La iluminación espiritual

La Religión y la Ciencia según Albert Einstein

POR: ALBERT EINSTEIN

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LA RELIGIÓN DE ALBERT EINSTEIN

Que es lo que piensa Albert Einstein sobre la Religión.

Nada escapa a su perspicaz mirada, aunque según Albert Einstein no lo vea todo en su conjunto: la instrucción, la cultura, la religión con sus falsos dioses, la mentalidad militarista tan notoria en los E.E.U.U. de posguerra, el socialismo y el acierto de su planificación, el derrotero peligroso asumido por la ciencia, y una aguda crítica al capitalismo, cuya anarquía económica es la verdadera fuente de todos los males.

Para este judío, que se rebeló contra su comunidad, ha dejado una impronta imborrable en las tendencias espiritualistas einstenianas, la que puede rastrearse sin esfuerzo en este artículo que recopila los pensamientos de Albert Einstein sobre la religión.

Albert Einstein fue un espíritu piadoso si se entiende por religión una fuerza ética, que participa del panteísmo del maestro, y que se opone a La Biblia y a La Teología. Quizá el físico se colocó más allá de la ciencia en la búsqueda de la fuente en que se asientan el espíritu, el sentimiento, la emoción que alientan al hombre a esclarecer los dilemas que le plantea la vida individual y el contorno social. Todo ello no significa que haya aceptado la concepción de un dios personal, a través del cual, de acuerdo con su opinión, los sacerdotes han impuesto el miedo y la superstición.

Veamos que piensa el genio Albert Einstein de la Religión y la Ciencia...

RELIGIÓN Y CIENCIA

La ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega.

Sin embargo, no debe suponerse que el pensamiento inteligente no desempeñe algún papel en la formación de lo objetivo y de los juicios éticos. Cuando se comprende que ciertos medios serían útiles para la consecución de un fin, los medios en sí se convierten entonces en un fin. La inteligencia nos aclara la interrelación entre medios y fines. Empero, el simple pensamiento no es capaz de proporcionarnos un sentido de los fines últimos y fundamentales. Penetrar estos fines y estas valoraciones esenciales e introducirlos en la vida emotiva de los individuos, me parece, de manera concreta, la función más importante de la religión en la vida social del hombre.

Pero si me pregunto qué es la religión no logro encontrar una respuesta adecuada. Y hasta después de hallar la que consiga satisfacerme en ese momento concreto, sigo convencido de que nunca podré, de ningún modo, unificar, aunque sea en parte, los pensamientos de todos los que han brindado una consideración seria a esta cuestión.

Así, pues, en lugar de plantear qué es la religión, preferiría elucidar lo que caracteriza las aspiraciones de una persona que a mí me parece religiosa: esta persona es la religiosamente ilustrada, la que se ha liberado, en la medida máxima de su capacidad, de las trabas de los deseos egoístas y se entrega a pensamientos, sentimientos y aspiraciones a los que se adhiere por el valor suprapersonal que poseen. Creo que lo importante es la fuerza de este contenido suprapersonal y la profundidad de la convicción relacionada con su irresistible significado, independientemente de toda tentativa de unir ese contenido con un ser divino, ya que de otro modo no se podría concluir a Buda y a Spinoza entre las personalidades religiosas.

Por consiguiente, una persona religiosa es devota en tanto no tiene duda alguna de la significación y elevación de aquellos objetos y fines suprasensibles que no requieren un fundamento racional ni son susceptibles de él. Existen de la misma manera inevitable y natural con que se da el individuo. La religión es así el viejo intento humano de alcanzar clara y completa conciencia de esos objetivos y valores y fortalecer y ampliar de continuo su efecto. Si se concibe la religión y la ciencia según lo dicho, resulta imposible un conflicto entre ellas. Pues la ciencia solo puede afirmar lo que es, mas no lo que debiera ser, y fuera de su ámbito son necesarios juicios de valor de todo tipo. La religión, por lo demás, enfoca solo valoraciones de pensamientos y acciones humanos: no puede hablar, esto es claro, de datos y relaciones entre datos. De acuerdo con esta interpretación, los conocidos conflictos entre religión y ciencia del pasado, deben atribuirse, sin duda, a una concepción errónea de la situación que se ha descrito.

