Lo absoluto - Metafísica
Lo absoluto significa algo negativo que por negaciones se explica, pero no se define cuando es un término positivo y dotado de plenitud de realidad.
JBN LIE
FILOSOFIA
El término absoluto implica el problema de los problemas en la filosofía y la metafísica. Para el sentido común, sedimento del cual procede toda especulación racional, la idea de lo absoluto significa siempre algo que es negativo y que por negaciones se explica, ya que no se define, cuando precisamente es un término positivo y dotado de plenitud de realidad. En la acepción usual, a que el mismo sentido común se inclina, la palabra absoluto designa idea que solo se concibe en relación a aquella otra, a la cual se opone, cuando la concibe, sin embargo, la razón especulativa como lo primario y fundamental, que sirve de núcleo y hasta de principio explicativo de todas aquellas relaciones que se perciben empíricamente.
Semeja lo absoluto, en cuanto es irreducible a una determinación concreta en definiciones lógicas, la esfinge antigua, y tan pronto como el análisis encuentra uno de sus caracteres constitutivos, se precipita, lo mismo que aquella, en la profunda sima de lo indefinible. Es, pues, preciso tomar como precedentes de la concepción de la idea de lo absoluto aquellas explicaciones negativas que condensan las exigencias inherentes a la dialéctica del pensamiento y a la vez a la continuidad real de los sucesos.
Lo absoluto, se dice, es lo independiente de todo ser, de todo accidente, que subsiste por sí mismo y en este sentido se ha dicho y repetido que solo de Dios es lo absoluto. Merced a una amplificación analógica su ha predicado de lo absoluto la carencia de determinación, concibiéndolo como aquello que no tiene límite ninguno, estableciendo de esta suerte cierta conexión y parentesco más o menos próximo entre las ideas de absoluto e infinito (V. Infinito) y explicando la integridad de un objeto o la suma de todas sus condiciones de existencia y aun el principio de ella por el carácter de absoluto. En tal acepción lo absoluto es el todo de su género: poder absoluto, monarquía absoluta, verdad absoluta, bien absoluto, como ideas que comprenden íntegramente toda la realidad de lo ideado. A tal variedad o pluralidad de absolutos se inclinaba Proudhón, cuando decía que no conocemos lo absoluto, sino por sus términos opuestos, que son los únicos que caen bajo la esfera de nuestro empirismo y que el progreso de nuestro saber y bienestar consiste en descubrir incesantemente nuevos absolutos. A ella aludía también Schopenhauer, afirmando que todo lo físico es metafísico.
Lógicamente lo absoluto se opone a lo relativo, apareciendo así de nuevo su interpretación negativa como lo que no es limitado, ni condicionado, ni derivado de nada ni por nadie; lo que es contrario a lo condicional y no depende de ninguna otra cosa o idea. Surge de aquí, tal vez por el exceso de negación, con que viene concebido, el valor positivo de la idea de lo absoluto como verdad en la que descansan y de la que dependen todas las demás, y como principio que no deriva de ningún otro y que lleva en sí mismo su razón de ser o posee, para usar el tecnicismo de Leibniz, su razón suficiente o su causa sui que diría Espinosa.
