Lo femenino y el vacío interior de cada ser
Lo femenino y el vacío interior de cada ser tiene su propia forma. El hombre como la mujer aprende a experimentar el vacío y el anhelo, y no a llenarlo.
ROBERT BLY
LO FEMENINO NO ES MUJER
El término lo femenino no se sustituye por el término una mujer.
Las mujeres participan de lo femenino como el agua de un jarra participa de la luz cuando la atraviesa. Dice Kabir: Toma una jarra de agua y ponla en el agua… Ahora tiene agua dentro y fuera. De modo que lo femenino es tan abundante como el océano o la luz del sol, interminable, y sin embargo es contenida aquí y allá, abarcada aquí y allá…, a veces en cuerpos de mujeres, a veces en cuerpos de hombres. Pero cada cuerpo contiene únicamente un sabor del océano, una fragancia del mar. Diría Blake: El cuerpo de la mujer es un trozo de eternidad demasiado grande para el ojo humano.
¿Qué es una cicatriz?
Los nativos americanos tienen una magnífica tradición en torno a las cicatrices, a las que Lame Deer alude en su autobiografía: Al morir, vas donde la Vieja Bruja, y ésta se come tus cicatrices. Si no tienes cicatrices, se comerá tus ojos y serás ciego en el próximo mundo.
Nadie llega a la madurez sin una herida en el corazón.
Y el joven de nuestra historia no podría ser Rey sin la herida. La antigua tradición dice que las mujeres tienen dos corazones: uno en el pecho y otro en el útero. Son seres de doble corazón. Los ancianos iniciadores, pues, hacen del joven, a través de la herida infligida en el espacio ritual, un hombre de doble corazón. Ahora el hombre tiene el corazón material que siempre había tenido, pero también un corazón compasivo. Tiene un corazón doble.
REDENCIÓN
¿Cuántos años pasan antes de que un hombre descubra las partes oscuras de sí mismo, que apartó de sí? Cuando encuentra esas partes, y las recupera, los demás empiezan a confiar en él. Qué gran punto de partida… si entendemos que eso, es un principio y no un final.
En los setenta, empecé a detectar por todo el país un fenómeno que podríamos denominar el varón suave. Incluso hoy en día cuando hablo en público, más o menos la mitad de los varones jóvenes son del tipo suave. Se trata de gente encantadora y valiosa —me gustan—, y no quieren destruir la Tierra o dar comienzo a una guerra. Su forma de ser y su estilo de vida denotan una actitud amable hacia la vida.
Pero muchos de estos varones no son felices. Uno nota rápidamente que les falta energía. Preservan la vida, pero no la generan. Y lo irónico es que a menudo se les ve acompañados de mujeres fuertes que definitivamente irradian energía.
Nos encontramos ante un joven de fina sensibilidad, ecológicamente superior a su padre, partidario de la total armonía del universo y sin embargo con poca vitalidad que ofrecer.
La mujer fuerte o generadora de vida que se graduó en los sesenta, por decirlo así, o que heredó un espíritu más viejo, desempeñó un papel importante en la creación de este hombre preservador, que no es generador de vida.
Recuerdo una pegatina de los años sesenta en la que se leía: Las mujeres dicen sí a los hombres que dicen no. Sabemos que hacía falta tanto valor para resistirse al reclutamiento, ir a la cárcel o exiliarse al Canadá, como para aceptar el reclutamiento e ir a Vietnam. Pero las mujeres de hace veinte años decían claramente que preferían al varón más suave y receptivo.
El desarrollo del hombre se vio ligeramente afectado por esta preferencia. La virilidad no receptiva era equiparada a la violencia, mientras que la receptiva era premiada.
Algunas mujeres enérgicas, tanto entonces como ahora en los noventa, elegían y siguen eligiendo a hombres suaves como amantes y, tal vez, como hijos. La nueva distribución de energía yang entre las parejas no se dio accidentalmente. Los jóvenes, por diversas razones, querían mujeres más duras, y las mujeres empezaron a desear hombres más suaves. Durante un tiempo parecía un buen arreglo, pero ya lo hemos experimentado lo bastante como para saber que no funciona.
