La iluminación espiritual

La pereza y el egoísmo

Cuento Zen (454)

Había una vez un matrimonio que vivía feliz y estaba muy compenetrado. Y todo sería perfecto de no ser porque ambos tenían los mismos defectos: los dos eran muy perezosos y muy egoístas.

Resulta que un día, la mujer se levantó sin ganas de hacer nada. Ambos se dieron cuenta de que apenas quedaba pan para desayunar. Y el hombre dijo a su mujer:

– María, ¿No ves que no queda pan para esta noche?

– Tendrás que amasar esta misma tarde.

– Y la mujer, que no tenía ganas de amasar, respondió:

– No serán estas manos las que amasen... Hazlo tú si quieres.

– Pero María, que no tendremos pan para comer…

– Amasa tú, te digo, que tienes unos brazos muchos más fuertes que los míos.

– María, ¡no me enfades!

– Quico, ¡no me pongas de los nervios!

– Pues yo no amaso.

– Y yo tampoco.

– Nos vamos a enfadar.

– Depende de ti…

– Muy bien, pues algo debemos hacer para no reñir.

– Pues tú verás.

– Como ninguno tenemos ganas de amasar, lo hará el primero que hable.

– Y así, ambos murieron, por egoísmo y por pereza.

MORALEJA

La pereza es simplemente como el resfriado común; no hay mucho de qué preocuparse. El egoísmo es como el cáncer. Es mejor no tener ninguno de los dos, pero si tienes que elegir y quisieras tener un asidero, el resfriado común está bien, puedes depender de él, nunca mata a nadie, nunca ha matado a nadie. Pero no escojas nunca el cáncer… y esa es la mayor posibilidad.

La pereza como hábito es mejor que estar obsesionado por el egoísmo. Estar obsesionado por el egoísmo es demencial. Una persona perezosa puede estar sana. Algunas veces se ha encontrado que las personas más perezosas son las más sanas.

Una persona sana es hermosa. Una persona egoísta está muerta.

Recuerda, sin embargo, que no estoy alabando la pereza. Simplemente, condeno la actitud egoísta. Estoy más a favor de la pereza que del egoísmo. Pero no estoy a favor de la pereza en sí misma; la pereza tendría que estar llena de atención consciente. Entonces tú estás más allá, tanto de la actividad como de la pereza. Entonces te vuelves trascendental. No eres activo ni inactivo; estás centrado. Haces lo que es necesario, no haces lo que no es necesario. No eres un hacedor ni un no-hacedor. Dejas de concentrarte en el hacer. Eres consciencia.

Así que, por favor, no tomes lo que he dicho en el sentido de que te estoy ayudando a que seas perezoso. Ser realmente perezoso no quiere decir ser inactivo, sino estar tan lleno de energía que te conviertes en un acumulador de energía, perezoso en lo que respecta al mundo, pero tremendamente dinámico interiormente, no indolente.

Un meditador es perezoso en lo exterior; en lo interior se ha convertido en un fenómeno similar a un río, está fluyendo continuamente hacia el océano. Ha abandonado muchas actividades porque estaban sustrayendo innecesariamente su energía. El peligro siempre está ahí -en todo lo que digo hay peligro-, el peligro de la interpretación. Si digo «vuélvete activo», existe la posibilidad de que te vuelvas egoísta. Si digo «vuélvete inactivo», existe la posibilidad de que te puedas volver indolente. La mente es astuta. No deja de interpretar a su manera; no deja de encontrar razones, racionalizaciones, trucos para defenderse a sí misma. Quiere permanecer como es.

En eso consiste todo el esfuerzo de la mente: quiere permanecer como es. Si es perezosa quiere seguir siendo perezosa. Si es egoísta -muy egoísta, obsesivamente egoísta-, quiere seguir siéndolo. Por tanto, tienes que ser cuidadoso para no defender tu mente cuando en estos cuentos se diga algo. Tienes que desembarazarte de tu mente.