El fanatismo religioso

Cuento zen con moraleja

Únicamente aquel que contiene la duda en sí mismo se convierte en un fanático. Un religioso fanático es uno que no confía en la validez de su religión.

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Cuento zen sobre el fanatismo

Le decía un turista a su guía: Tiene usted razón para sentirse orgulloso de su ciudad. Lo que me ha impresionado especialmente es el número de iglesias que tiene. Seguramente la gente de aquí debe de amar mucho al Señor.

Bueno, replicó cínicamente el guía, tal vez amen al Señor, pero de lo que no hay duda es de que por su fanatismo se odian a muerte unos a otros.

MORALEJA

Recuerden aquella niña a la que preguntaron: ¿Quiénes son los fanáticos? Y ella respondió: Los fanáticos son personas que se pelean por cuestiones de religión.

Únicamente aquel que contiene la duda en sí mismo se convierte en un fanático. Un hindú fanático es uno que no confía en la validez del hinduismo. Un cristiano fanático simplemente es el que tiene dudas sobre el cristianismo. Se vuelve un fanático, agresivo, no para demostrar algo a los demás; sino que se convierte en un fanático agresivo para intentar demostrarse a sí mismo que crea lo que crea, realmente lo cree. Ha de demostrárselo.

Cuando realmente sabes algo, no eres un fanático. Un hombre de sabiduría, aunque sea uno que ha alcanzado solamente a tener destellos de Dios, destellos de su ser, se vuelve muy tranquilo, muy sensible, frágil. No es un fanático. Se vuelve sereno. No es agresivo. Se vuelve profundamente compasivo. Y con el saber, se torna muy comprensivo con los demás. Puede hasta comprender el punto de vista diametralmente opuesto.

Un hombre de sabiduría alcanza un sentido del humor. Acuérdate siempre de esto. Si ves a alguien sin sentido del humor, ten por seguro, que este hombre no sabe nada. Si te encuentras con un hombre serio, ten por seguro que es un farsante. El saber aporta sinceridad, pero la seriedad desaparece. El saber aporta alegría, el saber aporta sentido del humor. El sentido del humor es un requisito.

Si te encuentras con un santo que no tenga sentido del humor, no es un santo. Imposible. Su seriedad misma revela que no ha llegado. Una vez alcanzas experiencias propias, te vuelves muy juguetón, te vuelves muy inocente, como un niño, sin fanatismos.