La eternidad está aquí y ahora

El presente forma parte de la eternidad. Lo que es, no es tiempo, porque nunca pasa: siempre está aquí. El ahora siempre está aquí. Este ahora es eterno.

ANTHONY DE MELLO

LA ETERNIDAD

Existes en el tiempo pero le perteneces a la eternidad.

Eres la forma en la que la eternidad penetra en el mundo del tiempo. Eres un inmortal viviendo en un cuerpo de la muerte. Tu conciencia no conoce la muerte ni el nacimiento. Solo tu cuerpo puede nacer y morir. Sin embargo, no eres consciente de tu conciencia. Y ese es el arte de la meditación: ser consciente de la conciencia en sí misma.

Dividimos el tiempo en tres partes: pasado, presente, futuro. Esa división es falsa, absolutamente falsa. El tiempo es, en realidad, pasado y futuro. El presente no forma parte del tiempo. El presente forma parte de la eternidad. Lo que ha pasado es tiempo; lo que está por venir es tiempo. Lo que es, no es tiempo, porque nunca pasa: siempre está aquí. El ahora siempre está aquí. ¡Está siempre aquí! Este ahora es eterno.

Veamos que nos quiere decir el Maestro Espiritual Anthony de Mello sobre la eternidad...

LA VIDA ETERNA

Maestro, ¿Qué debo hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?

Imagina que te encuentras en una sala de conciertos escuchando los compases de la más melodiosa de las músicas y que, de pronto, recuerdas que se te ha olvidado dejar cerrado el automóvil. Comienzas a preocuparte y ni puedes salir de la sala ni disfrutar de la música. He ahí una perfecta imagen de la forma que tienen que vivir la vida la mayoría de los seres humanos.

Porque la vida, para quienes tienen oídos para oír, es una sinfonía; pero es rarísimo el ser humano que escucha la música. ¿Por qué? Porque la gente está demasiado ocupada en escuchar los ruidos que sus circunstancias y su programación han introducido en su cerebro. Por eso,,, y por algo más: sus apegos. El apego es uno de los principales asesinos de la vida. Para escuchar de veras la sinfonía hay que tener el oído lo bastante sensible como para sintonizar con cada uno de los instrumentos de la orquesta. si únicamente disfrutas con los instrumentos de percusión, no escucharás la sinfonía, porque la percusión te impedirá captar el resto de los instrumentos. Lo cual no significa que no puedas preferir dicho sonido, o el de los violines, o el piano, porque la mera preferencia por uno de los instrumentos no reduce tu capacidad de escuchar y disfrutar de los demás. Pero, en el momento en que tu preferencia se convierta en apego, te harás insensible a los restantes sonidos y no podrás evitar el minusvalorarlo. Tu apego excesivo a un determinado instrumento te cegará, porque le concedes un valor desproporcionado.

Fíjate ahora en una persona o cosa por la que experimentes un apego excesivo: alguien o algo a quien hayas concedido el poder de hacerte feliz o desdichado. Observa cómo -debido a tu empeño en conseguir a esa persona o cosa- pierdes sensibilidad con relación al resto del mundo. Te has insensibilizado. Ten el coraje de ver cuán parcial y ciego te has vuelto ante ese objeto de tu apego.

Si eres capaz de verlo, experimentarás el deseo de liberarte de dicho apego. El problema es: ¿cómo hacerlo? La mera renuncia o el simple alejamiento no sirven de nada, porque el hacer desaparecer el sonido de la percusión volverá a hacerte tan duro e insensible como lo eras cuando te fijabas únicamente en dicho sonido. Lo que necesitas no es renunciar, sino comprender, tomar consciencia. Si tus apegos te han ocasionado sufrimiento y aflicción, ésa es una buena ayuda para comprender. Si, al menos una vez en la vida has experimentado el dulce sabor de la libertad y la capacidad de disfrutar la vida que proporciona la falta de apegos, eso te será igualmente útil. también ayuda el percibir conscientemente el sonido de los demás instrumentos de la orquesta.

Lo verdaderamente insustituible es tomar consciencia de la pérdida que experimentas cuando sobrevalora la percusión y te vuelves sordo al resto de la orquesta.

