La familia que juzga

CUENTO ZEN CON MORALEJA

La primera regla para comprender, es no juzgar. Los despiertos existen en una dimensión más allá de toda comparación donde todo lo pueden comprender.

Cuento zen sobre juzgar

La familia se había reunido para cenar, y el hijo mayor anunció que iba a casarse con la vecina de enfrente.

¡Pero si su familia no le dejó dinero!, objetó el padre.

¡Ni ella ha sido capaz de ahorrar un céntimo!, añadió la madre.

¡Y no sabe una palabra de fútbol!, dijo el hermano pequeño.

¡Jamás he visto a una chica tan cursi!, dijo la hermana.

¡No sabe más que leer novelas!, dijo el tío.

¡No tiene gusto para vestir!, dijo la tía.

¡Se lo gasta todo en maquillaje!, dijo la abuela.

Todo eso es verdad, dijo el muchacho.

Pero tiene una enorme ventaja sobre todos nosotros.

¿Cuál?, exclamaron todos.

Que no tiene una familia que juzga.

MORALEJA

La mente quiere siempre juzgar, porque al juzgar se siente superior, te convierte en el juez, de modo que tu ego se siente muy, pero muy bien. Alimentas al ego, juzgando y comparando.

El ego no te permite comprender siquiera a una flor corriente de un jardín. A menos que tú despiertes, no podrás comprender. Pero puedes comparar, puedes juzgar, y juzgando no captarás nada.

De modo que la primera regla para comprender, es no juzgar nunca. Los despiertos existen en una dimensión más allá de toda comparación y todo lo que sabes de los despiertos es en realidad nada, solo fragmentos. No puedes tener la comprensión total. Están mucho más allá. En realidad, solo ves el reflejo en el agua de tu mente.

Desde que la humanidad existe, todos los niños han tratado de alcanzar la luna, lo han tratado, pero la diferencia ha de ser comprendida en su totalidad. El esfuerzo de un niño es hermoso, es un poético esfuerzo. No existe el ego. Es una simple atracción, es un asunto de amor. Todos los niños son atrapados en ese esfuerzo amoroso.

En la existencia real, las cosas existen sin ninguna comparación, sin nada que juzgar. Un árbol que se alza veinte metros al cielo y una muy diminuta florecilla son lo mismo, por lo que respecta a la existencia, pero tú las juzgas comparándolas y solo logras destruir un bello fenómeno.

La comparación y el juzgar es una satisfacción para tu propio ego. ¿Cómo no va a ser tu Maestro el más grande? Ha de serlo porque tú te crees un gran discípulo. ¿Si Cristo o Buda no son lo más grande, entonces donde quedan los cristianos, donde quedan los budistas?

En el momento en que comparas algo, empiezas a juzgar. Entonces eres algo diferente de aquello. Por ejemplo, Adán estaba desnudo. Todo el mundo nace desnudo como Adán, pero los niños no se dan cuenta de su desnudez. No la juzgan, ni si es buena ni si es mala. No comparan y, por tanto, no son capaces de juzgar.

Recuerda: Los problemas surgen debido a la memoria psicológica. Tú la metes en todo para comparar, juzgar y condenar.