La iluminación espiritual

Cuco y su familia

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Cuco y su familia; Patrocinio Navarro

LA TERNURA DE CUCU

Una historia real que sirve de cuento de Navidad. Esta es una de esas historias que siempre parecen suceder en el recóndito país donde suceden los cuentos; solo que en esta ocasión es una historia real, por curiosa que pueda parecer. Sucedió en lugar del Levante español llamado Elda, y su protagonista principal es un pequeño gorrión.

Las cosas pasaron así:

Un día del mes de agosto cayó del cielo (¿de dónde, si no?), un pequeño huérfano extraviado y tan pequeño era que no sabía comer ni beber. Y menos volar, claro está. No es difícil imaginar que se trataba de uno de esos tiernos gorrioncillos por los que los gatos se vuelven locos en cuanto les oyen piar. Y este piaba, piaba sin parar abriendo y cerrando su piquito. Tampoco es difícil imaginar que en cualquier vecindario siempre hay gatos con las orejas tiesas. De modo que nuestro gorrión iba a convertirse en el almuerzo de un minino en menos que se dice pio. Y pio es lo que no paraba de decir. Y aquí es donde interviene Mariela.

Mariela es una jovencita adolescente que siente un enooooorme amor por los pájaros, especialmente si son pájaros extraviados, indefensos y pequeños. No tenía ni idea de qué hacer con él, y lo primero que pensó fue ponerle un nombre. Así tal vez todo empezara a ir mejor. Así que le llamó Cuco, aunque podría haberle llamado Pio, dadas las circunstancias. Pero Cuco, bien pensando, estaba bien.

Y aquí es donde interviene la madre de Mariela, que para fortuna de Cuco sí sabía qué hacer. De modo que con grandes mimos, el sabido método de acierto y error, y el sabio empuje de la madre naturaleza, aquel pequeño animal fue tirando para adelante. Y tanto es así que tres años después lo encontramos convertido en un mozalbete (¡cualquiera sabe la edad de los pájaros indocumentados!), y no en perezoso mozalbete, no, sino en un auténtico auxiliar doméstico vocacional. Se había encariñado especialmente con Mariela, y cada mañana en cuanto esta se despertaba, Cuco lo hacía a su vez, y se ponia a revolear y a cantar, pues ya aprendió a dejar de piar. Vive libremente en la casa, y entra y sale cuando le parece al mundo exterior, donde echará unos vuelos y unos cantos y jugará un poco con sus amigos. Pero siempre vuelve con la fidelidad de un buen hijo. Como es natural, odia las jaulas; y cuando Mariela tiene que viajar lo tiene que encerrar en una de esas prisiones para pájaros que Cuco soporta con una condición: que un dedo de Mariela le toque constantemente a través de los barrotes.

En casa, no siempre quiere compañía, pero cuando la quiere, protesta si le dejan solo.

Hace tiempo que el reloj de la cocina se quedó sin pilas, y nadie se preocupa por la hora de comer, porque cada día a la una en punto de mediodía, Cuco se planta sobre la mesa del comedor y canta que da gusto. Es la señal para toda la familia. Si tiene hambre hace lo siguiente: roza con su pico el labio inferior de Mariela. Y si tiene sed canta de un modo especial que todos han llegado a entender.

Todavía no sabe hablar, pero ¿quién lo necesita a estas alturas?

Dato importante que ya habrás adivinado: no hay gato en la casa familiar. De haberlo habido el pobre Cuco solo podría haber cantado un canto único: su canto fúnebre, porque la verdad es que no hay noticias sobre gatos comprensivos con pájaros listos.

Hace tiempo que no tengo noticias del gorrión de nuestra historia, pero seguro que los demás pájaros envidiarán su suerte, especialmente en las navidades de este cristianismo paganizado que llena con sus cadáveres los platos de estas fiestas.

Feliz Navidad en especial a los lectores que respetan la vida animal.


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