La llave que abre la puerta del amor
La llave que abre la puerta del amor y la compasión es nuestra capacidad para comprender nuestros propios sufrimientos y dificultades y de los demás.
THICH NHAT HANH
COMPRENDER Y AMAR
El método que puede aportar un gran bienestar y mucha felicidad.
El método práctico conocido como contemplar con amor y compasión puede aportar un gran bienestar y mucha felicidad. El amor lleva la felicidad a otras personas; la compasión significa aliviar su sufrimiento. La llave que abre la puerta del amor y la compasión es nuestra capacidad para comprender nuestros propios sufrimientos y dificultades, y el sufrimiento y las dificultades de los otros. Si somos capaces de observar y comprender nuestro padecimiento, observaremos y comprenderemos con facilidad las dificultades de otra persona, y viceversa.
Ésa es la práctica de sumergirse profundamente en la primera y la segunda de las Cuatro Nobles Verdades, las cuatro verdades sagradas y maravillosas del budismo. Las Cuatro Nobles Verdades son: primera, existe el sufrimiento; segunda, hay un camino o una serie de condiciones que han producido el sufrimiento; tercera, el sufrimiento puede cesar (la felicidad siempre es posible); y cuarta, hay un camino que conduce al fin del sufrimiento, a la felicidad. Al reconocer y admitir nuestras dificultades (la primera Noble Verdad), y luego observarlas con detenimiento y atender a sus causas (la segunda verdad), somos capaces de ver el camino de salida, la senda de la liberación (la cuarta verdad); la transformación y el fin del sufrimiento que se logran al seguir ese camino es la tercera Noble Verdad.
He aquí un ejemplo de cómo funciona la práctica. Un padre hace daño a su hijo. El padre no advierte que está haciendo sufrir a su hijo y también a sí mismo. Realmente cree que el modo en que lo trata redundará en su bien. No es así en absoluto.
El caso es que el padre tiene muchas dificultades y heridas, pero aún tiene que descubrirlas (la primera Noble Verdad: el reconocimiento del sufrimiento) y buscar sus causas (la segunda Noble Verdad: el camino que conduce al sufrimiento). No sabe cómo afrontar su propio padecimiento, hace daño a su hijo y cree que es éste quien origina toda la infelicidad.
Tal vez el padre fue sometido, siendo muy joven, a un cruel maltrato por parte de su propio padre, el abuelo. El abuelo volcó toda su ira y dolor en este padre, y ahora el padre obra como el abuelo, volcando toda su cólera y angustia en su hijo. La rueda del samsara (renacimiento) gira una y otra vez mientras el sufrimiento se transmite de una generación a la siguiente. El padre no ve la segunda Noble Verdad, la fuente de su sufrimiento.
Ahora es el momento de que el hijo practique para detener el sufrimiento:
Al inspirar, me veo a mí mismo como un niño de cinco años.
Al espirar, sonrío al niño de cinco años aún vivo y presente en mí.
Al inspirar, observo que el niño de cinco años que hay en mí es frágil, vulnerable y está herido.
Al espirar, acojo al niño de cinco años que hay en mí con todo mi amor y comprensión.
AMOR ILIMITADO
El verdadero amor solo aporta felicidad, nunca te hace sufrir.
El verdadero amor solo aporta felicidad, nunca te hace sufrir. En el budismo, consideramos que la comprensión permite el nacimiento del verdadero amor. Cuando no entendemos a la persona a la que le estamos ofreciendo lo que pensamos que es amor, cuanto más la amemos más la haremos sufrir. Como ya hemos explicado, la comprensión es, en primer lugar, ser capaz de reconocer las fuentes del dolor y el sufrimiento en uno mismo y en el otro. Un padre que no ha comprendido las dificultades y el sufrimiento de sus hijos no puede amarlos realmente y hacerlos felices. Seguirá regañándolos y tratando de controlarlos y los hará sufrir. Cuando creemos que amamos a alguien pero en realidad no lo comprendemos, acabamos hiriéndolo.
Deberíamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿he sido capaz de comprender las dificultades y el sufrimiento de esa persona? ¿He sido capaz de observar las fuentes de ese sufrimiento? Si la respuesta aún no es sí, hemos de realizar un mayor esfuerzo por comprender. Hijo mío, hija mía, ¿crees que he comprendido en su justa medida tus dificultades, tus cargas y tu sufrimiento? Si no es así, ayúdame, por favor, a entenderte mejor. Sé que si todavía no te he comprendido de verdad no puedo amarte de verdad y hacerte feliz. Ayúdame, por favor. Háblame de las dificultades y del dolor de tu interior. Ésta es la práctica del habla bondadosa.
En el budismo aprendemos que si comprendemos nuestro propio sufrimiento nos resultará fácil entender el de los demás. Así pues, en primer lugar deberíamos centrarnos en nosotros mismos y entrar en contacto con nuestro sufrimiento interior sin ceder a la tentación de evadirnos de él o de insensibilizarnos para olvidarlo. En las enseñanzas fundamentales de Buda, las Cuatro Nobles Verdades, la primera Noble Verdad versa sobre el reconocimiento de la presencia del sufrimiento; la segunda consiste en observar la naturaleza y las raíces de ese sufrimiento.
Una vez que hemos contemplado las raíces del sufrimiento, vemos la manera de transmutarlo, es decir, el camino que conduce a la transformación y el fin del sufrimiento. Ésa es la cuarta verdad. La tercera se refiere al resultado, a la eliminación real del sufrimiento: en otras palabras, a la presencia de la felicidad. La ausencia de sufrimiento es felicidad, así como la ausencia de oscuridad es la presencia de la luz. La enseñanza de las Cuatro Nobles Verdades es central en el budismo; es maravillosa y posee un elevado contenido práctico. Es el método budista para diagnosticar y curar lo que nos aflige.
El budismo también nos enseña que tenemos que amarnos a nosotros mismos antes de poder amar verdaderamente a los otros. Solo cuando hemos sido capaces de aliviar nuestro sufrimiento podemos calmar el padecimiento ajeno. Necesitamos disponer de cierta felicidad antes de poder ofrecérsela a los demás para ayudarlos así a ser también felices. Los franceses tienen un dicho: La caridad bien entendida empieza por uno mismo. Ofrecer felicidad es la práctica de la bondad, el primero de los cuatro elementos del verdadero amor en el budismo.