Las pipas de la paz
Cuento zen con moraleja
Tu mente no es tu mente, esto es algo básico a recordar. Tu mente es un implante de una sociedad llena de mañas y de odios en la que naces accidentalmente.
Cuento zen sobre la paz
Cuenta una leyenda india que un miembro de la tribu se presentó fuera de sí ante el jefe, para hacerle saber que iba a tomar venganza contra un enemigo que lo había ofendido. Pensaba ir corriendo y matarlo sin piedad.
El jefe lo escuchó y le propuso que fuera a hacer lo que pensaba, pero que antes llenara su pipa de tabaco y la fumara a la sombra del árbol sagrado.
Así lo hizo el guerrero. Fumó bajo la copa del árbol, sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para hacerle saber que lo había pensado mejor, que entendía que era excesivo matar a su enemigo, pero que había decidido pegarle una paliza inolvidable.
El anciano jefe volvió a escucharlo y aprobó su decisión, pero le hizo ver que, ya que había cambiado de opinión, debería volver al mismo lugar y fumarse otra pipa.
Así lo hizo el indio. Fumó y meditó. Al terminar, regresó ante el cacique para comentarle que estimaba excesivo el castigo físico, pero que iría a afearle su conducta delante de todos para que se avergonzara.
Con bondad, fue escuchado de nuevo por el anciano y orientado para que repitiera su conducta y la meditación.
Bajo el árbol centenario, el guerrero convirtió el tabaco y el enfado en humo.
Pasado el tiempo, volvió ante el jefe para decirle que lo había pensado mejor y que había decidido acercarse a quien lo agredió y darle un abrazo:
Así, no será mi agresor, sino que recuperaré al amigo que, seguramente, se arrepentirá de lo que ha hecho.
El anciano jefe le regaló dos cargas de tabaco para que ambos fueran a fumar juntos al pie del árbol y le comentó:
Eso quería pedirte, pero no era yo quien debía decírtelo sino tú mismo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras.
MORALEJA
Sientes enfado, y los pensamientos están apareciendo en ti; pensamientos de rabia, hay una gran cantidad de pensamientos pasando, un tráfico de pensamientos. ¿Eres tú ese tráfico? ¿Entonces quién es el que los ve? ¿Entonces quién está mirando ese tráfico? El que está mirando no puede ser parte de ese tráfico, tiene que ser trascendental a ese tráfico. Tú no puedes ser lo que estás viendo. El que ve no puede ser lo visto. El meditador no puede meditar sobre sí mismo.
Cuando empiezas a observar la mente, tus pensamientos, una consciencia totalmente nueva surge en ti: te vuelve el testigo, te vuelves un espejo. Ese espejo entiende. La comprensión es parte de ese espejo y esa comprensión te ayuda a trascender tu enfado.
La mente es una tramposa. Es hipócrita, engañosa, un engaño. Sin entender nada de lo que está sucediendo te sigue diciendo: Yo entiendo. Mira, sé esto. He leído esto. He pensado todo esto y lo mejor es que sigas enfadado, y entonces empieza a actuar de acuerdo a la sociedad, siguiendo a la sociedad, pero sintiendo que funciona independientemente. Este es un dispositivo muy astuto.
Tu mente no es tu mente, esto es algo básico a recordar. Tu mente es un implante de una sociedad llena de mañas y de odios en la que has nacido accidentalmente.
La estrategia para crear un tipo de mentalidad en ti es repetir ciertas cosas continuamente. E incluso si es mentira lo que se repite continuamente, empieza a convertirse en verdad; te olvidas de que en un principio era mentira.
Todo aquello que llena tu mente, si lo tomas elemento a elemento e intentas averiguar y descubrir las pruebas, las evidencias, las explicaciones, te quedarás sorprendido: estás llevando una carga de enfados innecesaria.
La mente no puede estar sana porque nunca puede estar entera. La mente siempre está dividida; la división es su base, el conflicto es su motor. Si no puede estar íntegra ¿Cómo va a poder estar sana?, y si no puede estar sana ¿Cómo va a ser sagrada? Todas las mentes son profanas. No existe cosa tal como una mente santa. Un hombre santo vive sin mente porque vive sin división. Un hombre santo vive sin enfado porque siempre vive en paz.