La iluminación espiritual

El secreto de la realidad única

POR: DEEPAK CHOPRA

Imagen; El secreto de la realidad única; Deepak Chopra

CUATRO SENDEROS LLEVAN A LA UNIDAD

Los secretos espirituales -la mayoría- se fundamentan en la existencia de la realidad única.

Si aún crees que se trata simplemente de una idea caprichosa, tu experiencia de vida no cambiará. La realidad única no es una idea: es la puerta a una participación totalmente novedosa en la vida. Imagina a una persona que no conoce los aviones y sube a uno. Cuando la nave despega, este individuo cae presa del pánico: ¿Qué nos sostiene? ¿Qué pasará si el avión pesa demasiado? El aire no pesa, ¡y el avión está hecho de acero! Hundido en sus percepciones, el pasajero pierde el control y queda atrapado en una experiencia que puede resultar desastrosa.

En la cabina, el piloto se siente más retajado porque fue entrenado para volar: conoce la nave y los controles que manipula. No hay razón para que sienta pánico, aunque el temor de una falla mecánica siempre está presente. De sobrevenir un desastre, estaría fuera de su control.

Ahora piensa en el diseñador de aviones, quien puede construir cualquier nave con base en principios aerodinámicos. Él tiene más control que el piloto porque, si continúa experimentando, puede concebir un avión que jamás se estrelle (quizá un planeador con alerones que no permitan el descenso sin importar el ángulo de vuelo).

Esta progresión de pasajero a diseñador simboliza un viaje espiritual. El pasajero está atrapado en el mundo de los cinco sentidos; el vuelo se le antoja imposible porque cuando compara el acero y el aire, no puede concebir que aquél se sostenga. El piloto conoce los principios de la aerodinámica, los cuales trascienden los cinco sentidos y se basan en una ley más profunda de la naturaleza: el principio de Bernoulli.

Según éste, el aire que fluye sobre una superficie curva provoca elevación. El diseñador trasciende aún más: manipula las leyes de la naturaleza para obtener el efecto que desea. En otras palabras, está más cerca de la fuente de la realidad y no actúa como víctima de los cinco sentidos ni como participante pasivo de la ley natural, sino como cocreador con la naturaleza.

Tú puedes emprender este viaje pues no solo es simbólico: el cerebro, que elabora cada visión, sonido, sensación táctil, sabor y olor que experimentas, es una máquina cuántica. Sus átomos están en contacto directo con las leyes naturales y, mediante la magia de la conciencia, convierte cualquier deseo en una señal que envía a la fuente de la ley natural. La definición más simple de conciencia es conocimiento: son sinónimos. En cierta ocasión, durante una conferencia de negocios, un ejecutivo me pidió una definición práctica y concreta de conciencia. Pensé contestarle que es imposible definirla, pero dije casi sin querer: Conciencia es el potencial de la creación. Pude ver cómo el rostro del ejecutivo se iluminó. A mayor conciencia, mayor potencial para crear. La conciencia pura, que subyace a todo, es potencial puro.

Pregúntate:

¿Quieres ser víctima de los cinco sentidos o cocreador?

Tus opciones son:

CAMINO A LA CREACIÓN

Lo único que cambia en el viaje que lleva de la separación a la realidad única es la conciencia. Cuando dependes de los cinco sentidos consideras al mundo físico como la realidad primaria. En él, tú quedas en segundo plano porque te ves como un objeto sólido formado por átomos y moléculas. La única función de tu conciencia es observar el mundo que está allá fuera.

Los cinco sentidos son extremadamente engañosos: nos dicen que el sol se levanta por el Oriente y se oculta por el Occidente, que la Tierra es plana, que un objeto metálico no puede sostenerse en el aire. El siguiente nivel de conciencia depende de las leyes naturales y se alcanza mediante el pensamiento y la experimentación. El observador no se deja engañar: puede descubrir la ley de la gravedad utilizando las matemáticas y la experimentación. (Newton no tuvo que esperar hasta sentarse bajo un árbol y ver caer una manzana; realizó mentalmente un experimento usando imágenes y los números correspondientes. Einstein siguió el mismo método cuando imaginó el funcionamiento de la relatividad.)

Cuando el cerebro humano especula sobre las leyes naturales, el mundo material sigue estando allá fuera. Tenemos más poder sobre la naturaleza, pero si este nivel de conciencia fuera el más elevado (como piensan muchos científicos), Utopía sería un logro tecnológico.

