LA ILUMINACIÓN ESPIRITUAL

CONSCIENTES QUE LA REALIDAD ES EL DHARMA 
POR: JACK KORNFIELD

Imagen CONSCIENTES QUE LA REALIDAD ES EL DHARMA

PERSPECTIVAS SOBRE LA REALIDAD

La realidad es enorme; es el todo, es el dharma que vive en ti.

Cuando alguien despierta por completo, descubre la realidad sin la mente. Es esa la verdad. Le sumas la mente y todo se convierte en un sueño, porque la mente es la que crea los sueños. Si le quitas la mente, nada puede convertirse en un sueño, solo la realidad permanece en su pureza cristalina.

Uno tiene que ser consciente; de lo contrario se puede perder lo obvio. Y el dharma es lo obvio, la divinidad es lo obvio. No es algo complicado y complejo. No está lejos; está muy cerca. Es el dharma el que late en tu corazón; es el dharma el que palpita en tu sangre. Es el dharma el que respira; es el dharma el que vive en ti. Es el dharma del que estás hecho – las mismas cosas de las que estás hecho – y sin embargo no eres consciente de ello.

El Maestro Vipassana Jack Kornfield va a la esencia del Dharma con el siguiente escrito...

EL DHARMA

La palabra dharma puede ser entendida de varios modos diferentes.

Se trata de la verdad, de la verdadera naturaleza de las cosas, de la realidad y de la ley moral y espiritual. El dharma también denota cada uno de los elementos mentales y físicos singulares que configuran el mundo fenoménico. Dharma significa asimismo «enseñanza» y, en el contexto del budismo, se refiere específicamente a la enseñanza del Buda. La práctica del dharma constituye, pues, el proceso que nos permite llegar a comprender el despliegue de la realidad instante tras instante en cada uno de los diferentes niveles de nuestra experiencia y armonizamos, de este modo, con nuestra verdadera esencia y con las leyes de la naturaleza.

Cada uno de nosotros está en un proceso de transformación continuo en el que nada permanece estacionario, cada uno de nosotros es un mándala de experiencia cambiante que puede ser considerado desde muchos puntos de vista. Cuando nos reconocemos como parte integrante de esa realidad cambiante e interrelacionada descubrimos nuestra verdadera naturaleza y adquirimos una nueva sensación de equilibrio. Pero, para ello, es necesario comprender y trabajar sutilmente con diferentes niveles y tenemos que aprender a abrimos y a fluir con nuestra experiencia de la manera más adecuada.

DUALISMO

La mente crea una ilusión de separación.

Uno de los aspectos fundamentales de la práctica del dharma consiste en llegar a comprender la forma en que creamos nuestra visión dualista de la realidad. ¿De qué modo crea la mente una ilusión de fragmentación y separación? ¿Cómo nos limitan las distinciones y las fragmentaciones y de qué forma dan lugar a una ilusión dualista? Ken Wilber, en su libro "El espectro de la conciencia", nos ofrece una síntesis sumamente lúcida del conocimiento psicológico y espiritual que describe el proceso de creación de dualidades llevado a cabo por la mente. En este sentido, Wilber describe paso a paso el proceso que conduce desde la conciencia no dual hasta la limitada identificación con un aspecto concreto de la mente.

DUALISMO PRIMARIO

Nos lleva a dividir el mundo en yo versus otro, sujeto versus objeto, interior versus exterior.

Se trata de un primer nivel de dualismo que nos separa del entorno, un dualismo que termina escindiendo al organismo cuerpo-mente de la totalidad de la experiencia, un proceso al que Benoit se refiere con la certera frase de «desgarrar el tejido inconsútil del universo». Después de la división de la totalidad en sujeto y objeto aparece el segundo nivel de dualismo, un dualismo que separa a la mente del cuerpo y origina una sensación de identidad aislada en el seno de un organismo total, la sensación de alguien que posee un cuerpo.

DUALISMO SECUNDARIO

Fragmenta a la mente en «persona» y «sombra».

La persona se refiere a todos aquellos aspectos que configuran la imagen de nosotros mismos y generan la idea de quienes creemos ser. Se trata de todas aquellas pautas mentales condicionadas con las que nos identificamos. Los elementos mentales oscuros y desagradables, por su parte, quedan descartados y reprimidos y pasan a formar parte de la sombra. Pero, por más que intentemos reprimirlos, jamás podremos desembarazarnos de esos aspectos negativos que seguirán, por tanto, acompañándonos como una especie de sombra. Y, al no reconocer y no prestar atención a la sombra, terminamos siendo inconscientes de ella y de la forma en que nos motiva y nos manipula.

