La iluminación espiritual

Fe y Perdón son las leyes de la Oración

LA FE Y EL PERDÓN

Las 2 leyes de la oración: Fe y Perdón.

Jesús pedía confianza. La confianza es algo íntimo y personal; no es un fenómeno social. Llegas a ella mediante tu respuesta. Nadie puede nacer confiando, pero uno puede nacer en el seno de una fe.

La fe es una confianza muerta. La confianza es una FE viva. Trata entonces de entender la diferencia.

Las religiones se basan en la fe que es una confianza muerta, pero la espiritualidad es confiar, es tener fe viva. Y ser espiritual no quiere decir ser religioso, porque la confianza no tiene un nombre, no está etiquetada. Es como el amor. ¿Acaso el amor es religioso? El amor no conoce clases ni distinciones.

Pide perdón por tu inconsciencia, no por tu enojo. Y recuerda que el problema real no es el enojo. El problema real es la inconsciencia.

Perdonar no es tan fácil como uno cree. Muchas personas que dicen haber perdonado solo hacen un juego intelectual; cuando vuelven a tener otro problema con la persona perdonada, el resentimiento y los reproches aparecen instantáneamente. Esto es lo que conocemos como perdono pero no olvido, lo que solo nos indica que el perdón no ha tenido lugar aún.

El verdadero perdón otorga paz.

En pocas palabras, solo hace falta que una de las partes involucradas tenga la buena voluntad de elegir el perdón como solución al conflicto. Cuando se da el verdadero perdón, se siente una gran paz interior, pones en manos del Universo el proceso del perdón y así se curan tus propias heridas y las de los demás.

Jesús dice: No seas hipócrita.

No ores solo para mostrar a los demás que estás rezando. Esto es una creación de la mente colectiva. Siempre mirando a los demás —qué piensan de ti. Estás pidiendo respetabilidad.

Hipócrita es quien vive por respetabilidad. Hace todo lo que le proporciona respeto, no importa si quiere hacerlo o no. Puede incluso estar en contra de lo que hace. Puede querer hacer justo lo contrario, pero sigue cumpliendo con el deseo de la gente porque necesita su respeto.

Si no has hecho nada malo a la gente, nada estará bloqueando tu camino. Si nadie está irritado, si nadie está en contra de ti, si no has herido a nadie —estás preparado. Tu oración va a ser escuchada. Deja que sea tu propia oración, auténtica e informal.

Veamos que nos enseña Anthony de Mello sobre orar con Fe y Perdón...

LAS LEYES DE LA ORACIÓN

La oración tiene sus propias leyes y su propia mecánica

Cualquiera que lea las palabras de Jesús sobre la oración de petición con ojos imparciales y sin prejuicios, tendrá que quedar impresionado: pedid, dice Jesús, y seguro que recibiréis. Una tremenda esperanza brota en nuestros corazones: ¿Será realmente cierto? ¿Bastará con que le acepte con fe y me lance... para recibir todo cuanto necesito y deseo...? Pero resulta que, muchas veces, nuestra experiencia mata la esperanza. He orado tan frecuentemente en el pasado y me he visto tan a menudo decepcionado... Es posible que las palabras de Jesús no signifiquen lo que parecen expresar. De lo contrario, ¿cómo explicar mi constante fracaso en la oración?

La respuesta a esta pregunta es bastante sencilla. Si has fracasado en la oración, no es porque la oración no funcione, sino porque no has aprendido a orar como es debido. Un mecánico podrá quejarse de que una determinada máquina no funciona, porque cada vez que la utiliza se avería; pero puede suceder que la máquina funcione perfectamente y que él sea un mal mecánico. Si fracasamos en nuestra oración, es porque somos malos orantes, porque no dominamos las leyes de la oración que tan claramente formuló Jesús. Y es que la oración tiene sus propias leyes y su propia mecánica.

LA FE

La primera ley de la oración: la fe

¿Habéis observado la costumbre que tenía Jesús, cuando alguien le pedía un favor, de preguntarle: ¿Crees que puedo hacerlo? En otras palabras: Jesús insistía en la necesidad de tener fe en su poder de curar y de hacer milagros. Se nos dice en el Evangelio que no pudo realizar muchos milagros en Nazaret, su ciudad natal, debido a la falta de fe de sus conciudadanos. Con Jesús, las cosas funcionaban de acuerdo con una ley casi infalible: si crees, todo es posible; pero, si no crees, no puedo hacer nada por ti. Jesús hizo de ello una especie de ley.

Jesús decía: Os aseguro que, si tenéis fe y no vaciláis, no solo haréis muchas cosas, sino que, si decís a un mal: Quítate y aléjate de mi, así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiereis.

Tened fe en el Amor y que nadie vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Si alguno de vosotros está a falta de sabiduría, que la pida a la existencia, que da a todos generosamente y sin echarlo en cara, y se la dará. Pero que la pida con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte. Que no piense recibir cosa alguna de la existencia un hombre como éste, un hombre irresoluto e inconstante en todos sus caminos.