A poco que se observe, se comprenderá que el génesis de la idea de lo absoluto, en la dialéctica del pensamiento que se traduce en la Historia de la Filosofía, se debe principal y casi exclusivamente a que nos elevamos a su concepción mediante lo relativo y condicional y por vía de antítesis. Pero lo absoluto así concebido y aun explicado en términos positivos como lo primario y fundamental, no es imaginable ni representable; antes bien desempeña en este caso la imaginación el papel de loca de la casa (V. Imaginación), que confunde y perturba la lógica real y formal del pensamiento y de lo pensado. Persiguiendo el empeño irrealizable de personificar lo abstracto y de condicionar lo incondicional, la imaginación no puede más que traducir en símbolos relativos lo que por su naturaleza comienza por prescindir de toda relación, si es que se ha de concebir como absoluto. Es un fenómeno a primera vista extraño, pero en definitiva claramente explicable, el que resulta de esta tendencia de nuestra imaginación a representar lo irrepresentable. Como la idealidad de la razón especulativa se halla siempre dispuesta a ampliarse, más que de una manera indefinida, de un modo realmente infinito, y como el pensamiento individual, concretado en la representación imaginativa, no puede abrazar ni contener dentro de sí aquella idealidad, surgen de la impotencia radical de nuestro vano fantasear hipótesis más o menos audaces, de que ofrece ejemplos, en las diversas épocas de la historia, un racionalismo a veces intemperante y en ocasiones completamente injustificado. A él se deben las teorías conjeturales de la reminiscencia de Platón, de la visión en Dios de Mallebranche, del innatismo de Descartes y Leibniz y del idealismo absoluto de la filosofía alemana. Al mismo empeño, en el fondo malogrado, de representar lo irrepresentable, obedecen las síntesis prematuras del teísmo, en la diversidad de sus manifestaciones, imaginando que lo absoluto se personifica en la perfección de Dios, la sustancia única de Espinosa, el noumenos de Kant, la razón impersonal del espiritualismo francés, el ser indeterminado que se hace o deviene de Hegel y finalmente la X irreducible a símbolo o imagen de la eterna esfinge, con que lo absoluto se ofrece de obra y de palabra a la fantasía.
Consecuencia obligada de estas salidas en falso de un idealismo, más que abstracto, fantástico, y desquite impuesto por una reacción natural, ha sido y aun está siendo el criticismo moderno heredero legítimo de la doctrina kantiana, y que significa en primer término un compás de espera frente a pretensiones tan absurdas y errores tan crasos como los que supone confundir la imaginación con la razón. No halla en verdad solución aceptable para el problema de lo absoluto el criticismo kantiano, ni como tal puede estimarse la ingeniosa, más que racional, propuesta por Lotze (Métaphisique), al inclinarse a la concepción de principio unitario o monista, cuando dice: no puede existir pluralidad de cosas independientes unas de otras; es necesario que los elementos, entre los cuales haya de ser posible una acción mutua, sean considerados como partes de un solo ser verdaderamente existente: el pluralismo original de nuestra manera de concebir el mundo debe preparar la idea de un monismo, mediante el cual la incomprensible acción transitiva venga a ser una acción inmanente. Es el procedimiento de Lotze efecto de raciocinio por analogía y lo por él obtenido implica un postulado, cuya verificación no se alcanza, pues llega a confesar el ilustre medico filósofo, arrastrado por una abstracción sin límites, que solo anhela medio con que llenar el completo vacío que existe entre las cosas reales y concretas. Menos aceptable es todavía precipitar el pensamiento como lo hace el positivismo dogmático, que cual densa nube invade toda la cultura moderna.
PROFUNDIZANDO
Lo absoluto opuesto a lo relativo debe ser concebido como el principio ordenador de toda relación a ello subordinada. Y con tal exigencia especulativa y práctica lo absoluto significa la semejanza en medio de la desemejanza, la unidad o el nexo entre las cosas relativas, es decir, la continuidad ordenada de lo real y la racionalidad sistemática del pensamiento. Al unir, aunque sin confusión, la existencia con la cualidad de lo real, puede y debe ser concebido lo absoluto como lo perfecto o sea lo infinito intensivo, que se distingue, pero que no se separa, de lo infinito extensivo o cantidad.
Ahora bien; ni estas ni semejantes explicaciones de la idea de lo absoluto, concebidas por la razón especulativa y halladas a cada paso como exigencias lógicas del raciocinio discursivo, son susceptibles de una representación o imagen; de suerte, que lo absoluto no es imaginable ni representable. Pero cae en el pecado que más censura el Positivismo, cuando declara que lo absoluto es incognoscible, como si se pudiera ni aun hablar de aquello que no se conoce. Una cosa es lo no imaginable y otra muy distinta lo incognoscible o inconcebible. Importa pues rectificar el error que se comete, cuando se identifica la razón con la imaginación, estimando que solo podemos conocer aquello que es susceptible de representación imaginativa. De este error procede después la negación, no de la existencia, porque es innegable y se prueba como verdad de hecho, pero sí de la realidad y cognoscibilidad de lo absoluto en la falsa hipótesis (a que llega como vértice de todas sus indagaciones el positivismo) de lo incognoscible. Esta hipótesis, eco lejano del noumenos incognoscible de Kant y de parentesco inmediato con lo inconsciente de Hartmann, equivale a la fórmula de la filosofía escocesa del sentido común, reproducida con otro nombre, y al renacimiento del tradicionalismo o empirismo escolástico, pues decapita la esfera de lo inteligible, que reduce exclusivamente a la imaginación, impotente por sí misma para concebir lo racional. Moviéndose solo dentro de la vida imaginativa, hay necesidad de caer en el escepticismo poético de Hamlet que decía: tal vez existen en el cielo y en la tierra muchas más cosas que las que sabe y presiente nuestra pobre filosofía.