No obstante, el cerebro no puede prescindir de sí mismo por siempre. Las leyes naturales que mantienen los aviones en el aire también rigen los electrones del cerebro. Tarde o temprano debemos preguntarnos: ¿Quién soy quién realiza estos pensamientos? Es la pregunta que nos lleva a la conciencia pura. Si vaciamos al cerebro de todo pensamiento -como durante la meditación- descubrimos que la conciencia no está hueca ni es pasiva. Más allá de los límites del tiempo y el espacio ocurre un proceso -uno solo-: la creación se crea a sí misma utilizando la conciencia a manera de arcilla. La conciencia se convierte en las cosas del mundo objetivo y en las experiencias del mundo subjetivo. Si descomponemos cualquier experiencia en sus elementos primordiales, lo que obtenemos son ondas invisibles en el campo cuántico.

No hay diferencia, y gracias a un pase mágico supremo, el cerebro humano participa en el proceso creativo. Basta prestar atención y concebir un deseo para poner en marcha la creación.

Para lograr esto debemos saber qué estamos haciendo. La víctima de los cinco sentidos (el hombre pre-científico) y el estudioso de las leyes naturales (científicos y filósofos) son tan creativos como quienes experimentan la conciencia pura (sabios, santos, chamanes, siddhas, brujos), pero creen en limitaciones autoimpuestas. Y porque creen en ellas las vuelven realidad. Esta es la maravilla y la paradoja del viaje espiritual: solo adquirirás pleno poder cuando te des cuenta de que has utilizado ese poder todo el tiempo para restringirte. Tú eres el prisionero, el carcelero y el héroe que abre la celda, todos a la vez.

Nuestro instinto siempre lo supo. En los cuentos de hadas hay un vínculo mágico entre víctimas y héroes. La rana sabe que es un príncipe y que basta un toque mágico para volverlo a su forma original. En la mayoría de estas historias, la víctima está en peligro y es incapaz de romper el hechizo por sí mismo. La rana necesita un beso; la princesa dormida, alguien que atraviese el seto de espinas; Cenicienta, un hada madrina con una varita mágica. En estos cuentos se refleja nuestra creencia en la magia -convicción de las partes más antiguas de nuestro cerebro-, así como el pesar por no dominarla.

Este dilema ha frustrado a todos los que han querido abrazar la realidad única. Aun cuando se adquiere sabiduría y comprobamos que nuestro cerebro produce todo lo que nos rodea, resulta difícil localizar el interruptor que pone en marcha la creación. Pero es posible hacerlo. Detrás de cada experiencia hay alguien que experimenta y sabe qué está ocurriendo. Si logro colocarme en el lugar de quien experimenta, estaré en el punto fijo alrededor del cual gira el mundo. El proceso para llegar ahí comienza aquí y ahora.

Las experiencias se manifiestan en una de cuatro formas: sentimiento, pensamiento, acción o, simplemente, sensación de ser. Hay momentos inesperados en los cuales quien experimenta posee con mayor viveza estas cuatro formas. Cuando esto ocurre sentimos un cambio, una ligera diferencia respecto a la realidad ordinaria. La siguiente es una lista de esos cambios sutiles tomados de una libreta que llevé conmigo durante varias semanas:

SENTIMIENTOS

PENSAMIENTOS

ACCIONES

SENSACIONES DE SER

Esta lista parece abstracta porque todo se refiere a la conciencia. No registré ninguno de los miles de pensamientos, sentimientos y acciones que se referían a cuestiones externas. Como cualquier persona, yo estaba pensando en mi próxima cita o apresurándome para llegar a ella, atrapado en el tránsito, sintiéndome feliz o malhumorado, confuso o seguro, concentrado o distraído. Todo es como el contenido de una maleta mental que llenamos con miles de asuntos, pero la conciencia no es la maleta ni lo que guardamos en ella.

La conciencia solo es ella misma: pura, viva, alerta, silente y llena de potencial. En ocasiones experimentamos ese estado de pureza y surge alguno de los indicios mencionados u otro similar. Algunos son palpables; surgen como sensaciones innegables en el cuerpo. Otros brotan en un nivel más sutil que es difícil describir. Un destello de algo atrapa repentinamente nuestra atención. Cualquiera de estas señales es un hilo que puede conducirte más allá de pensamientos, sentimientos o acciones. Si solo hay una realidad, todas las pistas deben llevar al sitio donde las leyes de la creación actúan libremente: la conciencia pura.

