Cambiarme a mí mismo

Cuento zen con moraleja

Lo único que puedes hacer es cambiarte. Mientras más rápido comprendas que cambiar el mundo entero es solo una estupidez, no es responsabilidad tuya.

Imagen del cuento: Cambiarme a mí mismo

Cuento zen para cambiar tu mismo

Bayazid, un místico sufí, escribió en su biografía:

Cuando yo era joven pensaba y le decía a Dios: Dame fuerza para cambiar el mundo entero, y esto era la base de todas mis oraciones. Me parecía que el mundo entero estaba equivocado. Yo era un revolucionario y quería cambiar la faz de la Tierra.

Cuando me hice un poco más maduro empecé a rezar: Por lo visto eso es demasiado. Se me está yendo la vida de las manos; ya se me ha ido casi la mitad y no he cambiado ni a una sola persona, qué decir del mundo entero. Así que le dije a Dios: Con mi familia será suficiente. Déjame cambiar a mi familia.

Y cuando me hice viejo, me di cuenta de que hasta mi familia era mucho pedir, además ¿quién soy yo para cambiar a nadie? Entonces me di cuenta de que si me pudiera cambiar a mí mismo sería suficiente, más que suficiente. Le recé a Dios: Ahora he llegado a la verdadera cuestión. Al menos permíteme hacer esto: me gustaría cambiarme a mí mismo.

Y Dios contestó: Ahora ya no queda tiempo. Eso lo tenías que haber pedido al principio. Entonces todavía había una posibilidad.

MORALEJA

Todo el mundo pide esto al final. El que lo pide al principio, ha entendido la naturaleza de las cosas. Este comprende que aún cambiar uno mismo no es una tarea fácil. Eres todo un mundo dentro de ti; llevas en ti el mundo entero. Todo lo que existe, existe en tu interior. Eres todo un universo, no una cosa pequeña; si este cambio puede ocurrir lo habrás conseguido.

No trates de cambiar el mundo, ¡Salte de ahí!

A los demás no se les puede cambiar, si tratas de cambiarlos estarás malgastando tu vida innecesariamente. Ese es su problema. Ellos serán los que sufran si no lo comprenden, ¿por qué tienes que sufrir tú? Simplemente, comprende que todo el mundo trata de dominar y di: Yo me salgo de esto, no voy a intentar dominar... Tu lucha desaparecerá. Y ocurrirá algo muy hermoso.

El problema es el mismo para todo el mundo porque la naturaleza humana funciona, más o menos, de una forma similar; las diferencias son únicamente de cantidad. Si intentas comprender, te conviertes en un marginado. No es que te margines de la sociedad, no es eso. Lo que pasa es que psicológicamente ya no estás en esas funciones egóticas, en la dominación, en la agresión, en la violencia, en la ira. Al cambiar tú solo, ya no formas parte de eso. Entonces se crea cierta distancia, cierto desapego. Ahora puedes ver las cosas y reírte...: ¡qué tonto es el hombre! Y te puedes reír...: ¡qué ridículo has sido hasta ahora!

Al cambiar tú solo, te reirás, no estarás angustiado. Todo a tu alrededor es muy ridículo, pero no te das cuenta por qué eres parte de ello. Estás tan implicado en ello que no puedes darte cuenta. La ridiculez no puede verse a menos que se tome cierta distancia, cierto desapego.

Cuando no se entiende el significado profundo de las cosas, se perturba en vano la paz esencial de la mente. Y no consigues nada, no llegas a ningún sitio, simplemente te inquietas. ¿Dónde has llegado? ¿Qué has sacado de tu ansiedad, de tu tensión, de tu inquietud? ¿Qué eres? ¿Adónde vas? No se consigue nada..., en vano.

Aunque ganes algo con ello... te puede parecer que a través de tus molestias estás consiguiendo algo. No consigues nada. Al contrario, pierdes algo. Pierdes los preciosos momentos que pueden volverse bienaventurados, el tiempo precioso, la energía, la vida en la que podrías haber florecido. Y no floreces.

Pero siempre piensas (este es el punto de vista de la ignorancia), siempre piensas:

Todo el mundo está equivocado, y si pudiera cambiarlo sería feliz. No serás feliz nunca, no puedes ser feliz; esta es la base de la desdicha. Una vez que comprendes que cambiar el mundo entero no es responsabilidad tuya, lo único que puedes hacer es cambiarte a ti mismo.