La iluminación espiritual

El filosofo consejero del príncipe

LA RAZÓN Y LA FILOSOFÍA

Gracias a los aportes de las nuevas ciencias y a enseñanzas espirituales acordes con ellas, la realidad científica y la fe han dejado de darse la espalda para empezar a reconciliarse. Puede decirse que nuestra época está despertando de un gran sueño: el sueño de la Razón como herramienta práctica definitiva. Y no, no es que la razón haya resultado inútil como herramienta, al contrario: ese papel lo ejercita a la perfección, hasta el extremo que ha dejado de ser vehículo de ideas para convertirse en sierva del Producto. En consecuencia (Horkheimer dixit) los filósofos han concertado la paz con el mundo. ¿Con qué parte del mundo? con la que se niega a evolucionar.

Una nueva ciencia y una nueva espiritualidad emergen en esta Era que comienza y acabarán por triunfar como triunfa siempre lo superior sobre lo inferior en evolución, pero el viejo mundo y todas sus viejas creencias se niega a morir porque está anclado en intereses materiales, en miedos y en viejos prejuicios heredados del modo de pensar anterior, especialmente desde la aparición del catolicismo como religión del imperio por un lado, y, más adelante, de la sociedad industrial.

De esta manera se llegó al final del siglo 20 y comenzó el presente siglo volcando sobre la humanidad junto a la crisis de la Razón y la Filosofía, millones de preguntas sobre casi todo lo esencial, como quiénes somos, qué hacemos aquí, si realmente morimos o no y si regresamos de nuevo a la existencia o nos quedamos en algún lugar desconocido. Preguntas que siguen sin ser resueltas por la Filosofía, la Ciencia clásica o la religión descristianizada del catolicismo. Como es natural, estas cuestiones guardan también una estrecha relación con el sentido de la vida desde el espíritu y la vida espiritual, -tenga esta o no forma religiosa, -así como con Dios y nuestra relación con Él. Y esto es así aunque tales asuntos, aun siendo cuestiones que nos atañen esencialmente, no parezcan racionales ni científicas y por tal motivo muchos opten por desecharlas. Estos son los que opinan que solo lo material es real y que sobre el contenido de lo material y la explicación de lo que es real, la última palabra la tiene la Ciencia, aunque una opinión no sea una certeza (Sócrates dixit).

Hemos pasado tanto tiempo asociando lo racional con lo real y a cada uno de ellos con aquello que es comprobable por el método científico que hemos llegado a considerarlo como una especie de trío indisoluble, y todo lo que queda fuera de estas categorías predefinidas carece de validez objetiva, así que a la Filosofía apenas si le queda otra salida que convertirse en ciencia matemática o morir. Y esto es lo que le está ocurriendo. Mas otra consecuencia tremenda de esta auto-limitación es que puede convertirse en auto-censura personal a la hora de pensar y sentir, pues ¿qué es real, que es racional, qué es científico?¿Cual es la frontera entre lo que yo percibo como real, lo que es real y lo que es aceptado como real por los demás? A quien posee facultades paranormales, ¿debemos catalogarlo como enfermo o como charlatán, tal como ha sucedido? Y quien se pregunta eso sin hallar respuestas que le den vida, ni topar con otros modo de mirar la realidad acaba fácilmente por cansarse y caer en posturas nihilistas o escépticas, no solo respecto a la filosofía, sino también respecto a su propia forma de ver la vida y vivir el día a día. De ahí a vegetar solo hay un paso, pero ese paso no es algo fortuito: es el que el Príncipe necesita que demos para ser manejables. Y para ello cuenta con los filósofos oportunistas que esgrimen lo racional como excusa para intentar someter a la realidad del Poder la realidad misma. Tal postura nada tiene de filosófica y mucho de matemática, como requiere la administración de las fortunas que patrocinan ese poder sobrepuesto al del espíritu, pretendiendo expulsarlo al territorio marginal de las creencias o al de la fe sin fundamento esgrimiendo la bandera de la Razón.

¿Es la Filosofía misma culpable de su decadencia? Ante tantas teorías opuestas entre sí defendidas por reconocidos filósofos cada uno con sus argumentados razonamientos, es fácil dudar de todos ellos y rechazar como guías a este o aquel, pues ¿quién dice la verdad, después de todo? Más aún ¿quién dice toda la verdad que uno necesita saber y practicar para encontrar sentido a su vida? Así que aquí tenemos un obstáculo que conduce a la decadencia de la Filosofía: los filósofos que han concertado la paz con el mundo y sirven a sus administradores como intelectuales de pesebre.

Como los artistas honrados, también los filósofos honrados constituyen una especie de buscadores entre el caos y una realidad a la que intentan comprender y luego expresar. Sin embargo, bien distinta es una exploración desinteresada del que se pregunta, descubre y expresa sin otra motivación que el afán de descubrir y servir con su conocimiento a sus semejantes, del que lo utiliza para buscar reconocimiento o posición social. En el primer caso, la Filosofía, tal como la definieran Epicuro y las escuelas estoicas, cínicas, escépticas y neoplatónicas, tiene como meta la sabiduría y la felicidad de la especie humana. En el segundo caso, concebido el hombre como objeto de utilidad social, se ha tratado desde la aparición de la gran industria especialmente de reconciliar al Filósofo con el mundo mirado desde las ventanas de los dueños del tesoro público y los negocios privados. De poeta de la razón, de buscador de la verdad, acabó el Filósofo por convertirse en consejero privado del Príncipe, haciendo a través del discurso de la razón prostituida el mismo papel integrador y reaccionario de la Iglesia a través del discurso de una fe que ignora y rehúye cumplir las enseñanzas que Cristo expresó en Su Sermón de la Montaña y ya antes el mismo Dios en Su Decálogo. Quienes los siguen no precisan de los filósofos, pues les basta con seguir a Cristo, el sabio entre los sabios. Pero los débiles y desengañados dejaron de preguntarse y se pusieron a mirar su propio ombligo y la diosa Razón pudo triunfar sobre el trono del mundo, pero en su triunfo encontró su agonía, como sucede a las Iglesias. Y así es como la falsa razón y la falsa fe son responsables de una parte importante de la decadencia de nuestro tiempo.