo de la calabaza penetre vuestras partes ocultas, para que el agua fluya a través de todos vuestros intestinos. Luego, descansad arrodillándoos en el suelo ante el ángel del agua y orad al Dios vivo para que os perdone todos vuestros antiguos pecados; y orad también al ángel del agua para que libere vuestro cuerpo de toda inmundicia y enfermedad, Dejad entonces que el agua salga de vuestro cuerpo, para que se lleve de su interior todas las cosas sucias y fétidas de Satán. Y veréis con vuestros ojos y oleréis con vuestra nariz todas las abominaciones e inmundicias que mancillaban el templo de vuestro cuerpo; igual que todos los pecados que residían en vuestro cuerpo, atormentándoos con todo tipo de dolores.

En verdad os digo que el bautismo con agua os libera de todo esto. Renovad vuestro bautismo con agua todos los días durante vuestro ayuno, hasta el día en que veáis que el agua que expulsáis es tan pura como la espuma del río. Entregad entonces vuestro cuerpo a la corriente del río y, una vez en los brazos del ángel del agua, dad gracias al Dios vivo por haberos librado de vuestros pecados. Y este bautismo sagrado por el ángel del agua es el renacimiento a la nueva vida. Pues vuestros ojos verán a partir de entonces y vuestros oídos oirán.

No pequéis más, por tanto, después de vuestro bautismo, para que los ángeles del aire y del agua habiten eternamente en vosotros y os sirvan para siempre. Y si queda después dentro de vosotros alguno de vuestros antiguos pecados e inmundicias, buscad al ángel de la luz del sol.

Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel de la luz del sol abrace todo vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente para que el ángel de la luz del sol os penetre. Y el ángel de la luz del sol expulsará de vuestro cuerpo toda cosa fétida y sucia que lo mancille por fuera y por dentro. Y así saldrá de vosotros toda cosa sucia y fétida, del mismo modo que la oscuridad de la noche se disipa ante la luminosidad del sol naciente.

Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel de la luz del sol, quien limpia toda inmundicia y confiere a lo maloliente un olor agradable. Nadie a quien no deje pasar el ángel de la luz del sol podrá acudir ante la faz de Dios. En verdad que todo debe nacer de nuevo del sol y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña en la luz del sol de la Madre Terrenal, y vuestro espíritu se baña en la luz del sol de la verdad del Padre Celestial. Los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol son hermanos. Les fueron entregados al Hijo del Hombre para que le sirviesen y para que él pudiera ir siempre de uno a otro. Sagrado es, asimismo, su abrazo. Son hijos indivisibles de la Madre Terrenal, así que no separéis vosotros a aquellos a quienes la tierra y el cielo han unido. Dejad que estos tres ángeles hermanos os envuelvan cada día y habiten en vosotros durante todo vuestro ayuno.

Luego viene una perfecta descripción de lo que en medicina natural se llama la crisis curativa que se produce cuando se ayuna y se usan las lavativas, todos esos sintomas pueden asustar a alguien inexperto y hacerle creer que su situación se está agravando en vez de ir por el buen camino hacia la salud.

Y cuando los brillantes rayos del sol aparecieron sobre el horizonte, todos sintieron que aquel era el sol del reino de Dios que venía. Y con semblantes alegres se adelantaron a encontrar a los ángeles de Dios. Y muchos sucios y enfermos siguieron las palabras de Jesús y buscaron las orillas de las corrientes murmurantes.

Se descalzaron y desvistieron, ayunaron y entregaron sus cuerpos a los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol. Y los ángeles de la Madre Terrenal les abrazaron y poseyeron sus cuerpos por dentro y por fuera. Y todos ellos vieron cómo todos los males, pecados e inmundicias les abandonaban rápidamente. Y el aliento de algunos se volvió tan fétido como el olor que sueltan los intestinos, y a algunos les fluían babas y de sus partes internas surgió un vómito maloliente y sucio.

Todas estas inmundicias salieron por sus bocas. En algunos por la nariz, y en otros por los ojos y los oídos. Y a muchos les vino por todo su cuerpo un sudor apestoso y abominable por toda su piel. Y en muchos de sus miembros se abrieron forúnculos grandes y calientes, de los que salían inmundicias malolientes, y de sus cuerpos fluía orina en abundancia; y en muchos su orina no estaba sino seca y se volvía tan espesa corno la miel de las abejas; la de los otros era casi roja y dura casi como la arena de los ríos.