POSITIVISMO
Para todo el Positivismo moderno un conocimiento o una hipótesis se halla dentro del campo de lo incognoscible, cuando no puede ser representado en la imaginación, ni percibido en observación empírica, quedando de esta manera circunscrita la esfera del conocimiento, y por tanto la de la realidad a lo sensible y empírico. Contra esta hipótesis hay que aducir que existen muchas cosas que concebimos bien y que no podemos representarnos sensiblemente (la humanidad, la justicia, el espíritu colectivo, toda idea general); porque, en vez de la falsa identificación de la imaginación con la razón, se observa que el predominio de la primera en el niño y en el artista acusa un decrecimiento del poder reflexivo de la razón y que cuanto más refulgente es una imagen (un panorama que nos atrae o nos seduce, la contemplación de una maquinaria muy complicada, una exposición instalada con lujo y con arte), menos clara y distinta es la idea que de ella formamos, pues se necesita que la discreción reflexiva vaya gradualmente [178] percibiendo lo que en conjunto ofrece la imaginación en la copia de las impresiones que nos afectan. Mientras la fantasía tiene que circunscribir la plasticidad de sus imágenes a un espacio y tiempo limitados, concibe la razón lo general, lo eterno y lo absoluto, sin límites del espacio y tiempo, hasta como base de las inducciones que constituyen el núcleo de las ciencias positivas.
En tal acepción, lo inconcebible equivaldría a lo no imaginable y abundan hechos científicamente probados, que se han considerado como inconcebibles y que hoy no se pueden representar imaginativamente. Así creemos firmemente, sin representarlo en imagen, en la existencia de los antípodas y en el movimiento de la tierra. Exigir, como a veces se exige al filósofo, que convierta en imágenes sensibles los principios, cuya existencia afirma, es condonarle a que convierta lo absoluto en relativo.
Con autoridad nada sospechosa para el moderno Positivismo pueden reforzarse las anteriores afirmaciones. El Aristóteles moderno, Spencer, reconoce que no es posible, ni aun el conocimiento de lo relativo, sin el de lo absoluto. Nuestra concepción de lo relativo, dice (Les Premiers Principes), desaparece desde que la de lo absoluto se reduce a una negación. Pretender concebir la relación de lo relativo y de lo no relativo, sin tener conciencia de cada uno de ellos, equivale a exigirnos que comparemos aquello de que tenemos conciencia con aquello de que no la tenemos, como si la comparación, que es un acto conscio, fuera posible sin la conciencia de los dos objetos comparables. Existe algo que forma la sustancia del pensamiento definido y que subsiste después que se han suprimido las cualidades definidas que de la conciencia ha recibido. Decir que no podemos conocer lo absoluto, es declarar explícitamente que existe lo absoluto. Al negar que tengamos poder para conocer la esencia de lo absoluto, reconocemos tácitamente su existencia, y este solo hecho prueba que lo absoluto está presente a nuestro espíritu, no como nada, sino como algo real.
