La iluminación espiritual

Humanismo y revolución

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Humanismo y revolución; Patrocinio Navarro

EL BARCO PLANETARIO

¿Con qué herramientas nos enfrentamos a este barco planetario que hace aguas por todas partes, incluyendo las relaciones interpersonales? Naturalmente este proceso de indagación nos obliga a ir al encuentro de múltiples campos del pensamiento y actividad humanos desde los contenidos de la mente intelectual, pero ¿por qué no desde la conciencia, ya que esta es inseparable de nuestra condición?.

Puesto que la mente y la conciencia de las colectividades humanas a causa del fenómeno mundial de la globalización y el haber caído más y más en el espejismo de lo material son ferozmente manipuladas cada día con programas tendentes al lavado de cerebro colectivo, al adormecimiento espiritual y a la idiotización general, merece la pena el esfuerzo de descubrir no solo el juego de los poderosos sino nuestro grado de complicidad en ese juego, si es que la hay.

DOS TIPOS DE CONCIENCIA

Existen en el entramado colectivo dos tipos de conciencia determinantes de las actuaciones individuales y finalmente colectivas: la conciencia social, que a lo más que alcanza a defender es una ética social, siempre teórica y sujeta a la mudanza histórica; y la conciencia espiritual. La primera es la preferida por el materialismo, no importa qué nombre adopte en cada campo de la actividad social. La segunda es la preferida por los hombres que desean vivir en el espíritu, y que reclaman para el espíritu un mundo justo, pacífico, donde la bondad, el altruismo, y el sentimiento de hermandad, unidad, justicia y libertad sean las claves de la convivencia. Pero si algo queda claro después de siglos es que ni la ética social ni la conciencia espiritual caracterizan nuestro mundo.

La conciencia espiritual se ve obligada a luchar con sus tradicionales enemigos: el fanatismo, la ignorancia, el dogmatismo, el cientifismo ultra-racionalista, y autodivinizado, en manos de teólogos, jerarquías, inquisidores, financieras vaticanas, impostores, tergiversadores, oportunistas, beatos, teócratas y toda esa pléyade de cortesanos religiosos y laicos de todas indumentarias y categorías, que amparándose en diferentes tipos de biblias (debidamente mutiladas, seleccionadas y acomodadas a sus fines en nombre de su aparente santidad o seriedad) aparecen como representantes incuestionables del orden y la justicia en los diversos campos de la espiritualidad y hasta de la vida política o social. Sin embargo, actúan (¿se puede imaginar mayor cinismo?) contrariamente incluso a los principios que dicen representar o defender, para captar y vivir de la energía de las gentes a las que embaucan y atrapan por medios ilegítimos, taimados o impositivos a pesar de ser legales en muchas ocasiones, pues legal y legítimo son, muy frecuentemente espacios angulares opuestos por el vértice ético.

Puesto que la conciencia es determinante en las actuaciones humanas, llamo la atención sobre las religiones institucionales como deformadoras de conciencia. Las religiones institucionales han renegado de lo espiritual y han falseado los contenidos profundos del Espíritu para constituirse en castas dominantes y centrarse en conseguir privilegios sociales y disfrutar del poder y las riquezas del mundo.

¿HAY QUE CREER EN EL HUMANISMO?

Algunos rechazan a las iglesias y al dios inventado por las castas sacerdotales en sus biblias, que nada tiene que ver con Dios, pero ha producido muchos ateos. Como alternativa se aferran a los valores humanistas. Pero basta ver el fracaso de esta civilización causante del cambio climático y de la injusticia y la violencia global, para darnos cuenta de lo que produce el humanismo sin Dios. El Humanismo en política, religión, sociología, psicología, filosofía, etc. no ha servido a la evolución, pero tal vez ha conseguido lo que se proponía. Intenta obviar la raíz divina del ser humano, que es energía espiritual trascendente y lo convierte en sujeto histórico limitado a este mundo en lugar de pensar en ella como parte de la divinidad, y por ello carece de fronteras de tiempo y espacio.