Muchos lanzaban fétidos pedos de sus intestinos, semejantes al aliento de los demonios. Y su hedor se hizo tan grande que nadie podía soportarlo. Y cuando se bautizaron a sí mismos, el ángel del agua penetró en sus cuerpos, y de ellos salieron todas las abominaciones e inmundicias de sus antiguos pecados, y semejante a un río que descendiese de una montaña, salieron a borbotones de sus cuerpos gran cantidad de abominaciones duras y blandas. Y la tierra donde cayeron sus aguas quedó contaminada, y tan grande era el hedor que nadie podía permanecer en aquel lugar. Y los demonios abandonaron sus intestinos en forma de numerosos gusanos que se retorcían en el lodo de sus inmundicias internas. Y después que el ángel del agua les hubo expulsado de los intestinos de los Hijos de los Hombres, se retorcieron en el suelo con ira impotente. Y entonces descendió sobre ellos el poder del ángel de la luz del sol, y allí perecieron en sus desesperadas convulsiones, pisoteados bajo los pies del ángel de la luz del sol. Y todos se estremecieron aterrorizados al mirar todas aquellas abominaciones de Satán, de quienes les habían salvado los ángeles. Y dieron gracias a Dios por haberles enviado sus ángeles para liberarles.

En el siguiente fragmento se usan los baños de barro o las cataplasmas de arcilla

Y había entre ellos muchos enfermos atormentados por fuertes dolores, y se arrastraron con dificultad hasta los pies de Jesús. Pues no podían ya caminar sobre sus pies. Dijeron: Maestro, el dolor nos atormenta intensamente; dinos qué haremos. Y mostraron a Jesús sus pies, cuyos huesos estaban retorcidos y nudosos y dijeron: Ni el ángel del aire ni el del agua, ni el de la luz del sol han disminuido nuestros dolores, a pesar de habernos bautizado nosotros mismos y de haber ayunado y orado y seguido tus palabras en todo.

En verdad os digo que vuestros huesos sanarán. No desesperéis, pero no busquéis vuestra curación sino en el sanador de los huesos, el ángel de la tierra. Pues de ella salieron vuestros huesos, y a ella retornarán. Y señaló con su mano donde la corriente de agua y el calor del sol habían ablandado la tierra dando un barro arcilloso, en el borde del agua.Hundid vuestros pies en el fango, para que el abrazo del ángel de la tierra extraiga de vuestros huesos toda inmundicia y toda enfermedad. Y veréis cómo Satán y vuestros dolores huyen del abrazo del ángel de la tierra. Así desaparecerán las nudosidades de vuestros huesos, y se enderezarán, y todos vuestros dolores desaparecerán.

Los enfermos siguieron sus palabras, pues sabían que se curarían.

Ahora se describe como Jesús le saca una tenia o solitaria del cuerpo a alguien que está en las últimas.

Y había entre los enfermos uno a quien Satán atormentaba más que a ningún otro. Su cuerpo estaba enjuto como un esqueleto y su piel amarilla como una hoja seca. Estaba ya tan débil que ni siquiera a gatas podía arrastrarse hasta Jesús, y solo de lejos pudo gritarle: Maestro, apiádate de mí, pues nunca ha sufrido ningún hombre, ni siquiera desde el principio del mundo, como yo sufro. Sé que has sido en verdad enviado por Dios, y sé que si lo deseas, puedes expulsar inmediatamente a Satán de mi cuerpo. ¿No obedecen los ángeles de Dios al mensajero de Dios? Ven, Maestro, y expulsa ahora a Satán de mí, pues se enfurece colérico en mi interior y doloroso es su tormento.

Y Jesús le respondió: Satán te atormenta tanto porque ya has ayunado muchos días y no pagas su tributo. No le alimentas con todas las abominaciones con las que hasta ahora profanabas el templo de tu espíritu. Atormentas a Satán con el hambre, y por eso en su cólera te atormenta él a ti a su vez. No temas, pues te digo que Satán será destruido antes de que tu cuerpo sea destruido; pues mientras ayunas y oras, los ángeles de Dios protegen tu cuerpo para que el poder de Satán no te destruya. Y la ira de Satán es impotente contra los ángeles de Dios.

