La iluminación espiritual

Las uvas de la discordia

Cuento Zen (366)

Un verdadero profesor espiritual no tiene nada que enseñar en el sentido convencional de la palabra; no tiene nada que darte o añadirte, ya se trate de nueva información, de creencias o de reglas de conducta. Su única función consiste en ayudar a librarte de aquello que te aleja de la verdad de lo que eres y de lo que sabes en el fondo de tu ser. El profesor espiritual está allí para descubrirte y revelarte esa dimensión de profundidad interna que también es paz.

En otras palabras, si estás buscando alimento mental, no lo encontrarás y perderás la esencia de la enseñanza, la esencia de estos cuentos, que no está en las palabras, sino dentro de ti mismo. Es conveniente recordar esto y sentirlo a medida que vayas leyendo. Las palabras no son más que señales que entenderás en el siguiente cuento.

Cuatro peregrinos de distintos países estaban llevando a cabo una peregrinación. Vivían de la caridad de los otros. Un devoto, al pasar frente a ellos, les dio un poco de dinero y decidieron adquirir algo para comer.

El peregrino persa se apresuró a decir. Yo deseo Angur. Replicó de inmediato el árabe. Yo quiero Inab. Nada de eso, protestó enérgicamente el turco. Yo deseo Uzum. Encolerizado, el griego vociferó. Yo quiero Stafil.

Comenzaron a discutir acaloradamente y ya estaban, incluso, a punto de llegar a las manos, cuando pasó por allí otro hombre que entendía las diferentes lenguas. Tras calmarles, les pidió el dinero para ir él a comprar lo que querían. Regresó poco tiempo después con uvas, que era lo que cada uno de ellos había exigido en su respectivo idioma.

MORALEJA

La gente emplea lenguajes diferentes. Aunque empleen distintas palabras no las emplean con el mismo significado. Atiende a las palabras y no al significado. Si atiendes a las palabras nunca comprenderás a la gente. Atiende al significado. El significado es algo totalmente distinto.

El lenguaje es muy engañoso y puede decorar las cosas de tal manera que el envoltorio se convierta en algo muy importante y pierdas de vista el contenido. La gente se ha sofisticado mucho con relación a lo que es superficial, pero su centro interior permanece casi como estaba sin profundizar en las palabras.

La cabeza se ha convertido en el dictador a causa del lenguaje, las palabras, las teorías, la educación, el aprendizaje y el conocimiento. La cabeza se ha convertido en una sede. Hay que desechar esa cabeza, y al hacerlo no perderás nada. Al vivir con la cabeza solo vives a través de palabras muertas que no pueden satisfacerte, ni liberarte.

Las palabras son muy engañosas: confunden a unos y a otros. Aunque todos utilicen las mismas palabras, cada uno le dará una connotación. Las palabras son imprescindible, pero muchas veces limitan. Las palabras son muy poderosas: puede unir o dividir; calmar o irritar; crear equívocos, discordias, recelos y sospechas; herir gravemente; arruinar otra vida…

Hay que ejercer un saludable control sobre las palabras y utilizarlas con precisión, cordura y exactitud. Hay que hablar conscientemente y no mecánicamente, con cordialidad, confortando y cooperando.