Una vez que tienes un indicio prometedor, ¿cómo puedes liberarte del control del ego? El ego defiende encarnizadamente su visión del mundo, y todos sabemos cuan vagas y fugaces son las experiencias que no se adaptan a nuestro sistema de creencias. Sir Kenneth Clark, reconocido historiador inglés de arte, relata en su autobiografía la Revelación que tuvo cuando estaba en una iglesia: supo con absoluta certeza que una presencia omnipresente lo llenaba. Percibió, más allá del pensamiento, una realidad sublime, luminosa, amorosa y sagrada.

En ese momento tuvo que elegir entre seguir esta realidad trascendental o volver al arte. Prefirió el arte, sin remordimientos. Aunque incomparable con aquella realidad más elevada, éste era su amor terrenal. Eligió una de dos infinitudes: la de los objetos bellos sobre la conciencia invisible. (Hay una ingeniosa caricatura que muestra dos señales en la bifurcación de un sendero. Una apunta hacia Dios y la otra hacia Debates sobre Dios. En este caso podríamos cambiarlas por Dios y Pinturas de Dios.)

Muchas personas han hecho elecciones similares. Para que el mundo físico que conoces sucumba uno de los indicios debe expandirse. Los hilos de la experiencia deben urdir una nueva pauta pues, como hebras independientes, son demasiado frágiles para competir con el drama de placer y dolor al que estamos habituados.

Revisa de nuevo la lista. Los límites entre las categorías son difusos. Entre sentir que estoy seguro y saber que estoy seguro, por ejemplo, hay una diferencia mínima. Puedo actuar como si tuviera la certeza de estar a salvo hasta que compruebo, sin lugar a dudas, que mi existencia ha estado segura desde que nací. Es lo que significa urdir una nueva pauta.

Puedo tramar conexiones similares con cualquier ítem de la lista. Al conectar pensamiento, sentimiento, acción y ser, quien experimenta se hace más real; aprendo a colocarme en su lugar. Entonces pongo a prueba esta nueva realidad y verifico sí tiene la fuerza suficiente para remplazar una imagen antigua y obsoleta de mí.

Te propongo que hagas una pausa y pongas esto en práctica. Elige algún ítem significativo -una sensación o pensamiento que recuerdes- y conéctalo con las demás categorías.

Por ejemplo: Me doy cuenta de que soy único. Esto significa que no existe nadie exactamente como tú. ¿Qué sentimiento corresponde a ese descubrimiento? Quizá uno de fortaleza y amor propio, o de ser como una flor con aroma forma y color únicos. También sientes que destacas y estás orgulloso de ello. De aquí puede surgir el pensamiento: No tengo que imitar a otras personas, que te libera de las opiniones de los demás sobre ti. Asimismo surge el deseo de actuar con integridad, de mostrar al mundo que sabes quién eres. En consecuencia de una pequeña sensación emerge una pauta completamente nueva: has encontrado el camino de la conciencia expandida. SÍ exploras cualquier atisbo de la conciencia comprobarás cuan rápido se expande; un solo hilo te llevará a un exuberante tapiz. Pero esta metáfora no explica cómo cambiar la realidad. Para dominar la conciencia pura debes aprender a vivirla.

Cuando una experiencia es tan poderosa que nos motiva a cambiar las pautas de nuestra vida, la llamamos revelación.

El valor de una revelación no reside en lo novedoso o emocionante de la experiencia. Imagina que vas caminando por la calle y te cruzas con un extraño. Sus ojos se encuentran y por alguna razón se establece una conexión. No es sexual o romántica; ni siquiera sospechas que esta persona pudiera significar algo en tu vida. La revelación te dice que tú eres ese desconocido, tu experiencia se funde con la de él. Puedes llamarlo sentimiento o pensamiento, no importa; lo revelador es la expansión súbita. Eres lanzado fuera de tus estrechos límites, al menos por un instante, y eso es lo que cuenta. Has vislumbrado otra dimensión. Comparada con el hábito de encerrarte tras las murallas del ego, esta nueva dimensión es más libre y ligera. Tienes la sensación de que no cabes en tu cuerpo.

Otro ejemplo: cuando contemplamos a un niño jugando, completamente abstraído y despreocupado, es difícil no sentirnos sacudidos. ¿No es cierto que su inocencia parece palpable en ese momento? ¿Puedes sentir -o anhelas sentir- la dicha del juego? ¿No te parece que el cuerpecito del niño es frágil como una pompa de jabón, pero que estalla con la fuerza de la vida, de algo inmenso, eterno, invencible? En un fascinante texto hindú titulado Sufras de Shiva, que data de hace cientos de años, es posible encontrar listas similares de revelaciones. Cada una es un atisbo de libertad y confronta de manera directa a quien experimenta sin interferencias: contemplamos a una mujer hermosa y de repente vemos la belleza, miramos hacia el cielo y de súbito vemos el infinito.

