El sultán y los dos esclavos

Cuento zen con moraleja

Cuando se disuelva la ira o la codicia, todo lo demás se disolverá. No imites a nadie porque la característica principal de otro puede ser muy distinta.

Imagen del cuento: El sultán y los dos esclavos

Cuento zen sobre la ira

Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche harapiento.

El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás.

El derviche contestó:

Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes: dinero, poder, posición social. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si soy dueño de dos esclavos que para ti son tus señores?.

La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera.

¿Qué quieres decir con eso? Yo soy sultán indiscutible de todas estas tierras, todo está bajo mis dominios y todos responden ante mí, gritó.

Mis dos esclavos, que para ti son los señores que dominan tu vida, son la ira y la codicia.

Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche.

MORALEJA

Si la ira trata de ser tu señor...

Cierra tus ojos y medita sobre lo que es la ira. Escarba en ti y descubre el origen del cual procede. Lo que hacemos, generalmente, es justo lo contrario. Cuando nos enojamos empezamos a pensar en el objeto de la ira, sobre quién la ha creado, y no sobre el origen de la ira, de dónde viene. Cuando te enojes, cierra tus ojos. Ese es el instante correcto para meditar. Cierra tus ojos, ve hacia adentro y descubre de dónde surge esta ira. Síguela hasta su mismísimo origen. Ve hacia adentro y descubrirás el origen del calor desde donde la energía acumulada está hirviendo por salir.

Este proceso es alquímico; observa la ira, y la ira es transformada en luz; observa el sexo, y el sexo es transformado en luz. Observa cualquier fenómeno interno que cree calor y transfórmalo en luz.

Si la codicia trata de ser tu señor...

Las causas del sufrimiento pueden adoptar muchas formas, pueden estar en formas de semillas, así, si el terreno es el adecuado y la semilla obtiene el agua y el sol que necesita, germinará. De modo que puede que sientas durante años que no tienes codicia, y de repente un día, cuando surja la oportunidad precisa, la codicia estará ahí. Entonces, la semilla se encuentra en una forma tan sutil que no eres consciente de ella, y a menos que busques muy profundamente en tu interior no serás capaz de descubrir que está ahí.

Combates tu codicia, porque eres débil. De modo que, la codicia no es el problema. La debilidad es el problema. Una vez que comienzas a fortalecerte interiormente, con el sentimiento de una presencia interna de que tú eres, tus energías se concentran, cristalizan en un solo punto, y nace el Yo. Recuérdalo: nace un Yo, no un ego. El ego es un falso sentido del Yo. Sin tener un Yo sigo creyendo que tienes un Yo. Eso es el ego. El ego quiere decir el falso Yo. Tú no eres un Yo, y aun así crees que eres un Yo.

CONCLUSIÓN

Si la ira es tu rasgo dominante, todo lo demás será un simple soporte de él. Olvídate de todo lo demás. Si la codicia es tu rasgo principal mantente consciente de la codicia y olvídate de todo lo demás. Cuando se disuelva la ira o la codicia, todo lo demás se disolverá. Y recuerda esto: no imites a nadie porque la característica principal de otro puede ser muy distinta.