La primera noticia de la angustia de los hombres suaves la tuve al oírles contar sus historias durante las primeras reuniones de varones. En 1980, la comunidad Budista Tibetana de Nuevo México me pidió que diera una conferencia para un público exclusivamente masculino, la primera que organizaban, en la que participaron unos cuarenta varones. Cada día nos dedicábamos a un dios griego y a una antigua historia, y luego, por la tarde, nos reuníamos a conversar.
Cuando los más jóvenes hablaban, no era raro que se pusieran a llorar a los cinco minutos. Me asombró la cantidad de dolor y angustia de aquellos jóvenes.
Sus aflicciones se debían en parte al alejamiento de sus padres, que acusaban agudamente, pero otra parte se debía a problemas en sus matrimonios o relaciones de pareja. Habían aprendido a ser receptivos, pero la receptividad no era suficiente para sacar adelante sus matrimonios en tiempos de crisis. Toda relación necesita de vez en cuando cierta violencia: la necesitan tanto el hombre como la mujer. Pero, cuando surgía esta necesidad, el hombre solía quedarse corto. Su actitud era positiva, pero su relación y su vida requieren algo más.
El hombre suave era capaz de decir: Sé lo que estás sufriendo y considero tu vida tan importante como la mía, y cuidaré de ti y te consolaré. Pero no podía decir lo que quería, y mantener su postura. Resoluciones de ese tipo eran tema aparte. En La Odisea, Hermes le ordena a Odiseo que cuando se aproxime a Circe, que representa cierto tipo de energía matriarcal, levante o muestre su espada. En estas primeras sesiones, a muchos de los más jóvenes les costaba distinguir entre mostrar la espada y herir a alguien.
Un hombre, una especie de encarnación de ciertas actitudes espirituales de los sesenta, un hombre que había vivido en un árbol en las afueras de Santa Cruz durante un año, se descubrió incapaz de extender el brazo cuando sostenía una espada. Había aprendido tan bien a no lastimar a nadie, que no podía alzar el acero, ni siquiera para reflejar la luz del sol. Pero mostrar una espada no implica necesariamente pelear.
También puede sugerir una alegre firmeza. El viaje que muchos americanos han emprendido hacia la suavidad, hacia la receptividad o hacia el desarrollo del lado femenino ha sido un viaje enormemente valioso, pero aún queda mucho por recorrer.
No hay punto de llegada…
APRENDIZAJE Y EL VACÍO
El vacío interior de cada ser tiene su propia forma.
En la vida corriente, intentamos satisfacer nuestros anhelos y llenar el vacío, pero en el espacio ritual, tanto el hombre como la mujer aprenden a experimentar el vacío y el anhelo, y no a llenarlo.
Semejante hombre puede estar en presencia de la inocencia sin sentirse impulsado a relacionarse sexualmente con ella, disfrutar de su furia sin expresarla, conocer las necesidades de su madre sin intentar satisfacerlas. Un guerrero puede disfrutar de la belleza de esta sagrada condición guerrera sin involucrarse en la batalla.
Cuando un varón de nuestros días vuelve la vista hacia el interior de su psique, puede encontrar, si las condiciones son adecuadas, bajo el agua de su alma, tendido en un lugar que nadie visita desde hace mucho, a un antepasado olvidado.
Cuando un hombre asume su sensibilidad, o lo que solemos denominar su interior femenino, a menudo se siente más efusivo, más sociable, más vivo. Pero cuando se aproxima a lo que yo llamo el varón profundo, se siente en peligro. Aceptar la existencia infunde miedo y requiere otro tipo de valor. Tomar contacto implica la disposición a sumergirse en la psique masculina y aceptar lo que allí abajo haya de oscuro, incluida la oscuridad nutricia.