El monstruo del río
Cuento zen con moraleja
En definitiva, es más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a la mayoría de desprevenidos incautos de su existencia.
Cuento zen sobre las creencias
El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban junto a su ventana. Para librarse de ellos, les grito: ¡Hay un terrible monstruo río abajo, id corriendo allá y podréis ver como echa fuego por la nariz!
Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río. Cuando el sacerdote escucho la romería, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resollando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quien sabe, a lo mejor será cierta...
MORALEJA
Definitivamente, es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a la mayoría de desprevenidos incautos de su existencia.
En realidad, Dios es “lo que es”. Existe tanto en una mezquita como en un templo. Existe tanto en un matadero como en un lugar de culto. Existe tanto en una taberna como en una mezquita. Está tan presente en un ladrón como en un religioso: no es posible que esté presente un ápice menos. ¿Quién va a residir en un ladrón sino lo divino? Existe tanto dentro de un hinduista como de un musulmán, un cristiano o un budista.
Pero el problema es que, si llegamos a creer que la misma divinidad existe en todos, la lamentable industria de fabricación de dioses se resentiría mucho. Para evitar que suceda esto, seguimos imponiendo a nuestros dioses respectivos. Si una persona hinduista mira una flor, proyectará sobre ella su propio Dios, verá a su Dios en ella, mientras que un musulmán o un cristiano proyectarán y visualizará al suyo. Son capaces, incluso, de reñir por ello. Sus establecimientos están a cierta distancia unos de otros, pero existen, incluso, disputas, disputas entre las “tiendas de divinidad” que son parientes entre sí.
Es muy raro: somos nosotros los que determinamos las cosas siempre. Lo que hemos identificado hasta ahora como “Dios” es un producto basado en nuestras propias especificaciones. Mientras este Dios artificial se interponga en nuestro camino no seremos capaces de conocer a ese Dios que no ha sido determinado por nosotros. No seremos capaces de conocer al que nos determina a nosotros. Así pues, necesitamos librarnos del Dios artificial si queremos conocer al Dios que es. Pero eso es duro; incluso a la persona de corazón más benévolo le resulta difícil. Hasta al hombre al que tenemos por comprensivo le resulta duro librarse de este Dios artificial, tanto como al hombre fanático. Podemos comprender al hombre fanático, pero es difícil comprender al hombre inteligente.
Y por este tipo de creencias, el hombre tuvo que crear dioses falsos. Una mente falsa crea dioses falsos. Una mente falsa necesita dioses falsos.
Recuerda, Dios es impersonal. Los ídolos son personales: el hindú tiene el suyo, el cristiano tiene el suyo, el budista tiene el suyo. Y no solo eso, sino que cada persona mundana tiene una cierta idea de Dios y un ídolo de Dios que quiere poseer totalmente.
La mente mundana es posesiva.