La iluminación espiritual

Las galletas compartidas

Cuento Zen (358)

Una joven esperaba el embarque de su vuelo en un gran aeropuerto. Como tenía una larga espera ante sí, decidió comprarse un buen libro y un paquete de galletas. Se sentó de la forma más cómoda que pudo y se puso tranquilamente a leer y a comer, dispuesta a pasar un buen rato de descanso.

Al lado de su asiento, donde se encontraba el paquete de galletas, un hombre abrió una revista y se puso a leer. Cuando ella cogió la primera galleta, el hombre también cogió una. Ella se sintió irritada por este comportamiento, pero no dijo nada y pensó: Qué caradura.

Cada vez que ella cogía una galleta, el hombre hacía lo mismo. Ella se iba enfadando cada vez más, pero no quería montar un espectáculo. Cuando solo quedaba una galleta, pensó: ¿Y ahora qué va a hacer este imbécil? El hombre cogió la última galleta, la partió en dos y le dio la mitad. Bueno, esto ya era demasiado. En un arranque de genio, cogió su libro y sus cosas y salió disparada hacia la sala de embarque.

Cuando se sentó en su asiento del avión, abrió su bolso y, con gran sorpresa, descubrió su paquete de galletas intacto y cerrado. Se sintió muy mal, no comprendía cómo se había podido equivocar; olvidó que había guardado su paquete de galletas en el bolso. El hombre había compartido con ella sus galletas sin explicaciones de ningún tipo mientras que ella, se había enfadado pensando que había tenido que compartir sus galletas con él.

Ahora ya no tenía ninguna posibilidad de explicarse ni de pedir excusas.

MORALEJA

La mente quiere siempre juzgar, porque al juzgar se siente superior, te convierte en el juez, de modo que tu ego se siente muy, pero muy bien. Alimentas al ego. Juzgando y comparando piensas que sabes y sacas conclusiones erróneas como con el señor de las galletas.

La joven no fue capaz de comprender siquiera a una acción tan corriente, y aquellas acciones tan simples son el florecimiento supremo de la existencia. A menos que tú no seas un observador consciente, no podrás comprender. Pero puedes comparar, puedes juzgar, y juzgando no captarás nada.

En el momento en que le metes mente a algo, empiezas a juzgar. Entonces eres algo diferente de aquello. Por ejemplo, Adán estaba desnudo. Todo el mundo nace desnudo como Adán, pero los niños no se dan cuenta de su desnudez. No la juzgan, ni si es buena ni si es mala. No tienen una mente programada, por tanto, no son capaces de juzgar.

El hombre de consciencia simplemente se desliza de un momento a otro, como la gota de rocío se desliza por la hoja de la hierba, sin llevarse nada. El hombre de consciencia no lleva carga, se mueve ligero, simplemente comparte sus galletas, porque así todo es nuevo y entonces no se crean los problemas, y una vez creados no pueden ser resueltos. No crearlos es la única manera de resolverlos, porque una vez creados, en la propia creación ya has dado un paso en falso, ahora, hagas lo que hagas, ese paso en falso no te dejará resolverlo.

Acepta la vida tal como es, no hagas problema. En el fondo, tú creas los problemas y luego deseas encontrar alguna solución.