Entonces acudieron todos juntos a Jesús, y con grandes voces le suplicaron diciendo: Maestro, compadécete de él, pues sufre más que todos nosotros, y si no expulsas enseguida a Satán de su cuerpo tememos que no sobrevivirá hasta mañana. Y Jesús les replicó: Grande es vuestra fe. Sea según vuestra fe, y pronto veréis, cara a cara, el horrible semblante de Satán y el poder del Hijo del Hombre. Pues expulsaré de ti al poderoso Satán por medio de la fortaleza del inocente cordero de Dios, la criatura más débil del Señor. Porque el espíritu santo de Dios hace más poderoso al más débil que al más fuerte.

Y Jesús ordeñó a una oveja que estaba pastando la hierba. Y puso la leche sobre la arena caldeada por el sol, diciendo: He aquí que el poder del Ángel del agua ha penetrado en esta leche. Y ahora penetrará también en ella el poder del ángel de la luz del sol. Y la leche se calentó con la fuerza del sol. Y ahora los ángeles del agua y del sol se unirán al ángel del aire. Y he aquí que el vapor de la leche caliente empezó a elevarse lentamente por el aire. Ven y aspira por la boca la fuerza de los ángeles del agua, de la luz del sol y del aire, para que ésta penetre en tu cuerpo y expulse de él a Satán. Y el enfermo a quien Satán tanto atormentaba aspiró a su interior profundamente aquel vapor blanquecino que ascendía. Satán abandonará inmediatamente tu cuerpo, ya que lleva tres días sin comer y no halla alimento alguno dentro de ti. Saldrá de ti para satisfacer su hambre con la leche caliente y humeante, pues este alimento es de su agrado. Olerá su aroma y no será capaz de resistir el hambre que lleva atormentándole desde hace tres días. Pero el Hijo del Hombre destruirá su cuerpo para que no atormente a nadie más.

Entonces el cuerpo del hombre se estremeció con una convulsión y pareció como si fuese a vomitar, pero no podía. El hombre abría la boca en busca de aire, pues se le cortaba la respiración. Y se desmayó en el regazo de Jesús.

Ahora Satán abandona su cuerpo. Vedle. Y Jesús señaló la boca abierta del hombre enfermo. Y entonces vieron todos con asombro y terror cómo surgía Satán de su boca en forma de un gusano abominable, en busca de la leche humeante. Entonces Jesús tomó dos piedras angulosas con sus manos y aplastó la cabeza de Satán y extrajo del cuerpo del enfermo todo el cuerpo del monstruo, que era casi tan largo como el hombre. Una vez que hubo salido aquel abominable gusano de la garganta del enfermo, éste recuperó de inmediato el aliento, y entonces cesaron todos sus dolores. Y los demás miraban con terror el abominable cuerpo de Satán.

Mira qué bestia abominable has llevado y alimentado en tu propio cuerpo durante tantos años. La he expulsado de ti y matado para que nunca más te atormente. Da gracias a Dios por haberte liberado sus ángeles, y no peques más, no vaya a retornar otra vez Satán a tu cuerpo.

Que tu cuerpo sea en adelante un templo dedicado a tu Dios. Y todos permanecían asombrados por sus palabras y su poder. Y dijeron: Maestro, verdaderamente eres el mensajero de Dios, y conoces todos los secretos. Y vosotros –les replicó Jesús– sed verdaderos Hijos de Dios para participar también de su poder y del conocimiento de todos los secretos. Pues la sabiduría y el poder solamente pueden provenir del amor a Dios.

Amad, pues, a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal con todo vuestro corazón y con todo vuestro espíritu. Y servidles para que Sus ángeles os sirvan también a vosotros. Sacrificad todos vuestros actos a Dios, Y no alimentéis a Satán, pues la retribución del pecado es la muerte. Mientras que en Dios se halla la recompensa del bien, su amor, el cual es el conocimiento y el poder de la vida eterna. Y todos se arrodillaron para dar gracias a Dios por su amor. Y Jesús partió, diciendo: Vendré de nuevo junto a quienes persistan en la oración y el ayuno hasta el séptimo día. La paz sea con vosotros.

Y el hombre enfermo de quien había expulsado Jesús a Satán se puso en pie, pues la fuerza de la vida había regresado a él. Respiró profundamente y sus ojos se esclarecieron, pues todo dolor le había abandonado. Y arrojándose al suelo donde Jesús había estado, besó la huella de sus pies y lloró.

