La iluminación espiritual

El jardinero de la mente

Cuento Zen (324)

Inmerso en un abrazo perpetuo con las montañas, se encontraba un monasterio antiguo cuyo eco reverberaban los valles circundantes susurrando cuentos de tiempos olvidados. Sus muros de piedra eran como pergaminos en los que la historia había dibujado cicatrices de sabiduría y sus jardines eran lienzos en los que la naturaleza esculpía serenidad. Pero en el corazón de un joven monje que vivía allí llamado Manjari, bailaba una tormenta de pensamientos y emociones impredecibles.

Manjari, con sus manos callosas y su espíritu inquieto era el jardinero del monasterio. La serenidad del jardín contrastaba con la turbulencia de su mente que no lograba encontrar la calma que sus hermanos de hábito parecían disfrutar en la meditación. Sus pensamientos y emociones eran como bestias indómitas que le mantenían despierto por las noches.

Un día, en su desesperación acudió al venerable maestro y le dijo: no puedo alcanzar la quietud, en la meditación, mi mente es un torrente que no deja de fluir.

El maestro Kozan, un hombre de rostro amable y arrugado, sonrió con ternura y dijo:

Manjari, ¿Alguna vez ha sembrado una semilla en el jardín y esperado que creciera de inmediato?

Por supuesto que no maestro, respondió. Debo cuidarla, regarla y darle tiempo.

Así es, asintió Kozan. La meditación es un jardín que plantamos y cuidamos en nuestra mente. Debes aprender a cultivar tus pensamientos y emociones como lo haces con las flores y los árboles.

Manjari, con la guía del maestro Kozan, comenzó a meditar tratando de ver cada pensamiento y emoción como una semilla en su mente. Algunos eran como los robustos pinos fuertes y persistentes, otros como los crisantemos delicados y efímeros. Había semillas de miedo, de ira, de amor, de tristeza y alegría, cada una con sus propias raíces y formas de crecimiento.

Manjari, pronto se dio cuenta de que los pensamientos y emociones que tanto le afligían eran semillas que el mismo había plantado y cuidado. Con el tiempo, aprendió a arrancar las semillas del miedo y la ira y a cultivar las de amor y compasión.

Así, la mente de Manjari se transformó en un jardín de paz. Pero había un pensamiento, una semilla que no podía desarraigar. Un gran Roble de duda que oscurecía su jardín.

Así que volvió a buscar al maestro Kozan y le confesó su problema. El maestro, con su sonrisa serena le contestó:

Manjari, no todas las semillas deben ser desarraigadas. Algunas como tu Roble de duda son necesarias para recordarnos que aún somos aprendices. Acepta su presencia, pero no dejes que su sombra opaque la belleza de tu jardín.

Manjari, medito sobre estas palabras y en su meditación encontró la sabiduría para dejar que el Roble de duda conviviera en su jardín. Aceptando su sombra y su frondosidad comprendió que en la diversidad de su jardín había encontrado un equilibrio. La duda que antes parecía una amenaza ahora servía como recordatorio de su eterno aprendizaje y su búsqueda constante de la verdad. Su Roble de duda, ya no le atormentaba, sino que le inspiraba a cuestionar, a explorar y a profundizar.

Manjari, con el paso del tiempo, se convirtió en un verdadero jardinero de su mente, sus días ya no eran tumultuosos en las noches. Ya no le privaban de sueño, había encontrado en la meditación una herramienta, un arado con el que cultivar el terreno de su consciencia. No solo regaba las plantas de su jardín exterior, sino también las de su jardín interior.

Su transformación no pasó desapercibida para los demás monjes del monasterio. En su rostro se reflejaba la paz que antes solo veían en el jardín y su mirada tenía la profundidad de alguien que había atravesado una tormenta y había salido más fuerte y sereno.

La historia de Manjari, se extendió más allá de las paredes del monasterio y pronto personas de todas partes empezaron a visitarlo buscando consejo y guía. Este monje que antes no podía cultivar la paz en su propio jardín mental ahora enseñaba otros hacer lo mismo.

El monje en su corazón agradecía al maestro Kozan y al antiguo monasterio en la montaña, pero sobre todo agradecía su Roble de duda porque en su sombra había encontrado la luz de la comprensión y en su frondosidad había encontrado la fortaleza para crecer y ayudar a otros a crecer.

El jardín del monasterio florecía igual que el jardín de la mente de Manjari. Así, el joven monje que una vez había sido esclavo de sus pensamientos y emociones se convirtió en el verdadero jardinero de la mente.

MORALEJA

La mente no es nada más que la ausencia de tu presencia es como un jardín sin su jardinero. Cuando meditas en silencio, cuando observas profundamente la mente, simplemente tomas el control y pones orden como un jardinero en su jardín.