Dios y el zapatero
Cuento zen con moraleja
Si nos amamos verdaderamente, somos capaces de aceptarnos y valorarnos sin ambicionar nuestras carencias, nuestra imperfección y nuestra vulnerabilidad.
Cuento zen sobre la aceptación
Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo, buscó la casa del zapatero y le dijo:
Hermano, soy muy pobre, no tengo una sola moneda en la bolsa y estas son mis únicas sandalias, están rotas, si tú me haces el favor.
El zapatero le dijo:
Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.
El Señor le dijo:
Yo puedo darte lo que tú necesitas.
El zapatero desconfiado viendo un mendigo le preguntó.
¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?
El Señor le dijo:
Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo.
El zapatero preguntó:
¿A cambió de qué?... a cambio de tus piernas.
El zapatero respondió:
Para qué quiero diez millones de dólares si no puedo caminar.
El Señor le dijo:
Bueno, puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.
El zapatero respondió:
¿Para qué yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo comer solo?
El Señor le dijo:
Bueno, puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.
El zapatero pensó poco...
¿Para qué mil millones de dólares si no puedo ver mis seres queridos?
El Señor le dijo:
¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das cuenta.
MORALEJA
Cuando nos amamos, somos capaces de aceptarnos y valorarnos sin ambicionar nuestras carencias, nuestra imperfección y nuestra vulnerabilidad. Cuando nos amamos, valoramos lo que se nos ha dado.
Aquel que se ve controlado por objetos pierde la posesión de su ser interior. Si ya no se valora a sí mismo, ¡No le queda nada!
Los pensadores han hecho que sus enseñanzas parezcan muy lógicas. Dicen: «Si te amas a ti mismo, te convertirás en un egoísta; si te amas a ti mismo, te convertirás en un narcisista».
El hombre que se ama a sí mismo descubre que no tiene ego. El ego surge al amar a los demás sin amarte a ti mismo, al intentar amar a otros. Los misioneros, los reformadores sociales o las personas que se dedican a ayudar a los demás tienen los mayores egos del mundo; naturalmente, porque se consideran seres superiores. Ellos no son corrientes; la gente corriente los ama a ellos. Aman a los demás, aman los grandes ideales, aman a Dios.
Pero todo su amor es falso, porque carece de raíces.
El hombre que se ama a sí mismo está dando el primer paso hacia el amor auténtico.
Aquel que se ama a sí mismo disfruta tanto del amor, se vuelve tan dichoso, que el amor empieza a rebosarle y a alcanzar a otros. ¡Tiene que alcanzarlos! Si vives el amor, tienes que compartirlo. No puedes continuar amándote a ti mismo eternamente, porque hay algo que te quedará muy claro: que si el hecho de amar a una persona, a ti mismo, es algo tan profundamente extático y maravilloso, ¡cuánto más éxtasis te aguardará si empiezas a compartir tu amor con muchísima más gente!
Pero el amor tiene que empezar desde el principio. El amor tiene que empezar por el primer paso: Ámate a ti mismo.