La palabra Navidad crea en nosotros, una serie de emociones y sentimientos que nada tienen que ver con la realidad. La Navidad está programada en la mente.
La vida es un juego que no da pruebas. Por lo tanto, canta, baila, ríe y vive intensamente, antes que la cortina cierre y la función termine sin aplausos.
Cada paso del recorrido de la vida se contribuye hacia al final. Es algo simple, obvio. Si has estado danzando en tu vida, tu muerte será una gran danza.
En el juego de naipes que llamamos vida cada uno juega lo que sabe de las cartas que le han tocado, además tenemos que jugar. La opción es: ¿cómo jugarlo?
Lo último o definitivo y la verdad significan lo mismo. La vida no es matemática; no es lógica, no es ciencia. Es algo más, y ese algo es lo más valioso.
Tres seres humanos haciendo lo mismo, haciéndolo desde una actitud diferente. Uno desde la amargura, otro desde la resignación y el otro, desde la ilusión.
Al alcanzar la iluminación la conciencia a la muerte te hace degustar de la vida. Incluso la muerte es una hermosa experiencia que hay que atravesar.
La lógica no funciona en la vida. No te libras fácilmente. Puedes salir de una trampa de un modo lógico porque la trampa consiste en lógica aristotélica.
El deseo de vivir y de morir van unidos, se unifican. Porque si la vida requiere deseo, la muerte también necesita del deseo. No decimos que Cristo murió.
Recuerda solamente una cosa: sueñas porque estás inconsciente. Los sueños prueban que no estás lo suficientemente alerta, estás profundamente dormido.
La Navidad está programada en la mente cristiana como la Pascua en los judíos. La realidad de la Navidad no está en la palabra, está en la vivencia.
Sea cual sea el reto en la vida, nunca jamás lo evites. Has de vivirlo; eso es parte del progreso de la vida, del crecimiento interior, de la evolución.