EL CAMINO DEL DHARMA

Reintegración para comprender la verdadera naturaleza de las cosas.

Y la ignorancia de este proceso de fragmentación progresiva que tiene lugar en la conciencia no dual de la totalidad del universo va restringiendo y coartando nuestra sensación de identidad. Primero separamos a la mente-cuerpo del entorno y nos limitamos a nosotros mismos identificándonos con el organismo. Luego tiene lugar una nueva división y nos identificamos con un ego-mente al que le sucede la experiencia. Por último, la mente se fragmenta en aquellos aspectos con los que nos identificamos porque resultan aceptables a la luz de la imagen que tenemos de nosotros mismos y aquellos otros que reprimimos porque son inaceptables. Y, en cada uno de estos niveles, nuestra vida se va fragmentando y limitando cada vez más.

El camino del dharma consiste en ir reintegrando todas estas divisiones hasta llegar a comprender la verdadera naturaleza de las cosas. Esto no significa que, para recuperar la libertad, debamos diluirnos en una masa indiferenciada de unidad cósmica sino, por el contrario, que tenemos que llegar a comprender con claridad la forma en la que van estructurándose los diferentes niveles. Así pues, aunque, en un nivel subatómico, la mayor parte de las cosas que parecen sólidas se hallen esencialmente vacías, también debemos estar dispuestos a admitir que, en otro nivel, la silla en la que nos sentamos nos sustentará. La conciencia del nivel subatómico, no obstante, nos permite acceder a energías más poderosas y esenciales. Del mismo modo, también podemos actuar desde una visión convencional del yo y de los demás sin identificamos con ella y sin desligamos, por tanto, de la libertad que proporciona la comprensión de la naturaleza relativa de esa división.

El proceso de reintegración del nivel de la persona y de la sombra comienza cuando nos abrimos a la totalidad de los fenómenos mentales emociones, pensamientos, impulsos, sentimientos, etcétera sin valorarlos ni juzgarlos. Debemos investigar el surgimiento y la proyección de nuestra propia imagen y llegar a comprender el proceso mediante el cual nos identificamos con ciertos aspectos de nuestra mente, con determinadas pautas condicionadas. También tenemos que desarrollar una actitud ecuánime hacia la sombra y permitir que todas sus facetas vayan incorporándose en nuestra conciencia puesto que la identificación con ciertos aspectos de nuestra mente y el rechazo de otros genera, inevitablemente, una sensación de conflicto y de tensión. En la medida en que aceptemos y nos desidentifiquemos de todo lo que aparece, el miedo y el rechazo irán desapareciendo de nuestra experiencia.

El proceso de unificación prosigue integrando el siguiente nivel de dualidad, la división entre la mente y el cuerpo. En este punto debemos ser sumamente cautelosos porque la mente y el cuerpo son, de hecho, dos procesos distintos y la comprensión de esta distinción es fundamental para profundizar nuestra práctica. No se trata, pues, de trascender la diferencia existente entre la mente y el cuerpo sino de ir más allá de la disociación que tiene lugar cuando nos identificamos exclusivamente con el ego-mente como «yo», con la sensación de alguien que «posee» un cuerpo. Esta visión, a fin de cuentas, se sustenta en la creencia de la existencia de alguien, un «yo» a quien pertenece el cuerpo, una creencia que origina y fortalece las proyecciones mentales basadas en la necesidad de proteger y defender esta sensación de identidad. La sensación de separación se asienta en una identificación con el ego-mente que se basa en el apego, el rechazo, el miedo, el juicio y la comparación. Estas tendencias, a su vez, sostienen la ficción de un «yo» duradero y aislado ya que, si existen sentimientos de apego y de rechazo, deberá haber un ego que los experimente. Así pues, mientras no penetremos y comprendamos esta cinta de irrealidad, seguiremos atados a este ciclo interminable: la identificación con el ego-mente crea una sensación de identidad y de separación, una sensación de identidad que determina sentimientos y reacciones que luego terminan reforzando nuestra identificación con el ego-mente, etcétera.