Luego dice que el mandamiento no mataras no tiene excepciones, y que no hay que matar animales, pues alimentarse de muerte produce muerte, lo cual es una gran verdad puesto que la práctica totalidad de las enfermedades son a causa de la alimentación con productos de origen animal.

Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: Honra a tu Padre Celestial y a tu Madre Terrenal y cumple sus mandamientos, para que tus días sean cuantiosos sobre la tierra. Y luego se les dio el siguiente mandamiento: No matarás, pues Dios da a todos la vida, y lo que Dios ha dado no debe el hombre arrebatarlo.

Pues en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive sobre la tierra. Por tanto quien mata, mata a su hermano. Y de él se alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores. Y se apartarán de él sus ángeles y Satán tendrá su morada en su cuerpo. Y la carne de los animales muertos en su cuerpo se convertirá en su propia tumba.

Pues en verdad os digo que quien mata se mata a sí mismo, y quien come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte. Pues cada gota de su sangre se mezcla con la suya y la envenena; su respiración es un hedor; su carne se llena de forúnculos; sus huesos se convierten en yeso; sus intestinos se llenan de descomposición; sus ojos se llenan de costras; y sus oídos de ceras. Y su muerte será la suya propia. Pues solamente en el servicio de vuestro Padre Celestial son vuestras deudas de siete años perdonadas en siete días. Mientras que Satán no os perdona nada y debéis pagarle todo. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, vida por vida, muerte por muerte. Pues el coste del pecado es la muerte.

No matéis, ni comáis la carne de vuestra inocente presa, no sea que os convirtáis en esclavos de Satán. Pues ése es el camino de los sufrimientos y conduce a la muerte. Sino haced la voluntad de Dios, de modo que sus ángeles os sirvan en el camino de la vida.

Obedeced, por tanto, las palabras de Dios: Mirad, os he dado toda hierba que lleva semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol, en el que se halla el fruto de una semilla que dará el árbol. Este será vuestro alimento. Y a todo animal de la tierra, y a toda ave del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, donde se halle el aliento de la vida, doy toda hierba verde como alimento. También la leche de todo lo que se mueve y que vive sobre la tierra será vuestro alimento. Al igual que a ellos les he dado toda hierba verde, así os doy a vosotros su leche. Pero no comeréis la carne, ni la sangre que la aviva. Y en verdad demandaré vuestra sangre que brota con fuerza, y vuestra sangre en la que se halla vuestra alma.

Demandaré todos los animales asesinados y las almas de todos los hombres asesinados. Pues yo el Señor tu Dios soy un Dios fuerte y celoso, castigando la iniquidad de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos quienes me odian, y mostrando misericordia hacia los millares de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos. Ama al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; éste es el primer y más grande mandamiento. Y el segundo es según éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento más grande que éstos.

Y tras estas palabras todos permanecieron en silencio, excepto uno que voceó: ¿Qué debo hacer, Maestro, si veo que una bestia salvaje ataca a mi hermano en el bosque? ¿Debo dejar perecer a mi hermano o matar a la bestia salvaje? ¿No transgrediría así la ley?

Y Jesús le respondió: Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: Todos los animales que se mueven sobre la tierra, todos los peces del mar y todas las aves del cielo, han sido puestos bajo vuestro poder. En verdad os digo que de todas las criaturas que viven sobre la tierra, solo el hombre creó Dios a su imagen Por ello, los animales son para el hombre, y no el hombre para los animales. No transgredirás, por tanto, la ley si matas al animal salvaje para salvar a tu hermano. Pues en verdad te digo que el hombre es más que el animal. Pero quien mata al animal sin causa alguna, sin que éste le ataque, por el deseo de matar, o por su carne, o porque se oculta, o incluso por sus colmillos, malvada es la acción que comete, pues él mismo se convierte en bestia salvaje. Y Por tanto su fin ha de ser también como el fin de los animales salvajes.

Y otro dijo entonces: Moisés, el más grande de Israel, consintió a nuestros antepasados comer la carne de animales limpios, y solo prohibió la carne de los animales impuros. ¿Por qué, entonces, nos prohíbes la carne de todos los animales? ¿Qué ley viene de Dios, la de Moisés o la tuya?

Y Jesús respondió: Dios dio, a través de Moisés, diez mandamientos a vuestros antepasados. Estos mandamientos son duros, dijeron vuestros antepasados y no pudieron cumplirlos. Cuando Moisés vio esto, tuvo compasión de sus gentes y no quiso que se perdiesen. Y les dio entonces diez veces diez mandamientos, menos duros, para que los siguiesen.