Si, en nuestras vidas, nunca o casi nunca experimentamos las bondades del Amor, es porque, o bien no vivimos de un modo suficientemente arriesgado, o bien nuestra fe se ha debilitado y apenas podemos esperar que se produzcan cambios positivos en nuestra vida. Pero es muy importante que haya un despertar en nuestra vida si queremos conservar una honda conciencia de la presencia y el poder del Amor. Un milagro, en el sentido religioso de la expresión, no es necesariamente un acontecimiento que contravenga las leyes de la naturaleza, como sería el caso de un fenómeno físico que no necesitara tener un significado religioso. Para que en mi vida se produzca un milagro, me basta contener el profundo convencimiento de que lo ocurrido ha sido producido por el Amor, ha sido una intervención directa de la existencia en beneficio mío.

La fe no es algo que podamos producir. No debemos obligarnos a tener fe: no sería fe en absoluto, sino un ficticio intento de forzarnos a creer. La fe es un don que se le regala a quien se expone a los efectos del Amor.

Jesús añade un detalle sumamente interesante: Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Resulta extraño, ¿verdad? Creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Todavía no lo habéis obtenido, pero debéis orar como si ya lo hubierais obtenido. Ésta es la razón por la que algunas personas mezclan la oración de petición con la acción de gracias.

El dudar es esencial para la fe. El único enemigo de la fe es el miedo, no la duda.

EL PERDÓN

La segunda ley de la oración: el perdón

Jesús nos habla de la necesidad de la fe para que nuestra oración sea eficaz. Y en el mismo pasaje insiste en la necesidad de algo más: El perdón: Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas.

Es ésta una ley fundamental de toda oración, en la que insiste Jesús constantemente. Si no perdonamos, no seremos perdonados y nos será imposible unirnos al amor. Sí, pues, al presentar tu oración, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu oración allí, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu oración.

He ahí la principal razón por la que carece de eficacia la oración de muchísimas personas: porque abrigan algún resentimiento en su corazón. Personalmente, he experimentado con frecuencia verdadero asombro al comprobar la cantidad de resentimientos con que viven algunas personas: resentimientos, especialmente, contra sus superiores por toda clase de injusticias, reales o imaginarias. Dichas personas no son conscientes del daño que ello ocasiona a su vida de oración y, en muchos casos, a su propia salud física.

Tales sentimientos de amargura, de odio o de rencor envenenan nuestra persona y nos hacen sufrir. Y, sin embargo, resulta asombroso ver cómo nos aferramos a ellos. A veces preferiríamos desprendernos de algo que poseemos, por muy valioso que sea, antes que renunciar a seguir alimentando el rencor que sentimos contra alguien. Sencillamente, nos negamos a perdonar. Sin embargo, Jesús no acepta nada de esto: ¡Si no perdonáis, no tengo nada que ver con vosotros!

Por eso os sugiero que, dediquéis el tiempo que sea preciso a averiguar los resentimientos que pueda haber en vosotros y a libraros de ellos. Si no lo hacéis, vuestra oración sufrirá necesariamente las consecuencias. Como digo, no dudéis en dedicarle a ello el tiempo que haga falta. Mi consejo sería que hicierais una lista de todas aquellas personas a las que odiéis, contra las que tengáis algún motivo de rencor o a las que os neguéis a amar y perdonar. Puede que a alguno de vosotros no le resulte tan fácil hacer esa lista: si hay algún sentimiento que nosotros solemos reprimir, además de las emociones sexuales, son los sentimientos de odio. Por eso no es infrecuente encontrarse con uno de nosotros que te asegura que no odia a nadie y que ama a todo el mundo, pero que inconscientemente revela sus resentimientos y su amargura en su manera de hablar y de actuar.

Un modo muy sencillo de descubrir los resentimientos reprimidos que uno alberga en su interior consiste en hacer esa lista de las personas hacia las que uno siente inclinaciones negativas. Y, si ello no da resultado, puede hacerse una lista de las personas de las que uno tiene un concepto poco favorable... o por las que uno siente menos simpatía... o hacia las que uno experimenta evidente antipatía. La lista puede depararnos algunas sorpresas y revelarnos hostilidades o resentimientos insospechados.

Si lo comprendes todo, lo perdonas todo, y solo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en realidad, no tienes absolutamente nada que perdonar. Todos en presencia del amor cambiamos, aun cuando el amor puede ser muy duro. No olvidemos que la respuesta del amor es siempre la que el otro necesita, porque el amor verdadero es clarividente y es comprensivo. Siempre está de parte del otro.

Si tu oración permanece durante demasiado tiempo en la cabeza y no pasa al corazón, se tornará árida y se convertirá en algo tedioso y desalentador.

Anthony de Mello