Ninguna persona, por más estrecha que sea tu relación con ella, puede descifrar el significado de tus revelaciones. El secreto reside única y exclusivamente en ti. En el título de la obra mencionada, las palabras sufra y Shiva significan hilo y Dios, respectivamente. Es decir, son las hebras que conducen a la fuente eterna.

Los Sufras de Shiva tienen un contexto más amplio que requiere seguir el camino abierto por una revelación. Según la tradición védica, cada persona elige entre cuatro caminos que corresponden a sentimiento, pensamiento, acción y ser.

A estos caminos se les llamó yoga, palabra sánscrita que significa unión, debido a que la unidad -la fusión con la realidad única- era su meta. Con el tiempo, los yogas se utilizaron para definir el sendero adecuado al temperamento de cada persona, aunque de hecho es posible seguir varios o todos a la vez:

El nombre del cuarto camino significa literalmente camino regio a la unión. Este elogio se debe a la creencia de que la meditación trasciende los otros tres caminos. Pero el cuarto camino también es inclusivo: al seguirlo recorremos los cuatro a la vez. La meditación va directamente a la esencia del ser, y esa esencia es la que el amor a Dios, la acción desinteresada y el conocimiento pretenden alcanzar.

Estos caminos no son exclusivos de Oriente. Los yogas fueron las semillas, los medios que pusieron la unidad a nuestro alcance. Todos podemos seguir el camino del sentimiento porque todos tenemos sentimientos. Ocurre lo mismo con pensamiento, acción y ser. El yoga propone que la unidad es posible para todos, desde cualquier nivel. De hecho, la unidad está presente en cada momento de la vida cotidiana. Nada de lo que me ocurre está fuera de la realidad única, nada se desperdicia ni es aleatorio en el plan cósmico.

Veamos cómo podemos vivir cada camino:

El sentimiento señala el camino cuando experimentas y expresas amor. En este sendero, las emociones personales se expanden hasta abarcar todo. El amor a uno mismo y a la familia se transfigura en amor a la humanidad. En su expresión más elevada, es tan poderoso que invita a Dios a manifestarse. El corazón anhelante encuentra la paz máxima al unirse con el corazón de la creación.

El pensamiento señala el camino cuando tu mente se tranquiliza y deja de especular. En este camino acallas el diálogo interno en favor de claridad y quietud. Tu mente necesita claridad para comprobar que no tiene que estar controlada.

El pensamiento puede convertirse en conocimiento, esto es, en sabiduría. Con una mayor claridad, tu intelecto analiza cualquier problema y descubre la solución. Conforme tu conocimiento se expande, las preguntas personales se desvanecen. Lo que tu mente quiere en realidad es conocer el misterio de la existencia. Las preguntas tocan la puerta de la eternidad, y en ese momento solo el Creador puede responderlas.

En este camino, la plenitud llega cuando tu mente se funde con la de Dios.

La acción señala el camino cuando te rindes. En él se reduce el control del ego sobre los actos. Ya no te desenvuelves impulsado por deseos egoístas. Al principio es inevitable actuar por uno mismo, pues aun conducirse con desinterés produce satisfacción personal. Sin embargo, con el tiempo las acciones se independizan del ego. Una fuerza externa induce tus movimientos. En sánscrito, esta fuerza universal recibe el nombre de Dharma. El camino de la acción se resume en una frase: el karma da paso al Dharma. En otras palabras, el interés personal desaparece mediante la realización de las acciones de Dios. Este camino alcanza su plenitud cuando te rindes de manera tan completa que Dios se encarga de todo lo que haces.

El ser señala el camino cuando desarrollas un yo independiente del ego. Al principio, el sentido del yo se relaciona con fragmentos de tu identidad real. Yo es la suma de todo lo que te ha ocurrido desde que naciste. Esta identidad superficial se revela como una ilusión, una máscara que oculta un yo mayor presente en todos. Tu identidad real es una sensación de existencia pura y simple a la que llamaremos yo soy. Todas las criaturas comparten el mismo yo soy, y la plenitud ocurre cuando tu ser abarca tanto que incluye a Dios en tu sensación de estar vivo. La unidad es un estado en el que nada queda fuera del yo soy.