En verdad os digo que si vuestros antepasados hubiesen sido capaces de seguir los diez mandamientos de Dios, Moisés no habría tenido nunca necesidad de sus diez veces diez mandamientos. Pues aquel cuyos pies son fuertes como la montaña de Sión, no necesita muletas; mientras que aquel cuyos miembros flaquean, llega más lejos con muletas que sin ellas.

Y Moisés dijo al Señor: Mi corazón está lleno de tristeza, pues mi pueblo se perderá. Porque no tienen conocimiento, ni son capaces de comprender tus mandamientos. Son como niños pequeños que no pueden entender aún las palabras de su padre. Consiente, Señor, que les dé otras leyes, para que no se pierdan. Si ellos no pueden estar contigo, Señor, que al menos no estén contra ti; que puedan mantenerse a sí mismos, y cuando haya llegado el momento y estén maduros para tus palabras, revélales tus leyes. Por eso rompió Moisés las dos tablas de piedra donde estaban escritos los diez mandamientos, y les dio en su lugar diez veces diez. Y de estas diez veces diez, los escribas y los fariseos han hecho cien veces diez mandamientos. Y han puesto insoportables cargas sobre vuestros hombros, que ni ellos mismos sobrellevan. Pues cuanto más cercanos a Dios están los mandamientos, menos necesitamos, y cuanto más lejanos se hallan de Dios, más necesitamos entonces.

Por eso innumerables son las leves de los fariseos y de los escribas, siete las leyes del Hijo del Hombre, tres las de los ángeles; y una la de Dios. Por eso yo solamente os enseño las leyes que podéis comprender, para que os convirtáis en hombres y sigáis las siete leyes del Hijo del Hombre. Entonces os revelarán también los ángeles sus leyes, para que el espíritu santo de Dios descienda sobre vosotros y os guíe hacia su ley.

Y todos estaban asombrados de su sabiduría, y le pedían: Continúa, Maestro, y enséñanos todas las leyes que podemos recibir.

Ahora dice que incluso los alimentos del reino vegetal hay que comerlos crudos, pues si se matan con el fuego pierden todas sus propiedades para conservar la salud. Con estas recomendaciones demuestra unos conocimientos muy adelantados de las propiedades y la conservación de las vitaminas mucho antes de haber sido descubiertas.

Y Jesús continuó: Dios ordenó a vuestros antepasados: No matarás. Pero su corazón estaba endurecido y mataron. Entonces, Moisés deseó que por lo menos no matasen hombres, y les permitió matar a los animales. Y entonces el corazón de vuestros antepasados se endureció más aún, y mataron a hombres y animales por igual. Mas yo os digo: No matéis ni a hombres ni a animales, ni siquiera el alimento que llevéis a vuestra boca. Pues si coméis alimento vivo, él mismo os vivificará; pero si matáis vuestro alimento, la comida muerta os matará también. Pues la vida viene solo de la vida, y de la muerte viene siempre la muerte. Porque todo cuanto mata vuestros alimentos, mata también a vuestros cuerpos. Y todo cuanto mata vuestros cuerpos también mata vuestras almas. Y vuestros cuerpos se convierten en lo que son vuestros alimentos, igual que vuestros espíritus se convierten en lo que son vuestros pensamientos. Por tanto, no comáis nada que el fuego, el hielo o el agua haya destruido. Pues los alimentos quemados, helados o descompuestos quemarán, helarán y corromperán también vuestro cuerpo.

No seáis como el loco agricultor que sembró en su campo semillas cocinadas, heladas y descompuestas y llegó el otoño y sus campos no dieron nada. Y grande fue su aflicción. Sino sed como aquel agricultor que sembró en su campo semilla viva, y cuyo campo dio espigas vivas de trigo, pagándole el céntuplo por las semillas que plantó. Pues en verdad os digo, vivid solo del fuego de la vida, y no preparéis vuestros alimentos con el fuego de la muerte, que mata vuestros alimentos, vuestros cuerpos y también vuestras almas.

Maestro ¿dónde se halla el fuego de la vida?, preguntaron algunos de ellos. En vosotros, en vuestra sangre y en vuestros cuerpos. ¿Y el fuego de la muerte, preguntaron otros.