Otra de las consecuencias de nuestra identificación con alguien que posee un cuerpo es la tendencia a confundir las proyecciones de este ego-mente con la realidad. De este modo, el hecho de que no podamos experimentarnos a nosotros mismos plenamente como un ser total nos sumerge de lleno en el fascinante mundo mental de la fantasía. En este sentido, los paseos meditativos son extraordinariamente interesantes. La simple experiencia de tocar la tierra es tan diáfana y tan contundente que patentiza claramente la forma en que nuestros pensamientos y nuestras imágenes crean mundos conceptuales completamente desvinculados de la experiencia presente inmediata. Entre un paso y el siguiente nuestra mente crea un escenario de ciudad, una relación, un razonamiento o cualquier suceso o escenario, cada uno de los cuales provoca reacciones, valoraciones y respuestas emocionales de todo tipo. A lo largo del día nos perdemos innumerables veces en el mundo de la fantasía, olvidándonos de que no se trata más que de meros pensamientos. Es como si estuviéramos viendo una película y las escenas nos resultaran tan fascinantes que saltáramos al escenario y comenzáramos a relacionarnos con los personajes.

En la doctrina Zen del inconsciente, D.T. Suzuki escribe: «Todo está hecho de mente. Es como una persona que pintara un tigre y que luego se asustara al contemplarlo. El tigre, sin embargo, no tiene nada de terrible porque no es más que una imagen elaborada con las pinceladas de nuestra propia imaginación». Las formas surgen y perduran durante un tiempo pero, al instante siguiente, se disuelven y se desvanecen. Si prestamos atención a nuestra mente podremos damos cuenta de que la realidad es el lienzo sobre el que proyectamos nuestro pensamiento. Y, cuando nos percatemos de las pautas condicionadas concretas que surgen en nuestra mente, comprenderemos la forma en que cada uno de nosotros crea el mundo a partir de nuestra sensación de identidad. Investiguemos, pues, la tendencia a referirlo todo al «yo» y advirtamos las cualidades mentales que acompañan a esta forma de ver las cosas. Es el ego el que da lugar a la aparición del miedo, del rechazo, del apego y de la valoración. Cuando observemos simple y directamente la forma en que ocurre todo esto, sin juicio ni comparación alguna, comenzaremos a dejar de identificamos con las pautas que refuerzan la existencia de un «yo» interno a nuestro organismo.

La práctica del dharma nos permite tomar conciencia de la plenitud de nuestra experiencia inmediata. Cuando dejemos de identificamos con una parte del organismo total  es decir, con los pensamientos, las emociones o, incluso, con el silencio nos daremos cuenta de la unidad global de nuestra experiencia y podremos comenzar a sanar la dicotomía existente entre el sujeto y el objeto, entre el interior y el exterior, entre el yo y el otro. Y ese tipo de percepción depurada nos permitirá advertir la realidad de cada momento pasajero, la experiencia de este momento su «talidad» y comprender que la sensación de identidad, la sensación de un «yo» separado de la experiencia, está de más.

Buda dice: «Al ver, sólo existe lo visto. Al escuchar, sólo existe lo escuchado. Al sentir (oler, degustar, tocar), sólo existe lo sentido. Al pensar, no hay más que pensamiento». Esta es la experiencia simple e inmediata de las cosas tal y como son, libres de cualquier frontera artificial que genera una sensación de identidad separada. Cuando escuchamos el sonido de una campana, ¿ese sonido se halla dentro o fuera de nosotros? ¿Dónde están las fronteras cuando percibimos desde el silencio?

Existe un poema de Joshu Sasaki Roshi que ilustra perfectamente este hecho:

Como una mariposa perdida entre las flores,
como un pájaro posado en una rama,
como un niño acariciando el pecho de su madre.

Así he jugado con Dios
durante sesenta y siete años de este mundo.

Como una mariposa, como un pájaro, como un niño...
sin que exista distinción alguna entre sujeto y objeto.

O el poema del Lama tibetano Kalú Rimpoché:

Vives en la ilusión y en
la apariencia de las cosas.

Hay una realidad,
pero no la conoces.

Tú eres esa realidad.

Cuando comprendas esto,
Verás que no eres algo,
Y siendo nada,
Lo eres todo.

Eso es todo.

Enseñanzas simples y profundas que concluye lo que queremos decir.


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