Cuentos de espiritualidad

Cuentos breves de Anthony de Mello que encierran siempre un mensaje con sabiduría que siempre te dejan pensando y eso es lo mejor para el crecimiento.

ANTHONY DE MELLO

EL DEVOTO ORANDO

La oración de un devoto al Señor Vishnú:

Señor, te pido perdón por mis tres mayores pecados: ante todo, por haber peregrinado a tus muchos santuarios olvidando que estás presente en todas partes; en segundo lugar, por haber implorado tantas veces tu ayuda olvidando que mi bienestar te preocupa más a ti que a mí; y, por último, por estar aquí pidiéndote que me perdones, cuando sé perfectamente que nuestros pecados nos son perdonados antes de que los cometamos.

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De las Vidas de los Padres del Desierto:.

El abad Lot fue a ver al abad José y le dijo: Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?.

En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tomaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo: Ni más ni menos que esto: transformarte totalmente en fuego.

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Un cuento hasídico:

Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.

Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar.

Y el Señor dijo a sus ángeles: De todas la oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero.

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Es costumbre entre los católicos confesar los pecados a un sacerdote y recibir de éste la absolución como un signo del perdón de Dios. Pero existe el peligro, demasiado frecuente, de que los penitentes hagan uso de ello como si fuese una especie de garantía o certificado que les vaya a librar del justo castigo divino, con lo cual confían más en la absolución del sacerdote que en la misericordia de Dios.

He aquí lo que pensó hacer Perugini, un pintor italiano de la Edad Media, cuando estuviera a punto de morir: no recurrir a la confesión si veía que, movido por el miedo, trataba de salvar su piel, porque eso seria un sacrilegio y un insulto a Dios.

Su mujer, que no sabia nada de la decisión del artista, le preguntó en cierta ocasión si no le daba miedo morir sin confesión. Y Perugini le contestó: Míralo de este modo, querida: mi profesión es la de pintor, y creo haber destacado como tal. La profesión de Dios consiste en perdonar; y si él es tan bueno en su profesión como lo he sido yo en la mía, no veo razón alguna para tener miedo.

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Una anciana mujer, verdadera entusiasta de la jardinería, afirmaba que no creía en absoluto en ciertas predicciones que auguraban que algún día lograrían los científicos controlar el tiempo atmosférico. Según ella, lo único que hacía falta para controlar el tiempo era la oración.

Pero un verano, mientras ella se encontraba de viaje por el extranjero, la sequía azotó al país y arruinó por completo su precioso jardín. Cuando regresó, se sintió tan trastornada que cambió de religión.

Debería haber cambiado sus estúpidas creencias.

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Un día, el mullah Nasrudin observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.

¿Para qué los llevas allí?, le preguntó.

La sequía está azotando al país, le respondió el maestro, y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso.

Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales, dijo el mullah, sino la sabiduría y el conocimiento.

¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños?, le recriminó el maestro. ¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!.

Nada más fácil, replicó Nasrudin. Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto.

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Un piadoso anciano rezaba cinco veces al día, mientras que su socio en los negocios jamás ponía los pies en la iglesia. Pues bien, el día que cumplió ochenta años, el anciano oró de la siguiente manera:

¡Oh Dios, nuestro Señor! Desde que era joven, no he dejado un solo día de acudir a la iglesia desde por la mañana y rezarte mis oraciones cinco veces diarias, como está mandado. No he hecho un solo movimiento ni he tomado una sola decisión, importante o intranscendente, sin haber primero invocado tu Nombre. Y ahora, en mi ancianidad, he redoblado mis ejercicios piadosos y te rezo sin cesar, día y noche. Sin embargo, aquí me tienes: tan pobre como un ratón de sacristía. En cambio, fíjate en mi socio: juega y bebe como un cosaco e incluso, a pesar de sus años, anda con mujeres de dudosa reputación... y a pesar de todo, nada en la abundancia. Y dudo que alguna vez haya salido de sus labios una sola oración. Pues bien, Señor: no te pido que le castigues, porque eso no sería cristiano; pero te ruego que respondas: ¿Por qué, por qué, por qué... le has permitido a él prosperar y me has tratado a mí de este modo?.

¡Porque eres un verdadero pelmazo!, le respondió Dios.

Había un monasterio cuya Regla no era No hables, sino No hables si no es para decir algo que sea mejor que el silencio.

¿No podría decirse lo mismo de la oración?