Dios es la puerta a lo divino
Deberéis conocer a Dios en primer lugar en vuestro propio yo, en tu interior; El yo, es la puerta más próxima a lo divino, es la que conduce a todo.
OSHO
VER A DIOS
Todo el universo es un templo.
Nos has mostrado el método de la negación para conocer la verdad o lo divino: el método de excluir todo lo demás para conocer el yo. ¿Es posible conseguir el mismo resultado haciendo lo contrario? ¿No podemos intentar ver a Dios en todo? ¿No podemos sentirlo en todo?
El que no es capaz de conocer a Dios dentro de su propio yo nunca puede conocerlo de ningún modo. El que no ha reconocido todavía a Dios dentro de su propio yo no es capaz de reconocerlo en los demás. El yo es lo más próximo que tenéis; cualquiera que esté a cierta distancia de vosotros estará más lejos de vosotros que el yo. Y si no sois capaces de ver a Dios en vuestro propio yo, que es lo que tenéis más próximo, tampoco podréis verlo de ninguna manera en los que estén lejos de vosotros. Deberéis conocer a Dios en primer lugar en vuestro propio yo; el que conoce tendrá que conocer, primero, lo divino: es la puerta más próxima.
Pero, recordadlo: es muy interesante que el individuo que entra de pronto en su yo encuentra de pronto la entrada de todo. La puerta que conduce al propio yo es la puerta que conduce a todo. En cuanto una persona entra en su yo, descubre que ha entrado en todo, porque, aunque somos diferentes externamente, internamente no lo somos.
Externamente, todas las hojas son diferentes entre sí. Pero si una persona fuera capaz de penetrar en una sola hoja, llegaría a la fuente del árbol, donde todas las hojas están en armonía. Cada hoja, vista por separado, es diferente; pero cuando hayáis conocido una hoja en su interioridad habréis llegado a la fuente de la que emanan todas las hojas y en la que se disuelven todas las hojas. El que entra en su yo entra, simultáneamente, en todo.
La diferencia entre tú y yo solo se mantiene mientras no hayamos entrado en nuestro propio yo. El día en que entremos en nuestro yo, desaparece el yo, y también el tú. Lo que queda entonces es el todo.
En realidad, el todo no significa la suma del tú y el yo. El todo es donde nos hemos disuelto tú y yo, y lo que queda después es el todo. Si el yo no se ha disuelto todavía, entonces podemos sumar yos y tus, pero el total no será igual a la verdad. Aunque sumemos todas las hojas, no aparece un árbol. El árbol es algo más que la suma de todas las hojas. Cuando sumamos una hoja tras otra, estamos suponiendo que cada una es independiente. Pero un árbol no está compuesto de hojas independientes, en absoluto.
Así pues, en cuanto entramos en el yo, este deja de existir. Lo primero que desaparece cuando entramos en el interior es la sensación de ser una entidad independiente. Y cuando desaparece esa yo-idad, también desaparecen la tú-idad y la otri-dad. Lo que queda entonces es el todo.
Ni siquiera es correcto llamarlo el todo, porque el todo tiene también la connotación del viejo yo. Por eso, los que saben no quieren siquiera llamarlo el todo. Ellos dirían: ¿De qué es suma ese todo? ¿Qué es lo que estamos sumando? Además, ellos afirmarían que solo queda el uno. Aunque quizá dudasen en decir eso siquiera, porque la afirmación del uno da la impresión de que hay dos: da a entender que el uno no tiene significado por sí solo, sin la noción correspondiente del dos. El uno solo existe en el contexto del dos. Por lo tanto, los que tienen una comprensión más profunda no dicen siquiera que queda el uno; dicen que queda el advaita, la no dualidad.
Esto es muy interesante. Estas personas dicen: No quedan dos. No dicen: Queda uno, sino que dicen: No quedan dos. Advaita significa que no hay dos.
Podríamos preguntarles: ¿Por qué habláis con tantos rodeos? ¡Decid, simplemente, que solo hay uno!. El peligro de decir uno es que hace surgir la idea del dos. Y cuando decimos que no hay dos, se deduce que tampoco hay tres: se da a entender que no hay uno, ni muchos, ni todos. En realidad, esta diferenciación no fue más que una consecuencia de la visión basada en la existencia del yo. Así, con la cesación del yo, queda lo que es entero, lo indivisible.
Pero, para conocer esto, ¿Podemos hacer lo que nos sugiere nuestro amigo?, ¿No podemos visualizar a Dios en todos? Hacerlo así no sería más que tener fantasías, y tener fantasías no es lo mismo que percibir la verdad.
Hace mucho tiempo algunas personas me presentaron a un hombre religioso. Me dijeron que aquel hombre veía a Dios en todas partes, que desde hacía treinta años había visto a Dios en todo: en las flores, en las plantas, en las piedras, en todo. Yo pregunté al hombre si veía a Dios en todo por una cuestión de práctica; pues, si era así, sus visiones eran falsas. No me entendía. Volví a preguntarle:
―¿Tuviste alguna vez fantasías o deseos de ver a Dios en todo?
Él me respondió:
―Sí, en efecto. Hace treinta años empecé a practicar una sadhana (un medio para lograr algo) en el que yo intentaba ver a Dios en las piedras, en las plantas, en los montes, en todo. Y empecé a ver a Dios en todas partes.
Yo le pedí que pasara tres días conmigo y que, durante ese tiempo, dejase de ver a Dios en todo.
Accedió. Pero al día siguiente me dijo:
―Me has hecho mucho daño. Solo han pasado doce horas desde que abandoné mi práctica habitual y ya he empezado a ver las rocas como rocas y los montes como montes. ¡Me has arrancado a mi Dios! ¿Qué clase de persona eres?
―Si puedes perder a Dios con solo doce horas que dejas de practicar ―dije yo― entonces es que lo que veías no era Dios: no era más que una consecuencia de tu ejercicio habitual.
Es como cuando una persona se repite algo sin cesar y se forja una ilusión. No: no es preciso ver a Dios en una piedra; es preciso, más bien, alcanzar un estado en el cual en la piedra no queda nada más que ver sino Dios. Son dos cosas diferentes.
Empezaréis a ver a Dios en una piedra por medio de vuestros esfuerzos por verlo allí, pero ese Dios no será más que una proyección mental. Ese será un Dios que habréis proyectado sobre la piedra. Será puramente una creación vuestra: será un producto de vuestra imaginación. Ese Dios no es más que un sueño vuestro, un sueño que habéis consolidado reforzándolo una y otra vez. No hay ningún problema en ver así a Dios, pero es vivir una ilusión, no es entrar en la verdad.
Un día sucede, por supuesto, que el individuo mismo desaparece y que, en consecuencia, no ve nada más que a Dios. Por tanto, uno no siente que Dios está en la piedra; lo que siente es: ¿Dónde está la piedra? ¡Solo está Dios!. ¿Comprendéis la diferencia que estoy estableciendo? Por tanto, uno no siente que Dios existe en la planta ni que existe en la piedra; que la planta existe y que, en la planta, también existe Dios. No, nada de eso. Lo que uno llega a sentir es: ¿Dónde está la planta? ¿Dónde está la piedra? Dónde está el monte?... porque, en todo lo que nos rodea, en todo lo que vemos, lo único que existe es Dios.
Así, ver a Dios no depende de un ejercicio por vuestra parte, depende de vuestra experiencia personal.