El yo
Cuento zen con moraleja
El que puede entrar en su yo meditando, orando o danzando, entra en el todo. El día en que se entra en el yo desaparece el yo. Lo que queda es el todo.
Cuento zen sobre el yo
El Maestro se sentó con sus discípulos en el patio de butacas y les dijo: Todos vosotros habéis oído y pronunciado muchas oraciones. Me gustaría que esta noche vierais una.
En aquel momento se alzó el telón y comenzó un danzante a danzar.
Transcurrió casi una hora hasta que la danza, cada vez más lenta, acabo cesando. Una vez liberados de su tensión interior, todos se sentaron, disfrutando de la silenciosa paz que invadía el recinto.
Cuando le preguntaron al danzante por qué daba culto a Dios por medio de la danza, respondió:
Porque dar culto a Dios significa morir al propio yo. Ahora bien, la danza mata al yo; cuando el yo muere, todos los problemas mueren con él; y donde no está el yo, está el Amor, esta Dios.
MORALEJA
El que entra en su yo meditando, orando o danzando, entra, simultáneamente, en todo. El día en que entremos en nuestro yo, desaparece el yo, y también él tú. Lo que queda entonces es el todo.
No hay libertad para el yo. Solamente existe una libertad y esa es la liberación del yo. No hay liberación para el yo. Únicamente existe un liberarse y ese es liberarse del yo, no liberar al yo.
Por esto ocurre que una persona que haya estado practicando muy austeramente se convierte en un egoísta de un modo más sutil. Se convierte más en un “yo” en vez de ir formando parte del continente, de tierra firme. Se convierte en un elevadísimo ego. Esto le puede pasar a todo el mundo. De modo que no son solamente las riquezas o el prestigio o las cosas mundanas y las posesiones las que nutren al “yo”. El “yo” puede convertir cualquier cosa en su alimento.
Por eso, antes de entrar en el camino espiritual, siempre se ha de recordar el aviso de Buda. Él dijo, «Antes de que entres en cualquier camino, descubre primero si existe o no existe ego». Solamente entonces tu camino se convertirá en espiritual. Si no, cualquiera que sea el camino, al final resultara ser mundano, porque este «yo» lo explotara.
Y cuando ese «yo» lo explote se reirá a carcajadas, porque no es capaz de encontrar a su yo en ninguna parte dentro de sí mismo. Por tanto, ¿qué queda? Lo que queda entonces es Dios. Lo que queda después de hacer explotar ese yo o ese ego, ¿puede estar separado de ustedes? Cuando deja de existir el mismo yo, ¿quién va a establecer esa separación? Solo el yo me separa a mí de ti y a ti de mí.