La iluminación espiritual

El loro en el gallinero

Cuento Zen (300)

Un avicultor descontento con la productividad de sus gallinas decidió usar un poco de psicología con ellas. Compro un loro parlanchín de vivos colores y lo puso en el gallinero. Sin pensárselo, las gallinas se encariñaron de inmediato con el atractivo extranjero; con gozosos cloqueos le mostraban los mejores bocados para que él se los comiera y le seguían por todo como un grupo de quinceañeras persiguiendo a una nueva estrella de la canción. Para contento del granjero incluso sus capacidades ponedoras mejoraron.

El gallo del gallinero, naturalmente celoso al ser ignorado por su harén, se echó sobre el atractivo intruso, le empezó a picotear y clavarle los espolones, arrancándole las plumas rojas y verdes una tras otra.

Con lo cual el asustado loro se puso a gritar vehementemente...

¡Déjeme señor gallo! ¡Le pido que desista! ¡Después de todo, solo estoy aquí como profesor de lenguaje!

MORALEJA

Mucha gente vive su vida como profesores de lengua. Esa es la clase de vida más falsa y lo más triste es que el gallinero anduviera detrás.

No se dejen hipnotizar, la realidad no necesita de lenguaje alguno; está a tu alcance a un nivel no verbal. La luna está ahí, no necesita ni de palabras, ni de significados, no necesita de medio alguno. Solamente has de mirar hacia ella. Es una comunicación no verbal. La totalidad de la vida está disponible; solamente has de aprender a comunicarte con ella de un modo no verbal.

De eso es de lo que trata la meditación. Del estar en un espacio donde el lenguaje no interfiera, donde los conceptos aprendidos no se interpongan entre tú y lo real.

Cuando ames a una mujer, no te preocupes por lo que los demás han dicho sobre el amor, porque esto se convertirá en una interferencia. Amas a una mujer, el amor está ahí, olvídate de todo lo que has aprendido sobre el amor. Por favor, no te conviertas en un profesor de lengua. Simplemente, ama a la mujer y deja que el amor exista y deja que el amor te muestre sus más recónditos secretos, sus misterios. Entonces serás capaz de saber lo que es el amor.

Pero ese es el caso de millones de personas. Hablan del amor, conocen toda la poesía que existe sobre el amor, pero nunca han amado. O incluso aunque piensen que estuvieron alguna vez enamorados, nunca se enamoraron. Eso también fue algo «cerebral», no fue del corazón. La gente vive y sigue perdiéndose la vida. Se necesita valor. Se necesita valor para ser realista, se necesita coraje para ir con la vida dondequiera que te lleve porque los caminos no están cartografiados, porque no existen mapas. Uno ha de penetrar en lo desconocido.

La vida solamente puede ser entendida si estás dispuesto a penetrar en lo desconocido. Si te apegas a lo que conoces te aferras a la mente y la mente no es la vida. La vida es no-mental, no es intelectual, porque la vida es total. Tu totalidad ha de estar plenamente implicada; no puedes únicamente pensar sobre ello. Pensar sobre la vida, no es vivir. Cuidado con eso. Uno piensa y piensa. Hay gente que piensa en Dios; hay gente que piensa en la vida, hay gente que piensa en el amor, hay gente que piensa en esto y en lo otro.

Eso es todo. No te conviertas en un profesor de lengua, no te conviertas en un loro. Los loros son profesores de lengua. Viven de palabras, de conceptos, de teorías, de teologías y la vida sigue transcurriendo, escapándoseles de sus manos. Entonces un día, de improviso, se asustan de la muerte. Cuando una persona teme a la muerte, da por seguro que esta persona se ha perdido la vida. Si no se hubiera perdido la vida, no tendría temor a la muerte. Si la persona ha vivido la vida, estará dispuesto a vivir también la muerte. Estará casi encantado del acontecimiento que supone morir.