El día en que esto suceda y se reduzca tu apego a la percusión, ese día ya no dirás a tu amigo: ¡Qué feliz me has hecho!. Porque al decírselo, lo que haces es halagar su ego e inducirle a querer agradarte de nuevo, además de engañarte a ti mismo creyendo que tu felicidad depende de él. Lo que le dirás más bien será: Cuando tú y yo nos encontramos ha brotado la felicidad. Lo cual hace que la felicidad no quede contaminada por su ego ni por el tuyo, porque ninguno de los dos puede atribuirse el mérito de la misma. Y ello os permitirá a ambos separaros sin ningún tipo de apego excesivo y experimentar lo que vuestro mutuo encuentro ha producido, porque ambos habréis disfrutado, no el uno del otro, sino de la sinfonía nacida de vuestro encuentro. Y cuando tengas que pasar a la siguiente situación, persona u ocupación, lo harás sin ningún tipo de sobrecarga emocional, y experimentarás el gozo de descubrir que en esa siguiente situación, y en la siguiente, y en cualesquiera situaciones sucesivas, brota también la sinfonía, aunque la melodía sea diferente en cada caso.

En adelante, podrás ir pasando de un momento a otro de la vida plenamente absorto en el presente, llevando contigo tan poca carga del pasado que tu espíritu podría pasar a través del ojo de una aguja; tan escasamente afectado por la preocupación acerca del futuro como las aves del cielo y los lirios del campo. Ya no estarás apegado a ninguna persona o cosa, porque habrás desarrollado el gusto por la sinfonía de la vida. Y amarás únicamente la vida y te apasionarás por ella con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y te encontrarás tan ligero de equipaje y tan libre como un pájaro en el cielo, viviendo siempre en el Ahora Eterno. Entonces habrás descubierto en tu corazón la respuesta a la pregunta: Maestro, ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

JESÚS Y LA ETERNIDAD

No puedes imitar a Jesús, ¿cómo vas a imitarlo?, ¿acaso tú eres Él? Cada uno tiene que ser auténtico, ser uno mismo, y Jesús lo fue hasta el fin. El día que seas tan auténtico como lo fue Jesús, entonces no tendrás que imitarlo, pues en cada momento sabrás lo que se debe hacer.

El día que llegue a ti la iluminación, serás amor y vivirás la eternidad en cada instante.

Yo soy, y el ser no cabe en ninguna imagen porque las trasciende todas.

LA ETERNIDAD Y EL AHORA

El día en que ustedes paren de correr, llegarán.

La idea que la gente tiene de la eternidad es estúpida. Piensa que dura para siempre porque está fuera del tiempo. La vida eterna es ahora, está aquí, y a ti te han confundido hablándote de un futuro que esperas mientras te pierdes la maravilla de la vida que es el ahora. Te pierdes la verdad por el temor al futuro, o la esperanza en el futuro, es igual, son proyecciones del pasado. Sin proyección no hay futuro, pues no existe lo que no entra en la realidad.

Las cosas solo serán cuando deban ser, por mucha prisa que te des. La realidad no es algo que se pueda forzar ni comprar. Se trata de ver la realidad tal como es. Lo que la sociedad te enseñó a atesorar no vale nada. Lo que la historia te legó como honor, patria, deber, etc., no vale nada, porque tienes que vivir libremente el ahora, separado de los recuerdos, que están muertos; solo está vivo el presente y lo que tú vas descubriendo en él como real.

Experimenta la realidad, ven hasta tus sentidos. Eso te traerá hacia el ahora. Eso te traerá a la experiencia. Es en el ahora donde se encuentra a Dios. Se dice que un gran sabio le dijo a un emperador romano: Cuando llegue el día de tu muerte, morirás sin haber vivido. Despertemos para que esto no sea nuestro epitafio.

El Reino de Dios está aquí y es ahora.

Es posible que hayas ganado el mundo con el aplauso, pero perdiste la vida. La vida es algo que pasa mientras tú estás ocupado haciendo cosas.

LA VIDA ETERNA Y LA FORTUNA

Un discípulo se acercó a su Maestro y le dijo: Maestro, yo soy un hombre rico y acabo de heredar una gran fortuna. ¿Cómo debo emplearla para lograr una vida eterna?

Le dijo el Maestro: Vuelve dentro de una semana y te daré una respuesta.

Transcurrida la semana, regresó el discípulo, y el Maestro, suspirando, le dijo: La verdad es que no sé qué decirte. Si te digo que des el dinero a tus parientes y amigos, no obtendrás la vida eterna. Si te digo que lo entregues al templo, solo conseguirás alimentar la avaricia de los sacerdotes. Y si te digo que se lo des a los pobres, te enorgullecerás de tu caridad y caerás en el pecado de soberbia.

Pero, como el discípulo le urgía una respuesta, el Maestro acabó diciendo: Está bien; da el dinero a los pobres. Al menos ellos se beneficiarán, aunque tú no lo hagas.

Si no sirves, perjudicas a los demás.
Si lo haces, te perjudicas a ti mismo.
El ignorar este dilema es la muerte del alma.
El liberarse de él es la vida eterna.

Anthony de Mello