La iluminación espiritual

El deseo de vida y muerte

Cuento Zen (342)

Bernard Shaw, en los últimos años de su vida, abandonó la vida urbana y se fue a vivir a un pequeño pueblo. Alguien le preguntó: ¿Por qué has escogido este pueblo?

Él contestó: Pasaba por el cementerio cuando me encontré con una lápida en la que estaba escrito: Este hombre murió a la edad de ciento diez años. Su muerte fue intempestiva. Así que pensé que en este pueblo merecía la pena vivir. Si la gente aquí piensa que ciento diez años es una edad intempestiva, es bueno vivir aquí. Y verdaderamente vivió durante largo tiempo.

MORALEJA

El deseo de vivir y de morir van unidos, se unifican. Porque si la vida requiere deseo, la muerte también necesita del deseo. Por eso nunca decimos que Cristo murió. ¡Nunca! Decimos que entró en la gloria de Dios. Nunca decimos que Buda murió. Fue el Nirvana, la Liberación.

Nunca decimos que murieron porque, en realidad, para ellos, ¿cómo puede ser posible la muerte cuando la vida se ha vuelto un imposible? Entiende la implicación: si para un Cristo o un Buda la muerte se ha vuelto una imposibilidad, ¿cómo puede darse la muerte? Una persona que desea vivir, ¿cómo puede desear la muerte? Si carece de deseos en tal medida que la vida es un imposible, la muerte también será un imposible. Por eso nunca decimos que un Cristo o un Buda mueren. Solo decimos que trascendió a una vida diferente. Nunca decimos que muere.

La vida es deseo. La vida que conocemos es deseo. Pero hay otra vida que carece de deseos; la vida que desconocemos. Esta vida requiere del cuerpo; aquella vida requiere la pura consciencia. Directa, inmediata. Esta vida utiliza el cuerpo, la mente, los instrumentos. Por eso es porque aparece tan confusa y apagada. No es algo inmediato.

Por eso cuando digo que la vida implica deseos, me refiero a esta vida, no a esa. Está vida implica deseos. Cuantos más deseos tengas, más percibirás esta vida. Por eso es por lo que los que persiguen deseos van corriendo tras ellos, aparentan estar más vivos; decimos que están mucho más vivos.

Pero hay otra vida también. Más amplia, más profunda, más vital, más inmediata y directa. Tenemos dos palabras para describirla: experiencia inmediata. Dios debe ser contemplado, pero no con los ojos. Ha de ser escuchado, pero no con los oídos. Debe ser abrazado, pero no con las manos, no con el cuerpo. Pero ¿cómo podemos lograrlo?

Conocemos solo de dos cosas: la vida de deseos y la muerte de los deseos. No conocemos esta otra dimensión: la vida sin deseos y la Liberación sin deseos. Pero si nos volvemos conscientes del mecanismo del deseo, podemos crear una distancia y en el momento en que la distancia es creada, la vida comienza a moverse hacia otra vida.

Recuerden: Cuando el deseo desaparece, permanece la energía que estaba moviéndose en el deseo; esta no puede desaparecer. Esta energía es la de la vida eterna a la que se refirió Cristo. Esta energía es la del Nirvana a la que se refirió Buda.