Estoy convencido, sin embargo, de que si los representantes de la religión adoptasen esa conducta no solo sería indigno sino también fatal para ellos. Pienso que una doctrina que es incapaz de mantenerse a la luz, sino que debe refugiarse en las tinieblas, perderá de manera irremediable su influencia sobre el género humano, con un daño enorme para éste.

En su lucha por un ideal ético los profesores de religión deben tener suficiente formación para prescindir de la doctrina de un Dios personal, esto es, desechar esa fuente de miedo y esperanza que proporcionó en el pasado un poder inmenso a los sacerdotes.

Así mismo los sacerdotes tendrán que apelar en su labor a las fuerzas que sean capaces de cultivar el bien, la verdad y la belleza en la humanidad. Por supuesto que es una tarea más difícil, aunque mucho más meritoria y noble. Si los maestros religiosos consiguen realizar la tarea indicada verán, en efecto, con alegría que la auténtica religión resulta dignificada por el conocimiento científico que la tornará más profunda.

Si uno de los objetivos de la religión es liberar al género humano de los temores, deseos y anhelos egocéntricos, el razonamiento científico puede ayudar también a la religión en otro sentido. Si bien es cierto que el propósito de la ciencia es descubrir reglas qué permitan asociar y predecir hechos, no es éste su único fin. Quiere reducir también las conexiones descubiertas al menor número posible de elementos conceptuales mutuamente independientes.

En esta búsqueda de la unificación racional de lo múltiple se hallan sus mayores éxitos, aunque sea por cierto este intento el que crea el mayor riesgo de ser víctima de ilusiones. Mas quien haya pasado por la profunda experiencia de un avance positivo en este dominio se sentirá conmovido por un reverente respeto hacia la racionalidad que se manifiesta en la vida. A través de la comprensión logrará liberarse en gran medida de los engaños de las esperanzas y los deseos personales, y alcanzará así esa actitud mental humilde ante la grandeza de la razón encarnada en la existencia, que resulta inaccesible al hombre en sus dimensiones más hondas. Ciertamente, esta actitud me parece religiosa en el sentido más elevado del término. Y diría asimismo que la ciencia no solo purifica el impulso religioso de la escoria del antropomorfismo sino que contribuye a una espiritualización de nuestra concepción de la vida.

En tanto más progrese la evolución espiritual de la especie humana, más cierto resulta que el camino que lleva a la verdadera religiosidad pasa, no por el miedo a la vida y el miedo a la muerte y la fe ciega, sino por la lucha en favor del conocimiento racional. Es evidente, en este sentido, que el sacerdote debe convertirse en profesor y maestro si desea cumplir con dignidad su elevada misión educadora.

CONCLUSIÓN

La aniquilación de obstáculos no conduce por sí sola a un ennoblecimiento de la vida social e individual. Pues junto a ello es decisivo el anhelo de lucha en favor de una estructuración moral de nuestra vida comunitaria. En este punto no hay ciencia que pueda salvarnos. Creo por supuesto que el excesivo énfasis en lo intelectual -que suele dirigirse solo hacia la eficacia y lo práctico- de nuestra educación, ha conducido al debilitamiento de los valores éticos. No pienso tanto en los peligros que conlleva el progreso técnico para la especie humana, como en la asfixia de la consideración mutua entre los hombres por un hábito de pensamiento inclinado al mero hecho, que se ha extendido como un terrible congelamiento sobre las relaciones humanas.

Por ende la plenitud en los aspectos morales y estéticos es un objetivo mucho más próximo a las preocupaciones del arte que a las de las ciencias. Tiene prioridad, sin duda, la comprensión de nuestros semejantes. Mas esta comprensión solo resulta fecunda cuando la sustenta un sentimiento cordial y fraterno en la alegría y en la aflicción. El cultivo de esta elevada fuente de acción moral es lo que queda de la religión cuando ella se ha purificado de los elementos supersticiosos. En este sentido, la religión constituye una parte importante de la educación, en la que recibe una consideración muy escasa y poco sistemática.

El dilema aterrador que plantea la situación religiosa mundial está estrechamente relacionado con este pecado de omisión que nuestra civilización comete. Sin una cultura ética no hay salvación para la humanidad.


Hay un sentimiento cósmico religioso que permite conocer una brizna de la mente creadora que revela este mundo. Esa fuerza es la espiritualidad.

Albert Einstein


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