FILOSOFIA CIENTIFICA
No se nos oculta que la filosofía científica, empírico-ideal, que concibe lo cognoscible, según un idealismo realista, justificado por las exigencias opuestas, pero concurrentes al mismo fin, del positivismo empírico y del idealismo a priori, encuentra al presente un valladar fortísimo en la crítica negativa, que es el resultado del análisis de Kant. Poro si no fueran suficientes las voces íntimas de la sana razón común, que protesta de hecho contra las conclusiones negativas y escépticas de la crítica kantiana, atribuyendo realidad a nuestros conocimientos por cima de las antinomias del célebre fundador del escepticismo moderno; si espíritus dominados por la ignara ratio quieren dejarse seducir, señalando límites arbitrarios a lo cognoscible para cohonestar un escepticismo cómodo; si inteligencias descontentadizas, que fían todo a la panacea de una intuición genesiaca, huyen de sujetar su pensamiento al poderoso yunque de la reflexión personal; todavía les recordaremos que en el problema de lo absoluto (tal como lo trae planteado la cultura novísima) que inquiere el punto de cruce de la especulación con la experiencia, reside todo el valor del saber humano, sin que valga eludir la cuestión, pues sale constantemente al paso. De ello ofrecen declaraciones bien explícitas, a más de los ya citados, los pensadores que en la hora presente (procedan del empirismo científico o estén influidos por la especulación idealista) parecen señalar derroteros a los espíritus cultos, por ser los más fieles representantes del sentido científico y de la intención filosófica, que gravitan hacia un concierto inevitable. Declara por ejemplo Wunot (La Filosofía en nuestro tiempo, discurso) el problema lógico y su relación con el ontológico alma mater scientiarum. Aunque Hartmaun (Philosophie de l’Inconscient) estima solo la conciencia en la distinción relativa de los términos, reconoce la cualidad consciente de lo que llama principio-madre de todo fenómeno o sea el fondo inconsciente quo reside en toda percepción conscia, y no vacila en declarar que coincidirá muy pronto la especulación con la experiencia.
También merece consignarse la declaración de un pensador tan serio e ingenuo como Littré (A Comte et la Philosophie positive) que dice: La inmensidad material e intelectual se une con lazo estrecho a nuestros conocimientos y viene a ser, merced a esta alianza, una idea positiva; quiero decir que abordándola, esta inmensidad aparece con su doble carácter: la realidad y la inaccesibilidad; pero lo inaccesible no significa nulo o no existente. Aliado de tales autoridades aun puede citarse la de Lauges, que en su noble aspiración a concertar la ciencia con la filosofía, condensa su pensamiento diciendo que el sentido científico y filosófico consiste en tener espíritu de libre síntesis. Este sentido fecundo prueba cuan laboriosa es la gestación científica, pues las ciencias particulares, que aparentemente huyen de lo absoluto al reconquistar su valor contra los excesos de las especulaciones idealistas, tienden a unificarse y gravitan hacia lo absoluto y hacia la indagación racional de las cuestiones primeras. Implican en primer término el positivismo y el empirismo (hálito que fecunda el desarrollo de las ciencias particulares) un problema lógico, que se ha diferenciado después en cuestiones psicológicas, morales, etcétera, para llegar a ser un problema genérico, filosófico y verdaderamente enciclopédico. Y no podía sor de otro modo; pues, negada la realidad de nuestros conocimientos ideales y admitida, con una inconsecuencia palpable, la de nuestras percepciones empíricas, había de tener esta concepción lógica su resonancia obligada en la idea de toda la realidad. Resulta así, voluntaria o involuntariamente, el positivismo empírico convertido en una filosofía, si se quiere científica o naturalista, al par que en una metafísica empírica, a pesar de aquellas decantadas protestas antifilosóficas y antimetafísicas, con que en un principio se iniciara el nuevo método. Fácil sería por demás (pues para ello basta repasar el título o índice de las principales obras de los naturalistas) probar que la necesidad más vivamente sentida por todo el positivismo empírico es la de una restauración idealista y con ella la de una reconstrucción del concepto de lo absoluto, que han de servir de nexo do la especulación con la experiencia, trayendo a sazón los datos ya recogidos por las ciencias particulares. Para dar, pues, una base sólida a la idea de lo absoluto, la metafísica (cuyo fin es explicar y no destruir) y la razón pura o especulativa (contradictoria de la experiencia solo anta una consideración superficial) han de exigir únicamente una condición, la de que la imaginación no pretenda representar en fantasmas sensibles las más altas concepciones de la idealidad, y entre ellas la suprema de lo absoluto, porque toda representación es relativa.