Es el fuego que arde fuera de vuestro cuerpo, que es más caliente que vuestra sangre. Con ese fuego de muerte cocináis vuestro alimento en vuestros hogares y en vuestros campos. En verdad os digo que el mismo fuego destruye vuestro alimento y vuestros cuerpos como el fuego de la maldad que destroza vuestros pensamientos y destroza vuestros espíritus. Pues vuestro cuerpo es lo que coméis, y vuestro espíritu es lo que pensáis.

No comáis nada, por tanto, que haya matado un fuego más fuerte que el fuego de la vida. Preparad, pues, y comed todas las frutas de los árboles, todas las hierbas de los campos y toda leche de los animales buena para comer. Pues todas estas cosas las ha nutrido y madurado el fuego de la vida, todas son dones de los ángeles de nuestra Madre Terrenal. Mas no comáis nada a lo que solo el fuego de la muerte haya dado sabor, pues tal es de Satán.

Ahora enseña a elaborar pan sin utilizar el fuego a base de trigo germinado. A este pan en nuestros días se le llama Pan Esenio

¿Cómo deberíamos cocer sin fuego el pan nuestro de cada día, Maestro?, preguntaron algunos con desconcierto.

Dejad que los ángeles de Dios preparen vuestro pan. Humedeced vuestro trigo para que el ángel del agua lo penetre. Ponedlo entonces al aire, para que el ángel del aire lo abrace también. Y dejadlo de la mañana a la tarde bajo el sol, para que el ángel de la luz del sol descienda sobre él. Y la bendición de los tres ángeles hará pronto que el germen de la vida brote en vuestro trigo.

Moled entonces vuestro grano y haced finas obleas, como hicieron vuestros antepasados cuando partieron de Egipto, la morada de la esclavitud. Ponedlas de nuevo bajo el sol en cuanto aparezca y, cuando se halle en lo más alto de los cielos, dadles la vuelta para que el ángel de la luz del sol las abrace también por el otro lado, y dejadlas así hasta que el sol se ponga. Pues los ángeles del agua, del aire y de la luz del sol alimentaron y maduraron el trigo en el campo, y ellos deben igualmente preparar también vuestro pan.

Y el mismo sol que, con el fuego de la vida, hizo que el trigo creciese y madurase, debe cocer vuestro pan con el mismo fuego. Pues el fuego del sol da vida al trigo, al pan y al cuerpo. Pero el fuego de la muerte mata el trigo, y el pan y el cuerpo. Y los ángeles vivos del Dios Vivo solamente sirven a los hombres vivos. Pues Dios es el Dios de lo vivo y no el Dios de lo muerto.

Comed, pues, siempre de la mesa de Dios: los frutos de los árboles, el grano y las hierbas del campo, la leche de los animales, y la miel de las abejas. Pues todo más allá de esto es de Satán y por los caminos del pecado y la enfermedad conduce hacia la muerte. Mientras que los alimentos que coméis de la abundante mesa de Dios dan fortaleza y juventud a vuestro cuerpo, y nunca conoceréis la enfermedad. Pues la mesa de Dios alimentó a Matusalén, el viejo, y en verdad os digo que si vivís igual como él vivió, también el Dios de lo vivo os dará una larga vida sobre la tierra como la suya.

Ahora advierte del peligro de mezclar muchos alimentos y generar incompatibilidades alimenticias que producen muchos problemas de salud, aunque los alimentos que se mezclen mal sean todos muy sanos. Las incompatibilidades alimenticias y sus consecuencias se han desarrollado en el siglo XX, pero incluso dentro de la población que se preocupa por llevar una vida sana y natural todavía permanece una gran ignorancia sobre este tema.

Pues en verdad os digo que el Dios de lo vivo es más rico que todos los ricos de la tierra, y su abundante mesa es más rica que la más rica de las mesas de festín de todos los ricos de la Tierra. Comed, pues, durante toda vuestra vida en la mesa de nuestra Madre Terrenal, y nunca conoceréis la necesidad. Y cuando comáis en su mesa, comedlo todo tal como se halle en la mesa de la Madre Terrenal. No cocinéis ni mezcléis todas las cosas unas con otras, o vuestros intestinos se convertirán en ciénagas humeantes.