En Occidente, el yoga es considerado un camino de renunciación, una forma de vida que exige separarse de la familia y las pertenencias. Los yoguis que deambulaban con platillos para limosnas en todos los pueblos de India simbolizaban esta clase de vida. Pero esta imagen no significa necesariamente renunciación, la cual ocurre en el interior y es independiente de nuestras posesiones materiales. Internamente tomamos una decisión crucial: Estoy comenzando de nuevo. En otras palabras, a lo que se renuncia es a viejas percepciones, no a las pertenencias.

Si tu corazón está harto de la violencia y la división del mundo, tu única opción es comenzar de nuevo. Dejar de concentrarte en los reflejos y dirigirte a la fuente. El universo, como cualquier espejo, es neutral: refleja lo que está frente a él, sin juicios ni distorsiones. Cuando te convenzas de ello habrás dado el paso decisivo hacia la renunciación; habrás abandonado la creencia de que el mundo exterior tiene poder sobre ti. Como ocurre siempre en el sendero a la unidad, vivir esta verdad es lo que la hará verdadera.

CAMBIA TU REALIDAD

Para encontrar el camino a tu fuente debes permitir que la vida siga el curso que desee. Toda experiencia tiene niveles mezquinos y sutiles; éstos son más delicados, vivos y significativos que aquellos. A manera de ejercicio, advierte cuando alcances niveles sutiles en tu conciencia, y compáralos con los mezquinos. Por ejemplo:

Sí te permites sentirlo, el aspecto sutil de cada experiencia tranquilizará tu mente y reducirá el estrés, el pensamiento errático y la presión en el nivel emocional. La experiencia sutil es pacífica y armoniosa. Te sientes en paz; no estás en conflicto con nadie; no hay dramas desproporcionados ni necesidad de ellos.

Cuando lo hayas identificado, comienza a favorecer el aspecto sutil de tu vida. Valora este nivel de conciencia; solo si lo haces crecerá. Sí favoreces los niveles mezquinos, el mundo te devolverá el reflejo de tu percepción y seguirá siendo divisivo, perturbador, estresante y amenazador. En el nivel de la conciencia, la elección es tuya: en la diversidad infinita de la creación, cada percepción da origen a un mundo que la refleja.

MEDITACIÓN

Cualquier experiencia que te ponga en contacto con el nivel silencioso de la conciencia puede llamarse meditación. Tal vez hayas descubierto espontáneamente alguna rutina que te produzca una paz profunda. Si no, puedes adoptar algunas de las prácticas formales de meditación de las distintas tradiciones espirituales. La más sencilla es la que se desarrolla mediante la respiración;

Siéntate en silencio y con los ojos cerrados en una habitación iluminada con luz tenue y libre de distracciones (teléfono, llamadas a la puerta). Luego de permanecer así unos minutos, toma conciencia de tu respiración. Nota cómo el aire entra de manera suave y natural, y cómo sale de igual manera. No intentes modificar el ritmo de tu respiración ni hacerla más profunda o superficial.

Al concentrarte en tu respiración te sintonizas con la conexión mente-cuerpo, la fina coordinación de pensamiento y prana (energía sutil de la respiración). Algunas personas se concentran mejor en su respiración si repiten un sonido: una sílaba al exhalar y otra al inhalar. El sonido ah-hum se utiliza tradicionalmente para este propósito. (También puedes adoptar los mantras o sonidos rituales que encontrarás en cualquier libro sobre espiritualidad oriental.)

Practica esta meditación durante diez o veinte minutos dos veces al día. Notarás que tu cuerpo se relaja. Como solemos acumular enormes cantidades de cansancio y estrés, es posible quedarse dormido. No te preocupes si esto ocurre, o si al calmarse tu mente surge una sensación o pensamiento.

CoConfía en la tendencia natural del cuerpo a liberar el estrés.

Esta meditación no implica peligro ni produce efectos secundarios negativos en una persona saludable. (Un dolor o incomodidad continua podrían ser síntomas de una enfermedad no diagnosticada; si estas sensaciones persisten, consulta al médico.)

El efecto relajante perdurará y te sentirás más consciente de ti mismo. Tal vez comprendas algo de repente o surja súbitamente un momento de inspiración. Quizá te sientas más centrado; pueden presentarse chispazos imprevistos de energía o conciencia. Los efectos varían de persona a persona, por lo que debes mantenerte abierto a lo que venga. No obstante, el propósito general de la meditación es el mismo para todos: aprender a relacionarse con la conciencia, el nivel más puro de la experiencia.


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