La iluminación espiritual

La serenidad del maestro

Cuento Zen (391)

Dos amigos que anhelaban recibir enseñanzas para evolucionar espiritualmente y hallar la paz interior recorrieron un largo camino para conocer a cierto maestro del que habían oído que era un ser realizado. Tras un viaje largo y extenuante, llegaron hasta donde vivía el maestro y se presentaron ante él. Unos minutos después, antes de llegar la hora del día fijada para que el maestro impartiera las enseñanzas, uno de los amigos le dijo al otro:

¡Vámonos!

Estupefacto, el amigo protestó indignado:

¡Pero si todavía no hemos escuchado sus enseñanzas!

Y el amigo le contestó:

A mí me basta con haber visto la serenidad el maestro.

MORALEJA

Cuando una persona ha conquistado la serenidad, se refleja en todos sus actos, en sus palabras, silencios, miradas y gestos. Es una energía, benditamente contagiosa, que se irradia por doquier y todo lo impregna.

Así que siéntate en silencio y observa, que poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas, son los momentos de consciencia, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a fluir en ti. Llegan como intervalos. Una palabra ha desaparecido, pero la siguiente todavía no ha surgido. Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo, un portillo. Y puedes ver la realidad con mucha claridad, luminosamente. Puedes volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por completo. El mundo vuelve a ser psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas. Este puro reflejo está lleno de maravilla, infinita es la maravilla que permea esta serenidad.

Maravillarse es el sabor de esa serenidad. La mente moderna ha perdido la capacidad de maravillarse. Ha perdido toda capacidad de indagar en lo misterioso, en lo milagroso a causa del conocimiento, y cree saber. En el momento en que piensas que sabes, la maravilla deja de manifestarse. En el momento en que empiezas de nuevo a ser menos conocedor, la maravilla regresa y empieza a permearte. Obsérvalo.

Así que recuérdalo, la serenidad, o el silencio, no es apaciguamiento; no es quietud. Implica la trascendencia de todas las palabras o pensamientos, denota un estado de más allá, de penetrante paz. No es una mente serena, es la serenidad en sí misma. No es algo disciplinado que provenga de tu propio esfuerzo. No es nada que haya que practicar, sino que hay que entender, amar. Debes jugar con ello en lugar de resolverlo. Es la ausencia de intelección.

Sí, de eso es de lo que trata la meditación, de la ausencia de actividad mental. La mente deja de pensar; la mente está silente. No hay rastro de actividad mental, es pura conciencia en la tranquilidad de la ausencia de todo.