Pues en verdad os digo que esto es abominable a los ojos del Señor. Y no seáis como el sirviente avaricioso que comía siempre de la mesa de su señor la ración de otros. Y todo lo devoraba y lo mezclaba en su glotonería. Y viendo aquello, su señor se encolerizó con él y le expulsó de la mesa. Y cuando todos acabaron su comida, mezcló cuanto quedó en la mesa y llamó al glotón sirviente, y le dijo: Toma y come esto junto a los cerdos, pues tu lugar está entre ellos, y no en mi mesa.

TenedIo en cuenta por tanto, y no profanéis con todo tipo de abominaciones el templo de vuestros cuerpos. Contentaos con dos o tres tipos de alimento, que siempre hallaréis en la mesa de nuestra Madre Terrenal. Y no deseéis devorar todo cuanto veáis en derredor vuestro. Pues en verdad os digo que si mezcláis en vuestro cuerpo todo tipo de alimentos, entonces cesará la paz en vuestro cuerpo y se desatará en vosotros una guerra interminable. Y se aniquilará vuestro cuerpo como los hogares y los reinos que, divididos entre sí, aseguran su propia destrucción. Pues vuestro Dios es el Dios de la paz, y nunca ayuda a la división.

No levantéis, pues, contra vosotros la cólera de Dios, para que no vaya a expulsaros de su mesa y os veáis obligados a ir a la mesa de Satán, donde el fuego de los pecados, de las enfermedades y de la muerte corromperá vuestros cuerpos.

Sigue una lección magistral de frugalidad

Y cuando comáis, no comáis hasta no poder más. Huid de las tentaciones de Satán y escuchad la voz de los ángeles de Dios. Pues Satán y su poder os tentarán siempre a que comáis más y más. Pero vivid por el espíritu y resistid los deseos del cuerpo. Y que vuestro ayuno complazca siempre a los ángeles de Dios. Así que tomad cuenta de cuanto hayáis comido cuando os sintáis saciados y comed siempre menos de una tercera parte de ello.

Que el peso de vuestro alimento diario no sea menos de una mina*, pero vigilad que no exceda de dos. Entonces os servirán siempre los ángeles de Dios, y nunca caeréis en la esclavitud de Satán y de sus enfermedades. No obstaculicéis la obra de los ángeles en vuestro cuerpo comiendo demasiado a menudo.

Pues en verdad os digo que quien come más de dos veces diarias hace en él la obra de Satán. Y los ángeles de Dios abandonan su cuerpo y pronto toma Satán posesión de él. Comed tan solo cuando el sol esté en lo más alto de los cielos, y de nuevo cuando se ponga. Y nunca conoceréis enfermedad, pues ello halla aprobación a los ojos del Señor. Y si deseáis que los ángeles se complazcan en vuestro cuerpo y que Satán os evite de lejos, sentaos entonces solo una vez al día a la mesa de Dios. Y entonces serán numerosos vuestros días sobre la tierra, pues esto es grato a ojos del Señor.

Comed siempre cuando sea servida ante vosotros la mesa de Dios, y comed siempre de aquello que halléis sobre la mesa de Dios. Pues en verdad os digo que Dios sabe bien lo que vuestro cuerpo necesita y cuándo lo necesita.

Y por último la oración del clásico Padre Nuestro, y ahora viene la sorpresa….. luego hay que rezar la oración de la Madre Nuestra para dar gracias a la naturaleza.

Y orad todos los días a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal, para que vuestra alma se vuelva tan perfecta corno el santo espíritu de vuestro Padre Celestial, y para que vuestro cuerpo se vuelva tan perfecto como el cuerpo de vuestra Madre Terrenal. Pues si entendéis, sentís y cumplís los mandamientos, entonces todo cuanto pidáis a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal os será concedido. Porque la sabiduría, el amor y el poder de Dios están por encima de todo.

Orad, por tanto, del siguiente modo a vuestro Padre Celestial: Padre nuestro que estás en los cielos, bendito sea Tu Nombre. Venga a nosotros Tu Reino. Hágase Tu Voluntad como en los cielos así en la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos conduzcas a la tentación sino líbranos del Maligno, pues tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre. Amén.

Y orad del siguiente modo a vuestra Madre Terrenal: Madre nuestra que estás en la tierra, bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en nosotros así como en ti se hace. Igual que envías cada día a tus ángeles, envíalos también a nosotros. Perdónanos nuestros pecados, porque todos los expiamos en ti. No nos conduzcas a la enfermedad sino líbranos del mal, pues tuya es la tierra, el cuerpo y la salud. Amén.