La concepción del ser humano como ser físico dotado de intelecto y conciencia sin alma impide una visión del mundo más allá de lo que los sentidos, las categorías intelectuales y el medio en que vive le permiten. Así que se va por las ramas. ¿Y cuáles son las ramas? La psicología conductista, la Gestalt, la democracia formal, el neoliberalismo, la filosofía racionalista y otras muletas donde el Poder se sostiene; el mismo Poder que habla de derechos humanos, defensa de derechos humanos y firma declaraciones solmenes sobre todos ellos, pero sin intención alguna de cumplirlos. El poder es humanista, ya lo creo.

Estas afirmaciones pueden resultar un tanto llamativas y hasta escandalosas para algunas buenas personas que creen en la humanidad en abstracto, creen en el Hombre en abstracto, y piensan en el Humanismo como un elemento liberador. Pero observen, observen a la humanidad en concreto. ¿Dónde está la conciencia de esta humanidad que lleva tantos siglos alimentándose de humanismo de buenas intenciones y cortas miras y de iglesias? Precisamente el mundo en que vivimos y su decadencia más que evidente son consecuencia de la candidez de tantas almas captadas por un humanismo materialista disfrazado de salvador y civilizador en todos los continentes con un disfraz civil o religioso. Ni siquiera ha sido capaz de convertir en realidad los famosos Derechos Humanos, y menos aún aplicar a la vida colectiva los Diez Mandamientos si va de humanismo religioso. ¿Por qué? Porque falta por activar correcta y libremente la conciencia espiritual personal, que está por encima del intelecto y de la conciencia social. Y esta carencia ha sido la raíz profunda del fracaso de todas las revoluciones históricas, que son en realidad el fracaso de una concepción humanista de la vida.

¿HAY QUE CREER EN ESTAS DEMOCRACIAS?

Las llamadas democracias, supuestamente basadas en el humanismo, y hasta en versión satánico-vaticanista han sido incapaces de solventar la vida colectiva, sometidas a los vaivenes y a la dictadura del mercado que los gobiernos se muestran incapaces de controlar. No digamos ya las dictaduras, aunque estas van adquiriendo nuevos estilos con disfraz democrático. Pero si las democracias no funcionan y todo va a peor, hay que mirar de nuevo en la conciencia de las gentes. Pero las gentes -oh, cruel paradoja-admiran al poder, ansían ser ricos, y desprecian a los que piensan que están por debajo en cuestiones como la raza, el sexo, el dinero, etc. Las gentes mayoritariamente no son bondadosas, ni altruistas, ni quieren más bien que el propio. Esta es la raíz podrida del mundo que debe ser renovada. Pero tal cosa no la va a solucionar ninguna doctrina humanista, porque desde el momento que renuncia al autoanálisis de la conciencia personal para descubrir en ella si existen esos defectos que se hacen patentes en la vida social y corregirlos, no es posible corregirlos tampoco en el colectivo humano. Pues ¿quién podría hacerlo? ¿Dictadores de la bondad? ¿Inquisidores de la conciencia?...

UN SALTO DE FRONTERA

¿Cómo pueden lograr éxito miles de manifestaciones por la libertad si cada uno en la medida de sus posibilidades coarta la de otro de una u otra manera? ¿Cómo pueden lograr éxito miles de manifestaciones por la justicia social mientras los manifestantes desean ser ricos en el fondo de su corazón y juegan a quinielas y loterías cuando no invierten el juego de la Bolsa sus pocos o muchos ahorros?... ¿Cómo pueden lograr éxito miles de manifestaciones por la paz, por ejemplo, si en el corazón de los manifestantes, uno a uno existe odio hacia alguien, rencor, rechazo, lo que es muy frecuente? La paz no es una conquista social, es una conquista personal. La paz social vendrá como consecuencia de los millones de gentes que la consiguen en su interior, y que se basa en reglas tan sencillas como esta de No hagas a nadie lo que tú mismo no quieres para ti, o, Lo que quieras que te hagan a ti hazlo tú primero. Esta es la Regla de Oro, ¿humanista?... No. Espiritual, cristiana y revolucionaria. No es necesario leer el Capital, ni la Biblia para estar en el lado correcto.


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